Pese a que se le atribuye escasa importancia en el ser humano, el olfato parece no ser tan accesorio: al ser uno de los sentidos más primitivos, está directamente conectado con los sentimientos, y su pérdida puede señalar la existencia de enfermedades neurológicas. Ésta es una de las esencias con las que resumen el interés de la investigación olfativa los científicos de la Universidad de Oviedo que están rastreando las rutas moleculares del olfato.
Como explican los investigadores del Grupo de Neurogenética de la Universidad de Oviedo, las neuronas olfatorias tienen la particularidad de que crecen y migran durante toda la vida y se ha comprobado que la pérdida de olfato es uno de los primeros indicadores de enfermedades neurodegenerativas. Además, en especies como los insectos, el olfato es la fuente principal de información para buscar alimento, pareja o lugares de crianza.
Con el objetivo de conocer mejor el ámbito de la percepción de los aromas, los ensayos que está llevando a cabo el grupo de investigación se centran en Drosophila, la mosca de la fruta, pero los resultados son aplicables a diversas especies. “Estudiamos el proceso de transducción, es decir, cómo una señal química, en este caso generada por un olor, se transforma en una señal eléctrica que puede ser comprendida por el cerebro”, explica José Fernando Martín López, investigador del Grupo que ha regresado de la Universidad de Manchester (Reino Unido) gracias a una ayuda del Plan de Ciencia, Tecnología e Innovación del Principado.
Esconder olores
Poder modificar el olfato y que un aroma que resultaba irresistible para una determinada especie se le pase por alto es uno de los objetivos del Grupo de Neurogenética. Como explica Esther Alcorta Azcue, coordinadora del Grupo y profesora de Biología Funcional, así se podrían evitar las picaduras de insectos perjudiciales para el hombre, o proteger a los cultivos de plagas. Pero para ello hay que conocer en primer lugar el detalle de las rutas moleculares que se activan en la transmisión del estímulo olfativo en su fase química, es decir: antes de que el cerebro lo perciba.
Es en esta fase en la que se centran actualmente los investigadores, con el objetivo de acumular un conocimiento que les permitirá seleccionar la sustancia que hará posible bloquear la “traducción” del impulso químico a eléctrico y “esconder” así el olor del cerebro. En palabras de Esther Alcorta, “una vez que conozcamos los genes que se expresan en la olfacción de una especie determinada, podremos emplear un compuesto bloqueante del olfato que actúe a la carta, de forma selectiva sobre una especie. Se trata de una de las líneas de trabajo que esperamos acometer a corto plazo”.
Y la labor previa de determinar los fragmentos de genes exclusivos de esa especie que se activan en el mecanismo olfatorio permitirá que el elemento bloqueante no tenga efectos sobre otras especies que desempeñan funciones positivas, como las abejas, o el propio ser humano. De hecho, explica la investigadora, existen compañías interesadas en poder ofrecer estos compuestos bloqueantes del olfato para controlar plagas, y con ellos, una alternativa al uso de pesticidas, en su mayoría tóxicos y de acción indiscriminada.
Red nacional
El Grupo de Neurogenética de la Universidad de Oviedo se integra en la Red Olfativa Española. En la Red, que cuenta con el apoyo del Ministerio de Ciencia e Innovación, participan diversos grupos de organismos de investigación como el Instituto Cajal y el Instituto de Física Aplicada, ambos del CSIC, junto a diversas universidades y otras entidades de ocho comunidades autónomas. La Red nació en 2006 a raíz de la reunión de más de 50 científicos del ámbito en Pendueles (Asturias). Desde entonces, el Principado acoge la reunión bianual de la Red, uno de cuyos socios fundadores es Esther Alcorta.
Es destacable el trabajo en “narices electrónicas” que desarrollan grupos de Madrid y Barcelona dentro de la Red. Estas “narices” pueden emplearse para hacer análisis químicos sencillos y rápidos; y como explica José Fernando Martín López, “podrían llegar a sustituir en algunos casos a los catadores de jamón, vino y perfumes. Además tienen aplicaciones muy interesantes en la detección de compuestos peligrosos como explosivos, gases, drogas; e incluso de hipotéticos ataques químicos o biológicos”.
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