Cazadas y perseguidas por su carne y espesa piel, las belugas son un anhelado objeto de deseo para decenas de acuarios del mundo. De los más de 230 ejemplares en cautividad, el 80% ha sido capturado en su hábitat natural, sobre todo en aguas rusas. Solo el Acuario de Vancouver (Canadá) prohíbe la adquisición de belugas salvajes. La reciente muerte de una de ellas en el SeaWorld de Orlando (EE UU) vuelve a centrar las miradas en las ballenas blancas.
Era verano de 1861 cuando P. T. Barnum, “el gran Showman americano”, anunció su nueva exhibición en el museo americano de Nueva York: dos belugas vivas. El New York Tribune relató la llegada de estas ballenas que causó estupor entre el público que nunca había visto animales vivos en cautividad. Fue el primer intento de Barnum de exhibir cetáceos. Le siguieron otros ocho o nueve hasta que el museo ardió en 1865.
Las belugas (Delphinapterus leucas) de Barnum fueron capturadas en la costa de Labrador (Canadá) por un grupo de 35 hombres. Tras un largo viaje hasta la ciudad estadounidense en contenedores herméticos llenos de agua de mar, llegaron a su nuevo hogar, un tanque de 17 metros de profundidad y casi 8 de ancho. Según el diario, la piscina pareció encajar “notablemente” con los cetáceos de 7 y 5,5 metros de longitud.
No fue más que el principio de un ambicioso negocio llevado por el señor Barnum. Así lo auguraba el New York Tribune al finalizar su noticia: “Acogerá cachalotes y sirenas, y toda cosa extraña que nade, vuele o trepe, hasta que el museo se convierta en un vasto microcosmos de la creación animal”.
Un siglo y medio más tarde, el vaticinio del periódico se ha hecho realidad en acuarios de todo el mundo. De ellos, 57 son el hogar de unas 235 ballenas belugas, de las que 47 han nacido en cautiverio. Las otras 188 –dos de ellas se encuentran en el Oceanografic de Valencia y son las únicas belugas en cautividad de la Unión Europea– han sido capturadas en estado salvaje en aguas de Canadá y, en los últimos años, de Rusia.
El desafortunado final de Nanuq
Entre ellas estaba Nanuq, un macho de unos 31 años prestado por el Acuario de Vancouver en 1997, que falleció accidentalmente el pasado 19 de febrero en el SeaWorld de Orlando en EE UU, cuando una hembra le rompió la mandíbula con la cola. Murió a causa de una infección que los veterinarios no pudieron tratar.
“Ha sido un accidente raro que suele pasar en estado salvaje”, aclara a Sinc Clint Wright, vicepresidente y director general del Acuario de Vancouver (Canadá), primer hogar de esta beluga en 1990, y centro independiente de investigación marina sin ánimo de lucro.
No fue un acto agresivo ni hubo saltos involucrados. La hembra le golpeó con la cola en un desafortunado giro del macho. “Sucedió muy rápido en medio de la piscina y cuando volvieron a la orilla tenía la mandíbula rota”, detalla un afectado Wright, que trabajó con este animal hace años. El experto se muestra tajante: el accidente no se produjo por las condiciones del acuario o por el hecho de vivir en cautividad.
La ballena blanca Nanuq, padre de Qila, una de las belugas que residen en Vancouver, fue extraído de entre la población de la bahía de Hudson, al noreste de Canadá, en 1990. Su primer hogar en cautividad fue este acuario canadiense. “En 1990 capturamos los últimos animales en aguas canadienses”, indica Wright, con 30 años de experiencia en la cría y que supervisa todos los aspectos de la gestión de los cetáceos.
En 1996 la dirección del Acuario de Vancouver anunció que no volvería a capturar animales en estado salvaje para llenar sus instalaciones. “Fuimos el primer acuario en tomar esta decisión y, según creemos, seguimos siendo los únicos en no aceptar belugas salvajes”, asevera su director.
