Miguel Bastos Araújo es uno de los diez científicos más citados en la última década en el campo de la ecología y el medioambiente. Acaba de recibir el premio MacArthur and Wilson que otorga la Sociedad Internacional de Biogeografía, con el que se reconoce su relevante e innovadora contribución a esta disciplina. Particularmente interesado en los factores que condicionan la distribución de las especies, actualmente también investiga los efectos del cambio global en los ecosistemas.
¿De qué modo puede ayudarnos el conocimiento sobre los cambios climáticos en el pasado a predecir los efectos del cambio global en la biodiversidad?
La historia no se repite, pero puede rimar… como matizaba Mark Twain. Por este motivo hay que adoptar las necesarias precauciones cuando se utiliza el pasado para predecir el futuro. Es muy improbable que encontremos condiciones bióticas y abióticas comparables en tiempos históricos distintos. Sin embargo, es verdad que la historia, por ejemplo, la que se encuentra preservada en el registro fósil, nos ofrece la posibilidad de extraer información útil para entender los mecanismos que condujeron a la extinción y la especiación de las especies en el pasado. Esta información permite establecer analogías con el presente y el futuro aunque las analogías tengan un valor limitado en ciencia. El registro fósil también permite testar modelos predictivos hacia el pasado y esto nos permite valorar la magnitud de los errores de los modelos así como identificar posibles fuentes de incertidumbre.
En un trabajo reciente exponías que el 51% de los vertebrados de la Península Ibérica se verán afectados por el cambio climático ¿Podrías darnos más detalles?
Siempre que se utilizan modelos para hacer proyecciones hacia el futuro es más correcto utilizar el condicional que el futuro simple. Por ejemplo, es preferible decir que “algo se podría ver afectado” en vez de “será afectado”. Esto no son menudencias semánticas puesto que afectan a la percepción social de los resultados científicos. El trabajo que refieres pretendía caracterizar las condiciones climáticas que limitan la distribución actual de las especies de vertebrados terrestres en la Península Ibérica. Esto nos permitió cuantificar el grado de exposición de estas distribuciones bajo escenarios de cambio climático en el futuro. Cuando se dice que 51% de las especies se podrían ver afectadas por el cambio climático esto quiere decir que estas especies estarían expuestas a una reducción de su distribución climática potencial.
¿Hasta qué punto la falta de información sobre la biología y el estado de conservación de algunas especies podría condicionar la validez de las predicciones?
La vulnerabilidad de las especies depende principalmente de dos factores. Primero, del grado de exposición de las especies a factores de amenaza y, segundo, de su capacidad de adaptarse a ellas. En la mayor parte de los casos, los modelos que utilizamos para hacer proyecciones hacia el futuro miden el grado de exposición de las distribuciones de las especies a factores de amenaza, como podrían ser los cambios en el clima o en el uso del suelo, pero no incluyen la capacidad de adaptación de cada especie a esto factores. La dificultad es que cuando se trabaja a una escala geográfica amplia, y se hacen análisis de riesgo para muchas especies, es difícil incluir información detallada sobre la biología de las especies. Esto ocurre porque esa información no existe, porque es incompleta y fragmentada, o porque su inclusión en los modelos no es trivial. Los trabajos más recientes en el área de la modelización de impactos climáticos en las especies intentan incorporar factores demográficos y de interacción biótica en los modelos. Hemos sido capaces de desarrollar modelos de respuesta climática más complejos para algunas especies carismáticas pero sigue faltando información detallada sobre la biología y ecología de muchas especies con lo cual es imposible a día de hoy generalizar el uso de estos modelos.
El cambio global opera sobre las especies pero también afecta a la interacciones entre ellas ¿pueden los modelos predecir esto?
La modelización de las interacciones entre las especies bajo escenarios de cambio global es quizás uno de los retos más difíciles que tenemos entre manos. El problema es que no sólo existen interacciones directas entre pares de especies, sino que también existen interacciones indirectas involucrando números ingentes de especies y la mayor parte de estas interacciones no han sido descritas por la ciencia. Dicho de otra forma, si nuestro conocimiento sobre la existencia de diferentes tipos de especies en nuestro planeta es incompleto y fragmentado más incompleto aún es el conocimiento sobre las interacciones entre ellas. Sin embargo, hay trabajos experimentales que demuestran que las interacciones entre parásitos y hospedadores, o entre predadores y presas, pueden cambiar la respuesta de las especies a cambios en su entorno abiótico.
