La Unión Europea ha tomado la decisión de equiparar los organismos editados genéticamente con la tecnología CRISPR a los transgénicos. Esta homologación, y la obligación de seguir procesos complejos y costosos para la aprobación de productos derivados, puede dejar a las pequeñas empresas del sector agronómico europeo fuera del avance científico más importante de las últimas décadas en este campo, que acabará siendo explotado por las grandes multinacionales.
En los últimos días los medios se han hecho eco de una carta en la que más de cien premios Nobel pedían a Greenpeace que cese sus campañas contra los organismos modificados genéticamente. El posicionamiento opuesto a los transgénicos liderado por la organización ecologista no está basado en hechos científicos, pero ha concienciado a gran parte de la sociedad bajo la falsa idea de la conciencia medioambiental y de que su consumo es perjudicial para la salud. Todos los alimentos, los modificados y los que no, tienen genes que nos comemos cada día.
Un total de 110 premios nobel han firmado ya una carta dirigida a Greenpeace, así como a las Naciones Unidas y a los gobiernos de todo el mundo, para que cesen las campañas antitransgénicos. “¿Cuántas personas pobres en el mundo deben morir antes de considerar esto un crimen contra la humanidad?”, dice el escrito.
Los organismos genéticamente modificados se han cultivado desde hace más de 30 años, pero su uso no ha estado exento de polémica. Ahora, un exhaustivo informe de científicos estadounidenses confirma que estas plantas transgénicas no muestran riesgos para la salud ni para el medioambiente, aunque su resistencia a herbicidas podría suponer un grave problema agrícola.
El cultivo de organismos genéticamente modificados (OGM) es un tema no exento de controversia debido a los riesgos que conlleva: el crecimiento incontrolado de estas especies y su dispersión en la naturaleza. Dos equipos científicos proponen alternativas para impedir que puedan convertirse en invasores.
El Parlamento Europeo (PE) aprobó ayer una nueva legislación que permitirá a los Estados miembros restringir o prohibir los cultivos que contengan organismos genéticamente modificados (OGM) en sus propios territorios. La propuesta, aprobada en diciembre de manera informal entre el PE y el Consejo, se presentó en 2010, pero durante cuatro años estuvo bloqueada por los desacuerdos entre Estados pro y anti OGM.
En las dos últimas décadas, Europa ha estado inmersa en un debate sin fin acerca de si los cultivos genéticamente modificados debían ser incorporados al mercado, y por tanto, que entraran a formar parte de la cadena alimentaria. Seis investigadores de la Universidad de Sheffield (Reino Unido) y Miembros de la Comunidad de Científicos Españoles en Reino Unido dan su opinión al respecto. El Parlamento Europeo tiene sobre la mesa la aprobación de una directriz para que cada país decida qué hacer dentro de su territorio.
Con los últimos avances en biotecnología que permiten la edición de los genes, científicos de centros italianos plantean la posibilidad de que las frutas y otros cultivos puedan mejorarse solo con pequeños retoques genéticos. Según creen, podrían tener mayor aceptación en la sociedad que los transgénicos, especialmente en Europa.
Rosa Rivero investiga, junto a otros colegas, estrategias para aumentar la producción y la calidad de tomates, lechugas, pimientos, cítricos... Eso, en medio de unas condiciones medioambientales adversas, con suelos afectados por la salinidad, un clima semiárido, altas temperaturas y sequía, no es fácil. Este es el escenario del Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (CEBAS-CSIC), situado en Murcia y lugar de trabajo de esta investigadora.
La única variedad transgénica que se cultiva en España con fines comerciales es el maíz MON 810, resistente a la plaga de taladro, de especial incidencia en el valle del Ebro, pero se importan otros productos modificados genéticamente como soja o colza. La inmensa mayoría se destina a la alimentación animal. España cultiva el 90% de la superficie transgénica en Europa. Mientras la superficie cultivada aumenta, la polémica sobre los transgénicos no se apaga.