La decisión fue sencilla: “Había suficientes que nacían en cautiverio y ya no nos pareció justo capturar belugas. Fue una forma de mejorar la colaboración con otras instalaciones y reducir la captura en estado salvaje”, dice el canadiense. Sin embargo, muchas ballenas blancas siguen siendo capturadas, confinadas y transportadas por todo el mundo con fines puramente comerciales.
Rusia, la fiebre por la piel blanca
Canadá tiene 47 belugas en cautividad, de las que 45 están recluidas en el mismo centro en Ontario –Marineland– que cuenta con la “mayor colección del mundo”. Junto con China, que posee 72, son los países que acogen más ejemplares de estos cetáceos en sus tanques artificiales. A diferencia de Canadá, que cuenta con 21 ballenas nacidas en cautiverio, el 100% de las que viven en los 18 acuarios chinos proceden del hábitat natural, principalmente del Ártico ruso. En los países asiáticos, el negocio está en auge.
Hasta el año 1992, podían capturarse en aguas canadienses y rusas, pero la muerte –posiblemente por la reacción a los antiparasitarios– de dos ejemplares capturados en Canadá para un acuario de Chicago (EE UU) supuso un antes y un después. A finales de diciembre de ese año, el gobierno canadiense prohibió la caza de belugas salvajes. En la actualidad, Rusia es el único país que sigue capturando y exportando estas ballenas blancas.
La Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de la Fauna y Flora Salvajes (CITES) regula el comercio de cetáceos. “Casi todos los cetáceos, incluidas las belugas, constan en el Apéndice II, lo que quiere decir que pueden ser comercializadas a nivel internacional si los países de origen toman la resolución de no perjudicar a la especie en estado salvaje”, declara a Sinc Naomi Rose, científica especializada en mamíferos marinos en el Instituto de Bienestar Animal (EE UU), quien recalca que “en esencia el comercio no está regulado porque todos los países que los comercializan toman la resolución sin justificarla”.
A pesar de que la industria del entretenimiento con cetáceos varía de un país a otro –en Reino Unido, por ejemplo, los delfinarios están prohibidos–, “Rusia es el lugar menos atractivo a este respecto”, dice a Sinc Gayane Petrosyan, realizadora del documental Born to be Free, aún en fase de posproducción y que se estrenará este otoño.
Rusia es el tercer país con más ejemplares de estos mamíferos marinos en cautividad (41), todos capturados en estado salvaje. De este país parten, después de pasar una cuarentena, todas las que se exportan a China y EE UU. La falta de legislación tanto en las condiciones y confinamientos en los delfinarios como en los métodos de captura y el comercio internacional impide los controles exhaustivos.
“Ni siquiera se han establecido estándares legales para los recintos o requisitos para la certificación de los cuidadores. Técnicamente podrías comprar con total legalidad una beluga y guardarla en la bañera”, denuncia Grigory Tsidulko, biólogo marino, asesor en el Ministerio de Recursos Naturales de la Federación rusa y que durante un año fue entrenador de mamíferos marinos en el zoo estatal de Moscú (Rusia).
Captura de ejemplares de beluga en el mar de Okhotsk (Rusia). El destino de estos cetáceos son los acuarios. / Evgeny Tagiltsev
Ejemplo de ello es que en 2013 se autorizó oficialmente la captura de 245 ejemplares de beluga en Rusia con un solo destino: acuarios y delfinarios. “Se lograron capturar y transportar 81 ballenas, de las que 34 murieron durante el proceso de captura, y 7 a la espera de ser trasladadas a un acuario. Este es el precio que pagan las belugas de los shows”, informa Petrosyan.
La realizadora se ha adentrado en este mundo junto a un equipo de científicos y buceadores para describir las condiciones en las que estos mamíferos marinos son recluidos en Rusia –como lo hizo el documental Blackfish con las orcas en cautividad–. Según Petrosyan, la tasa de mortalidad de las belugas durante la captura es de al menos el 50%.
Pero un informe publicado en 2009 por la Sociedad Mundial para la Protección de Animales, liderado por Rose, señalaba que Rusia no solo suministra belugas a EE UU y China. También Tailandia, Egipto, Taiwán, Bahréin y Turquía se han convertido en sus clientes. “La mayoría no tienen las instalaciones aptas para mantener a estas especies árticas a una temperatura apropiada”, constataba el trabajo.