También hay estudios utilizando modelos que llegan a conclusiones semejantes pero la cuestión que estamos investigando en este momento es qué tipo de interacciones generan dependencias suficientemente fuertes como para dejar huellas en la distribución de las especies en escalas espaciales y temporales amplias. Nuestros resultados preliminares, con base en simulaciones matemáticas, indican que no todos los tipos de interacciones bióticas tienen la capacidad de dejar huellas en escalas más amplias. Si pudiéramos comprobar experimentalmente los resultados de nuestras simulaciones podríamos reducir la dimensión y complejidad de las redes de interacciones que tenemos que identificar para entender los efectos del cambio global en las redes de interacción.
En un paisaje tan humanizado como el nuestro ¿podría ocurrir que los cambios en los usos del suelo oculten los efectos del cambio climático?
Los cambios en el uso del suelo o del clima pueden tener un impacto en la biodiversidad que puede ser aditivo o multiplicativo. Esto quiere decir que los impactos pueden ocurrir en regiones distintas o solaparse en el espacio generando sinergias entre ellos. Los impactos aditivos son más fáciles de caracterizar pero, de todas formas, tenemos las herramientas analíticas para impedir que los cambios en un factor oculten los cambios en otro factor aunque actúen sinérgicamente.
Más allá de su indudable valor teórico ¿pueden los modelos de nicho contribuir de forma eficaz a la conservación de la biodiversidad?
Sin lugar a duda, pero hay que ser prudente a la hora de llevarlos a cabo e interpretar sus resultados. Los modelos de nicho no proporcionan estimas sobre tamaños poblacionales con lo cual no deben utilizarse sus resultados para calcular el riesgo de extinción de las especies a menos que sean acoplados a modelos demográficos. Sin embargo, estos modelos pueden utilizarse para inferir la pérdida o la ganancia de hábitats de especies bajo escenarios de cambio global. Una correcta implementación de los modelos de nicho puede ser muy útil para la localización de áreas apropiadas para la restauración de ecosistemas, para la reintroducción de especies amenazadas, y para la creación de nuevas áreas para la conservación de la biodiversidad.
Las especies son la expresión de la evolución. Sin duda éste es un buen motivo para preservarlas, pero ¿cómo transmitir a la gente la necesidad de conservar toda esta información genética?
Hay varios niveles de apreciación. En un extremo hay valores éticos y estéticos que son difíciles de cuantificar pero que son importantes y que de hecho condicionan los comportamientos de muchas personas. En otro extremo, existen valores económicos. Un ejemplo son los centenares de miles de invertebrados polinizadores de los cuales depende una gran parte de nuestra alimentación. Por ejemplo, en Estados Unidos, un estudio valoró el servicio de polinización de las abejas en 1,6 billones de dólares al año. Ese valor ascendería a 8,3 billones de dólares anuales si los polinizadores nativos fuesen eliminados. Estamos hablando de un único servicio, en sólo un país. Si consideráramos otros servicios, como el secuestro de carbono, la producción de oxigeno, la formación de suelo, el control de plagas -que consumen actualmente el 37% de la producción anual mundial de alimentos-, comprenderíamos hasta qué punto nuestra economía, y nuestra existencia, dependen de la biodiversidad.
¿Qué papel desempeñan los museos y las colecciones científicas en la conservación de la biodiversidad?
Las colecciones científicas de los museos de historia natural y de los jardines botánicos son las bibliotecas de la vida y como para conservar la biodiversidad es preciso conocerla es impensable prescindir de estas infraestructuras. Es importante llamar la atención de que para conservar la biodiversidad primero hay que responder a tres preguntas: ¿Qué conservar? ¿Dónde conservar? ¿Cómo conservar? En los museos contribuimos a responder a estas tres preguntas. Por un lado somos los guardianes del catálogo mundial de la biodiversidad, con lo cual establecemos las bases para definir qué hay que conservar. Por otro lado contribuimos a cartografiar la vida con lo cual ayudamos a identificar las regiones del planeta que deberían ser conservadas. Finalmente, investigamos para entender mejor los mecanismos de especiación, persistencia y extinción de la especies en escalas temporales y espaciales variables con lo cual proporcionamos el conocimiento necesario para manejar la biodiversidad de forma adecuada. Pocas instituciones poseen densidades de masa crítica de investigadores en temas de biodiversidad como algunos de los grandes museos de historia natural. Este es un capital humano esencial para dotar a las políticas de conservación de información científica que, de otro modo, no estaría disponible.
La macroecología está de moda, al contrario de lo que ocurre con la taxonomía ¿de qué modo se podría volver a colocar esta disciplina en el puesto que merece?
