El virus del zika es una emergencia internacional de salud pública y el mosquito que lo transporta coloniza cada vez más territorios. Este pequeño viajero, que tiene sus mejores aliados en los desplazamientos humanos y el cambio climático, lleva siglos especializándose en picar a nuestra especie. Brasil ha puesto en marcha al ejército contra él. Los científicos buscan soluciones más sofisticadas, como liberar ejemplares estériles, infectarlos con bacterias o manipularlos genéticamente.
El mayor enemigo al que se enfrenta un país gigante como Brasil, del tamaño casi de un continente, mide entre 4 y 7 milímetros. Se trata de un bicho que se reproduce en ciclos de siete a diez días y ataca siempre en la vigilia. El Aedes aegypti es uno de los tres mosquitos más peligrosos del mundo junto al mosquito tigre (Aedes albopictus) y el de la malaria (Anopheles gambiae); y el responsable de la transmisión de virus que afectan a millones de personas en todo el planeta: dengue, zika, chikunguña, fiebre amarilla e incluso virus del Nilo Occidental.
Procedente de África, donde fue clasificado hace más de tres siglos, su nombre se eligió a conciencia: en griego antiguo “aedes” significa desagradable, insoportable, insufrible; y su apellido “aegypti” indica que se identificó por primera vez en Egipto. Antes de saltar mundialmente a la fama por el zika, se le ha conocido como el mosquito de la fiebre amarilla, una enfermedad que mata a 44.000 personas cada año. El insecto parece estar genéticamente preparado para resistir los intentos de exterminarlo.
Su migración por el mundo puede haber tenido dos grandes aliados: los viajes globalizados y el calentamiento del planeta. “Este año, por las características del fenómeno de El Niño, se esperaba que las poblaciones de mosquitos se expandieran”, señaló Margaret Chan, directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS) al declarar el zika una emergencia internacional el 1 de febrero de 2016 por su posible relación con miles de casos de microcefalia en bebés.
“Sí, se cree que el cambio climático ha contribuido a la propagación de esta especie de regiones tropicales a otras más subtropicales, e incluso partes de Estados Unidos”, explica a Sinc el profesor Thomas Walker, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres.
El mosquito es un viejo conocido en las Américas. En la guerra hispano-estadounidense de 1898 generó una epidemia de fiebre amarilla que mató más soldados que los que murieron por las armas y los cañonazos.
Considerado típico de zonas tropicales y subtropicales, el Aedes aegypti, de color negro con patas rayadas, posiblemente viajó a América por primera vez alrededor del año 1600 junto a los conquistadores españoles, escondido en los barriles de agua de los barcos que traían esclavos al nuevo continente.
“Hace entre 4.000 y 6.000 años evolucionó para vivir en hábitats humanos. Fue esta forma doméstica la que se introdujo en el Nuevo Mundo y más tarde, probablemente en 1890, llegó a Asia”, explica a Sinc Jeffrey Powell, profesor de Ecología y Biología evolutiva de la Universidad de Yale. Powell se declara un apasionado del Aedes aegypti, al que ha estudiado durante 50 años. “Parte de su adaptación fue tomar sangre para sus comidas de la fuente disponible más segura: tú o yo”, continúa.
Actúa con un sigilo supremo, sin zumbidos. No deja una gran picadura. Ataca a cualquier hora del día, aunque prefiere las primeras horas de la mañana o la tarde, y casi nunca por la noche, como sí hace el mosquito de la malaria. Solo la hembra se alimenta de los humanos, puesto que necesita nuestra sangre para desarrollar sus huevos, mientras que el mosquito macho prefiere el néctar de las plantas.
Los adultos viven entre cuatro y seis semanas. Succionan sangre cada tres o cuatro días y en su búsqueda pican a muchas personas, transmitiendo a su paso el virus. Cada mosquito hembra puede poner más de 400 huevos en cuatro ciclos reproductivos relativamente rápidos. De siete a diez días después habrá nacido un nuevo mosquito adulto que portará el virus de su progenitora.
Los huevos presentan una particularidad: son capaces de soportar largas temporadas de sequías durante más de un año, hasta que encuentran una pequeña cantidad de agua estancada en la que crecer y convertirse en larva, pupa y mosquito adulto de nuevo.
Vuela tan solo un rango de entre 200 y 400 metros, lo que condiciona todos sus hábitos de alimentación y reproducción y lo ha llevado a convertirse en un mosquito doméstico, urbano y de hábitos domiciliarios: vive cerca de las casas y se reproduce en cualquier pequeño lugar donde haya agua limpia estancada.
Contenedores de agua guardada para lavar o cocinar, maceteros, tuberías externas de aires acondicionados, restos de neumáticos y jardineras son algunos de los más frecuentes, pero se han documentado hasta 20.000 lugares donde el mosquito puede poner sus huevos y reproducirse, a veces en lugares minúsculos.
“Necesitan muy pocos nutrientes, un pequeño tapón de una bebida donde se acumuló un poco de agua es suficiente”, explica a Sinc Carolyn McBride, profesora asistente de Ecología y Biología de la evolución de la Universidad de Princeton (EE UU), especializada en el Aedes aegypti.
“Únicamente vive en asociación con los humanos y en los últimos 10.000 años partes de su fisiología se han especializado para digerir nuestra sangre de forma eficiente. La morfología y el comportamiento también han evolucionado para aprovecharse de nosotros”, continúa McBride.
“El Aedes aegypti ha desarrollado una increíble capacidad de detectar el olor humano. Puedes ponerte un guante de laboratorio y recortar un pequeño agujero de forma que apenas un centímetro de piel está expuesta y serán capaces de encontrarlo”, señala la investigadora. Ni el sudor posterior al ejercicio ni los perfumes puede engañarlo. “Prefiere con diferencia el olor de los humanos al de otros animales”, explica.