Del Ártico al acuario
Una vez capturadas, las belugas son trasladadas a instalaciones del mar Blanco, a la estación marina de Utrish y a la de Sochi, entre otras. Allí permanecen un mes para luego ser transportadas a delfinarios rusos o extranjeros. Pero según Dmitry Glazov, investigador en el Instituto Severtsov de Ecología y Evolución de la Academia rusa de Ciencias y miembro de la junta del Comité de Mamíferos Marinos ruso, el momento más estresante para las belugas es la captura.
“Las belugas pueden morir ahogadas cuando quedan atrapadas en las redes de pesca”, señalaba Glazov en una entrevista para el Programa para la Ballena Blanca (Rusia). “Es de esperar que sufran un periodo de estrés, por eso en las instalaciones debería controlarse”, explica Wright quien añade que cualquier acción no familiar en un animal incrementa sus hormonas de estrés.
Centro al este de Rusia (Nakhodka) en el que se retienen a las belugas de forma temporal antes de ser trasladadas a los acuarios. / Maxim Lanovoy
Pero estas son normales y les permite sobrevivir ante algunas situaciones. En un estudio publicado en 2014 en la revista General and Comparative Endocrinology, se tomaron muestras a 168 delfines mulares salvajes para monitorizar el impacto del estrés ante un número cada vez mayor de amenazas de origen antropogénico.
“Los delfines mostraron una respuesta típica en los mamíferos a un estrés agudo al ser capturados y retenidos. Esta es una respuesta fisiológicamente normal y común a todos los mamíferos marinos”, señala a Sinc Patricia A. Fair, autora principal del estudio e investigadora en la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE UU (NOAA, por sus siglas en inglés). Es su manera de reaccionar ante una amenaza y de recuperarse a posteriori.
Al estrés de la captura le sigue la tensión generada durante el periodo de cuarentena a la espera de su destino final. “Es un periodo que incluye una alimentación inapropiada y riesgos para su salud”, señala el investigador ruso, quien recalca que este es el momento más crítico de su vida en cautividad en términos de adaptación y riesgos de muerte.
Algunas de estas instalaciones muestran las escenas más dramáticas de las belugas captivas, retratadas en el documental Born Free. El equipo de grabación encontró enterrado en un montón de basura a un bebé de beluga, muerto en cautividad y escondido para no llamar la atención. “En los bosques cercanos había al menos tres sitios como este con bebés”, recuerda a Sinc Petrosyan.
Las que sobreviven vuelven a ser transportadas a sus acuarios de destino, “lo que incluye más estrés fisiológico, carencia alimentaria y, lo peor de todo, deshidratación”, asevera Glazov, quien señala que se intentan capturar belugas de dos o tres años de edad que pesan de 200 a 300 kilos, al ser más fáciles de manipular que los adultos, que pueden superar la tonelada.
Una vez en sus acuarios de destino, los animales “ya no sufren estrés”, asegura el canadiense. Pero a lo largo de su vida algunas pueden ser transportadas hasta en cinco ocasiones, como le ocurrió a Natasha, capturada en Manitoba (Canadá) en 1984 y que tras varios traslados acabó en 2009 en el SeaWorld de Texas (EE UU).
Desde el Acuario de Vancouver, se han movido animales de unas instalaciones a otras, pero “cada animal es diferente”, asegura Wright. Aun así, “la mayoría se transporta bien. Se monitorizan sus hormonas sanguíneas y comprobamos sus niveles de estrés en el transcurso”, añade el director del acuario canadiense, desde donde se preentrena a los animales para que “estén cómodos durante el traslado”.
En Norteamérica el viaje se hace en avión. “Nadie se piensa dos veces transportar un perro, un gato o un niño en un avión”, observa Wright, quien señala que en el caso de las belugas el transporte se hace “lo más rápido posible, sin trasbordos”, en un proceso “minuciosamente regulado”.
Cuando llegan a sus nuevos hogares los mamíferos marinos han de adaptarse y alimentarse –las belugas no comen peces congelados sino el que cazan en el mar–. Pero no todas las instalaciones cumplen con las condiciones adecuadas.
