Tras un mes del comienzo de la erupción en la isla de La Palma podemos afirmar que nos encontramos ante uno de los fenómenos de mayor envergadura de los previsibles en Canarias, si lo comparamos con la mayoría de las erupciones históricas vividas hasta hoy. Estamos viviendo una erupción estromboliana, pero de las fuertes. La explosividad es mayor que la media y con una cantidad de material expulsada considerable.
El volcán de Cumbre Vieja sigue rugiendo sin cesar. Debajo, el magma que se había acumulado a varios kilómetros de profundidad busca su camino hacia la superficie, acompañado de sismos, gases y deformaciones del suelo. El final de la erupción dependerá de la evolución de este líquido formado por roca fundida a más de 1.300 ºC.
La destrucción que deja a su paso la colada de lava en La Palma ha relegado a un segundo plano los daños que los numerosos seísmos, aunque de baja intensidad, pueden estar ocasionando en las edificaciones no afectadas directamente por la erupción. Dos expertos consultados por SINC señalan que nuestro país tiene una normativa sísmica de construcción anticuada, que no protege a las viviendas frente a estos fenómenos.
La superficie afectada llega ya a 399 hectáreas, mientras el gobierno central ha anunciado un paquete de ayudas por un valor total de 206 millones de euros. Las medidas irán encaminadas a garantizar viviendas, negocios, plantaciones e infraestructuras, así como a paliar el problema de abastecimiento de agua.
Además del Instituto Geográfico Nacional, que es el responsable de la vigilancia del volcán en La Palma, otras instituciones han pedido autorización para viajar y estudiar su evolución. Es el caso de un equipo de la Universidad de Granada, del que forma parte el científico Javier Almendros, que ha instalado sismómetros electrónicos cerca del cono principal.