La macroecología procura entender las causas de la distribución de los organismos a través del análisis estadístico de los patrones biogeográficos. La taxonomía procura comprender cuántos tipos diferentes de organismos existen en el planeta, contribuyendo así a entender sus orígenes evolutivos. La macroecología no podría desarrollarse sin el trabajo previo de los taxónomos, con lo cual son ciencias que tienen sus destinos unidos. Sin embargo, existe un desconocimiento generalizado sobre la importancia de la taxonomía. Es preocupante que la taxonomía, por ejemplo, vaya desapareciendo paulatinamente de los programas curriculares de las universidades. La idea desarrollada por el Museo de Historia Natural de Londres, de abrir las puertas de sus colecciones científicas al público, ofreciendo programas pedagógicos especializados, debería ser seguida por otros museos con responsabilidad en el mantenimiento de colecciones científicas. Por otro lado, y en lo que respecta a la financiación para la investigación, la taxonomía podría beneficiarse de una más estrecha integración en equipos multidisciplinares que trabajan en temas de gran visibilidad social y política. Un ejemplo de este tipo de integración es el trabajo que desarrollamos conjuntamente el investigador Ignacio de la Riva y mi equipo, donde utilizamos datos de expediciones taxonómicas acoplados con modelos de nicho para predecir el número de especies de ranas del genero Phrynopus que falta describir en la cordillera de los Andes.
Como miembro del Consejo Científico Asesor para la Comisión Europea ¿cuáles crees que son las fortalezas y debilidades de la política científica europea?
Bueno hay que aclarar que no soy miembro de ningún consejo científico asesor de la Comisión Europea. Apenas fui convocado por el presidente de la Comisión y por la nueva asesora científica del presidente, conjuntamente con otros investigadores, para discutir la pertinencia de crear un consejo de estas características en la Comisión Europea. De todos modos, contestando a tu pregunta, mi percepción es que Europa está haciendo progresos notables en política científica. Por un lado, se admite que existe una excesiva burocratización de los fondos para la investigación científica, lo que llevó a una simplificación, aún insuficiente, de los procedimientos de gestión, especialmente en proyectos más competitivos. Por otro lado, está previsto un incremento presupuestario del 58% para la investigación científica en el nuevo programa “Horizon 2020”. Los aumentos de la financiación son particularmente generosos en algunos de los programas más emblemáticos, como es el programa Marie Curie que promueve la movilidad internacional de investigadores. Otro programa que recibe un aumento significativo son los proyectos de excelencia científica del Consejo Europeo para la Investigación European Research Council (ERC). Este incremento es especialmente relevante ya que el ERC representa el primer mecanismo europeo de financiación de investigación con prioridades definidas por investigadores y no por políticos.
Hay quienes critican la excesiva priorización de fondos para la investigación de excelencia. ¿Qué les dirías?
La discusión sobre qué constituye la excelencia científica y cómo valorarla es importante y está lejos de estar agotada. Sin embargo, no creo que sea defendible que se financien proyectos que no garantizan niveles de calidad por encima de la media. La política del “café para todos” ha sido importante cuando España partía de una situación de precariedad científica y era necesario sembrar recursos de forma generalizada para después recoger algunos resultados. Los tiempos han cambiado y hoy España posee investigadores y centros de investigación de renombre internacional y la prioridad es no dejarlos caer.
¿No existe el riesgo de crear un sistema científico a dos velocidades en el que unos pocos tienen todos los recursos y otros muchos no tienen ninguno?
Sí claro, el “café para todos” puede dar lugar al “café para muy pocos” y eso tampoco es bueno. A partir de un determinado nivel de competitividad es imposible discriminar niveles de calidad y las decisiones de financiación son arbitrarias. Esto ha ocurrido en la primera convocatoria de proyectos de la ERC donde se rechazaron 97% de los proyectos y en la última convocatoria del programa Severo Ochoa donde se han dejado sin financiar centros de investigación evaluados con el 100%. La solución pasa, naturalmente, por ofrecer un nivel de financiación en consonancia con la dimensión y ambición de la masa crítica disponible. Por otro lado, hay que repensar la forma de organizar la ciencia en España de modo que permita la financiación de núcleos competitivos sin condenar a la obsolescencia a los restantes polos de actividad científica. Una posibilidad sería emular el sistema adoptado en algunos países nórdicos como Dinamarca y Finlandia. En estos países se reforzó de forma muy sustancial la financiación de grupos competitivos. Al mismo tiempo se reorganizaron los grupos de investigación. Pequeñas unidades de investigación, generalmente dirigidas por un único investigador principal, se han integrado en unidades de excelencia generosamente financiadas. De este modo, ha sido posible movilizar investigadores con características diferenciadas en la construcción de una agenda científica común, reforzando al mismo tiempo la capacidad de estos países de competir por recursos internacionales competitivos. En España, una política análoga podría dar resultados positivos. De hecho hay mucho margen de mejora ya que, contrariamente a la tendencia internacional que es concentración de masa crítica y de trabajo en red, continuamos teniendo una excesiva atomización de los grupos de investigación.
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