Ilustración de 'Aedes aegypti' del año 1905. A la izquierda, el macho. En el centro y a la derecha, la hembra. Arriba, pareja copulando. / Emil August Goeldi
Esta asociación con los humanos ha sido especialmente peligrosa para el hombre. No en vano el mosquito es considerado, como señaló en una entrada de su blog Bill Gates, el animal más peligroso para el hombre, directamente responsable de un número de muertes al año mucho mayor que cualquier otro animal: tiburones (10 muertes), cocodrilos (1.000), culebras (2.500), arañas (10.000) o incluso los propios humanos (475.000). Se cree que el mosquito fue responsable el año pasado de más de un millón de muertes en el mundo, si se suman las de la malaria (725.000) con las de otras enfermedades transmitidas por ellos.
Pero solo un número pequeño de especies de mosquitos son capaces de transmitir enfermedades. “Aedes aegypti ha sido durante mucho tiempo un vector principal para los virus que causan enfermedades humanas. Y los virus también evolucionan para reproducirse muy bien en mosquitos que pueden llevarlos de un humano al próximo”, señala Powell.
“El patógeno se adapta a una especie particular”, explica a Sinc Grayson Brown, presidente de la Sociedad Entomológica de Estados Unidos, institución que, en colaboración con su homóloga en Brasil, prepara un congreso sobre cómo luchar contra el mosquito para este mes de marzo en el país sudamericano.
“El virus infecta los muros del estómago, las células, luego la sangre del mosquito y posteriormente las glándulas. Son muchos los pasos que ha de dar para causar la infección”, explica Brown. El propio mosquito sufre la enfermedad que transmite y su comportamiento es errático, lo que lo lleva a picar con mayor frecuencia y transmitir mejor la enfermedad.
El ejército brasileño ya se ha puesto en marcha para combatirlo. Más de 220.000 miembros de las Fuerzas Armadas de Brasil se dedican a ir casa por casa dispuestos a ganarle la guerra al mosquito, fumigando los miles de lugares donde se pueden generar criaderos. Y tienen incluso permiso de la presidenta del país para entrar por la fuerza. Pero la efectividad de esta medida es algo que aún se pone en duda, sobre todo en un país que ya vio cómo las poblaciones de mosquitos bajaban a niveles históricos.
“Hubo un gran esfuerzo de erradicación del Aedes aegypti en Sudamérica hace unas décadas, pero fue abandonado de forma prematura. Como resultado, tenemos una nueva explosión en esa zona”, señala Brown.
Ante la amenaza que supone y la gran cantidad de enfermedades que transmite, (solo en el caso del dengue 50 millones de personas se infectan cada año, una cifra que se ha multiplicado por 30 en los últimos 50 años, según la OMS), hay quienes se plantean si lo mejor no sería eliminar a los mosquitos por completo de la faz de la Tierra.
“No creo que sea muy realista, ni siquiera que se pueda eliminar del todo a este mosquito concreto”, apunta MacBride. “Técnicamente sería posible erradicarlo, pero resultaría extremadamente costoso en términos económicos y medioambientales y los esfuerzos se dirigirían a una sola especie. A menos que lo eliminases de todo el planeta, volvería a invadir un lugar, antes o después, como ya ha sucedido. Además, ¿qué pasaría con las otras especies que transmiten enfermedades?”, se cuestiona Brown.
Así que las líneas de actuación van en otra dirección. “Hay nuevos métodos de control de mosquitos en fase de pruebas, como soltar en una zona machos estériles modificados genéticamente para disminuir de forma drástica las poblaciones, o liberar mosquitos infectados con una bacteria llamada Wolbachia que impide a los virus replicarse dentro del mosquito. Ambas estrategias tienen el potencial de reducir el impacto de las enfermedades transmitidas por mosquitos”, señala Walker.
Powell apuesta por un tercer método en el que está trabajando. “Esperamos cambiar genéticamente las poblaciones de mosquitos de forma que no puedan transmitir virus. Los mosquitos todavía estarán ahí, pero no serán capaces de causar enfermedades”, explica.
“Mi enfoque pretende utilizar los mismos métodos usados por criadores de plantas y animales para seleccionar naturalmente mosquitos existentes incapaces de transmitir patógenos. Sabemos que esos mosquitos ya existen, se trata de seleccionarlos para que dominen las poblaciones”, señala.
Otros incluso se plantean utilizar las tijeras moleculares CRISPR. En un estudio publicado recientemente en la revista Trends in Parasitology, los expertos proponían controlar a las hembras con esta revolucionaria herramienta de edición del ADN, con la que se podría editar el genoma de las hembras y reasignarles el sexo para convertirlas en inofensivos machos.
Y, por supuesto, las vacunas. Que ya exista en un estadio inicial la vacuna de la fiebre amarilla, y sobre todo, la del virus del Nilo, ofrece una esperanza de encontrar una estrategia acelerada para acabar con el zika, sin dejar nunca de lado los programas de control de mosquitos.
“Nuestro objetivo en el congreso de marzo en Brasil es que las sociedades entomológicas lideren los esfuerzos para implicar a todo el mundo en Sudamérica en la lucha contra el mosquito hasta alcanzar el estándar que hay en muchas otras partes. Esperamos que este esfuerzo se mantenga durante décadas. El zika no es la última enfermedad que vamos a ver, hay un gran número de virus que están esperando su turno para aparecer en este continente. Por ello tenemos que ser mucho más eficientes a la hora de controlar y planificar las poblaciones de mosquitos en el largo plazo”, finaliza Brown.