Rosa Rivero investiga, junto a otros colegas, estrategias para aumentar la producción y la calidad de tomates, lechugas, pimientos, cítricos... Eso, en medio de unas condiciones medioambientales adversas, con suelos afectados por la salinidad, un clima semiárido, altas temperaturas y sequía, no es fácil. Este es el escenario del Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (CEBAS-CSIC), situado en Murcia y lugar de trabajo de esta investigadora.
¿En qué consiste su trabajo en el CEBAS?
Investigo sobre todo con plantas hortícolas como tomates, lechugas y pimientos, es decir, plantas de interés industrial y económico importante, sobre todo para la región del sureste español, que es donde trabajo. Tratamos de averiguar qué mecanismos fisiológicos, bioquímicos y moleculares se ven afectados por la combinación de estreses abióticos (salinidad, altas temperaturas, sequía, etc.) que son los que dominan en esta zona. Basándonos en los mecanismos que se ven modificados bajo estas condiciones, buscamos vías para paliar esos efectos e incrementar la producción de la planta o que al menos no se vea muy reducida por los estreses.
Aparte de mejorar la producción de la planta, ¿orientan también sus investigaciones al uso más eficiente de los recursos?
Efectivamente. Teniendo en cuenta que la población mundial sigue aumentando cada día, que será de unos 9.000 millones a finales del siglo XXI, y que las condiciones ambientales empeoran porque los suelos son cada vez más pobres y las temperaturas más altas, un uso eficiente de nuestros recursos es importante. Por esa razón intentamos que la producción no se vea afectada y que la planta sea capaz de producir en la misma medida o incluso más que actualmente. Buscamos un uso eficiente del agua y de los nutrientes. Y también trabajamos mucho a nivel genético, para saber qué genes están implicados en ciertas rutas metabólicas para, por ejemplo, intentar promover la movilización de más azúcares a los frutos, etc.
Este año la primavera ha sido especialmente seca en el sureste español, ¿ya han observado los efectos en las cosechas?
Sí, ha sido catastrófica primero por la falta de agua y segundo porque las precipitaciones han sido más localizadas. Ha habido zonas en las que ha llovido mucho en poco tiempo y otras en las que las inundaciones afectaron a la floración y a la producción de cultivos, mientras que en otras zonas no ha llegado absolutamente nada de gua. Si a eso añades el incremento de las temperaturas, que ha sido publicado tanto por la Agencia Estatal de Meteorología como por el Panel de Naciones Unidas para el Cambio Climático, el resultado es que las plantas producirán cada vez menos y la producción se adelantará más en el tiempo. Eso hace que los agricultores tengan que cosechar mucho antes y vender en una época en la que su producto ya no es competitivo.
Así que los desequilibrios producidos por el cambio climático estarían teniendo ya efectos económicos en la zona.
Efectivamente.
Hablas de los contrastes entre zonas con una sequedad extrema y otras que sufren inundaciones, y también del aumento de temperaturas... Ante este panorama, ¿queda realmente margen de maniobra como para que su trabajo tenga efectos positivos sobre la agricultura?
Es bastante complicado, pero seguimos intentado encontrar –y de hecho encontramos– mecanismos y genes que regulan ciertas rutas metabólicas de la planta que son interesantes. Pero también estamos muy limitados a nivel de la UE en el uso y comercialización de plantas transgénicas, que desde mi punto de vista van a ser el futuro; de hecho ya lo están siendo en EEUU y parte de América Latina. Aquí supongo que será cuestión de tiempo, porque si no recurrimos a plantas que sean capaces de producir bajo condiciones adversas va a ser imposible alimentar a toda población mundial. Y eso solo se puede lograr con plantas que tengan modificadas ciertas rutas; es imposible que a la planta le dé tiempo a adaptarse naturalmente al ambiente.
Pero la solución también puede centrarse en frenar el cambio climático...
No lo creo, porque nosotros ya nos hemos desarrollado, pero ahora les toca a otros y tenemos que darles esa oportunidad. Eso va en contra del clima. De hecho, los países que se están desarrollando ahora, sobre todo China e India, tienen el triple de población o más que los que ya nos hemos desarrollado, así que parece complicado frenar el cambio climático. Podemos concienciar a países, a ciudadanos, a barrios... Pero creo que también debemos recurrir a otras herramientas tecnológicas que afortunadamente están en nuestra mano.
En sus charlas en Ciudad Ciencia habla de las relaciones entre la agricultura y el cambio climático. ¿Considera importante trasladar este conocimiento científico a la sociedad?
Muy importante. Todo el mundo habla del cambio climático... Los agricultores se quejan de que tienen que recoger las cosechas antes, pero no se dan cuenta de que la industrialización y el ahorro de mano de obra están haciendo que la agricultura también contribuya a ese cambio climático. Este fenómeno por un lado afecta a la producción agrícola, pero la práctica agrícola también aumenta los efectos del cambio climático.
Respecto a cómo influyen las prácticas agrícolas en el cambio climático, ¿qué ejemplos pone en sus charlas?
Hablo del uso de maquinaria agrícola, que es perjudicial porque implica más utilización de combustibles fósiles y por tanto mayor emisión de gases; del uso de fertilizantes, cuya utilización es cada vez más común para lograr una buena producción, pero que va empobreciendo poco a poco el suelo porque se saliniza; de la rotación de cultivos que se hacía en la época de nuestros abuelos y que ya no se estila porque la agricultura es intensiva... Aparte de esto, en las zonas que se dedican a la ganadería, el ganado, durante la digestión, expulsa a la atmósfera una enorme cantidad de metano, que es más importante que la concentración de CO2 con respecto a los cambios que se están produciendo en el clima. El metano es un contaminante muy nocivo y la mayoría de la gente no lo sabe. Otro ejemplo sería la tala de ciertas zonas arbóreas para expandir las zonas de cultivo, eliminando pulmones verdes que contribuyen a minimizar el impacto del cambio climático.
¿Explica al público qué medidas puede llevar a cabo para luchar contra el cambio climático?
Sí, centro las charlas en cómo podemos minimizarlo desde casa: por ejemplo, comprando electrodomésticos que sean eficientes en el uso de energía; haciendo la compra en mercados locales para así potenciar más nuestra agricultura; fomentando el ahorro energético con bombillas de bajo consumo; utilizando menos transporte privado o restringiendo el uso del aire acondicionado... Son cosas que podemos hacer todos, aunque es complicado concienciar a la gente porque nos acostumbramos muy fácilmente a lo cómodo.
Pero no son medidas complicadas.
No, de hecho suelo poner el ejemplo de EEUU. Yo estuve viviendo en California y allí los ciudadanos están muy concienciados. En el supermercado compran fruta ecológica que no ha sido tratada con pesticidas ni fertilizantes, sino usando solo el abono orgánico de las vacas; también hay cada vez más cultivos rotatorios para hacer los suelos más productivos a largo plazo, y los ciudadanos están muy sensibilizados con el uso del aire acondicionado: cierran las casas durante el día y abren por la noche para que entre el fresco. Otro ejemplo es el uso de energías renovables como el etanol en los coches, que aquí no se utiliza, o la energía eólica... Quizá esto responda solo a una minoría dentro de EEUU, pero es mi experiencia y por eso lo cuento.
Frente a esa sensibilización de la sociedad, EEUU no proyecta una buena imagen en el aspecto medioambiental por sus rechazos a los compromisos de Kioto...
Es cierto. Precisamente el público que asiste a mis charlas me suele decir que mientras los Gobiernos no informen y se impliquen más en el cambio climático, el ciudadano de a pie poco tiene que hacer.