Más que un gran agujero
Para la científica Naomi Rose, “la mayoría de las belugas permanecen en monótonos tanques de hormigón”, pero necesitan más que “un gran agujero azul en el suelo”, dice Wright.
Investigación del aparato respiratorio de la beluga Aurora en el Acuario de Vancouver (Canadá). / Vancouver Aquarium Marine Science Centre
Su nuevo hábitat tiene que contar con playas y zonas menos profundas, donde se sienten más seguras. “Hay que tener en mente para qué especie es”, prosigue Wright. Debe haber cambios de profundidad y zonas de frotamiento que recreen su entorno natural. Para 2017, el Acuario de Vancouver contará con nuevas instalaciones que serán “tres o cuatro veces más grandes que las actuales” y albergará más belugas, recuperando algunas de las que prestaron a otros delfinarios.
Además de exhibir animales, los acuarios son lugares de investigación para científicos. En el centro marino del acuario de Vancouver, la investigadora Valeria Vergara estudia el desarrollo del lenguaje vocal de cetáceos en cautividad. Viajó al Ártico el verano pasado para comparar las señales de las poblaciones salvajes de las belugas, también denominadas ‘canarios del mar’ por su gran repertorio de gorjeos, chasquidos y chillidos. Es una de las especies de cetáceos que emite más cantidad y variedad de sonidos.
“Esto es importante porque el deshielo producido por el cambio climático permite que más barcos se adentren más en el Ártico”, apunta Wright. Aparte de las capturas para fines comerciales, el ruido y la contaminación también se convierten en amenazas. “Es lo que estudiamos con los animales de nuestros acuarios”, señala Wright.
Una investigadora instala un hidrófono en aguas del Ártico. / Gretchen Freund
Para él, la tenencia en el acuario se justifica porque "es un animal al que todos los canadienses deberían proteger. Nuestras acciones tienen un impacto en los animales que viven en el Ártico". Y, para ello, la conservación realizada en el centro debe ser la mejor: "Lo que se aprende con estos animales hay que aplicarlo a las poblaciones salvajes", declara Wright.
Sin embargo, según el informe de 2009 de la Sociedad Mundial para la Protección de Animales, son mínimos los estudios científicos con cetáceos cautivos comparados con los que se realizan con los salvajes. A la espera de ampliar el conocimiento científico sobre estas bellas criaturas, muchas siguen siendo arrancadas de sus hogares naturales solo para satisfacer la sed de espectáculo.
En junio de 2012, el acuario de Georgia en EE UU solicitó al sector pesquero de la NOAA la importación de 18 ejemplares de beluga previamente capturados en el mar de Okhotsk en Rusia y mantenidos en la estación marina de Utrish a la espera del transporte.
La petición –para la industria del entretenimiento de este y otros acuarios estadounidenses– provocó tal revuelo social y mediático que, basándose en la regulación y tras una consulta popular, el organismo americano decidió prohibir la importación desde Rusia de los cetáceos. Pero en lugar de recuperar su libertad, las belugas –de las que cinco eran lactantes– quedaron prisioneras en estrechos y oscuros tanques.
El acontecimiento inspiró y motivó a la realizadora Gayane Petrosyan que, junto al científico Grigory Tsidulko, la productora y escritora Tatiana Beley, y la campeona rusa de buceo libre Yulia Petrik–, grabó la realidad de las capturas, el transporte y el comercio de estos animales en el documental Born to be Free, cuyo estreno se prevé para este otoño y que cuenta con el apoyo de la Earthrace Conservation Organization.
La cinta, ahora en fase de edición y posproducción, y con una campaña activa de mecenazgo para apoyar el proyecto de conservación de cetáceos, es el primer paso del equipo de realización, dispuesto a seguir investigando “para cambiar la actitud del público sobre el cautiverio de cetáceos”. “Una película tan directa sobre el mundo de los acuarios es más indispensable para los humanos que para los cetáceos”, opina Petrosyan. Born to be Free nos da la oportunidad de “ser mejores”.