Desaparecen las playas y con ellas las esperanzas de muchos africanos que dependen del mar para sobrevivir. Las orillas de los países que circundan el Atlántico sudoeste se hunden a un ritmo desenfrenado por el aumento del nivel del mar, que se come en ciertas zonas hasta 10 metros de playa y cuestiona el tamaño de los países. El agua se traga hogares, hoteles, carreteras e incluso cementerios, donde el océano levanta las lápidas y deja los huesos flotando.
Muchas etnias africanas, como los imraguen en Mauritania y los n’zima en Costa de Marfil, viven del mar, pero su unión va más allá de la pesca. La conexión simbiótica con el océano les lleva a enterrar a sus muertos cerca del litoral, que sufre un gran desgaste por la erosión y el aumento del nivel mar, perceptible a simple vista. El agua, que avanza a pasos agigantados año tras año, entra en los cementerios y arranca las lápidas y desentierra los huesos.
“No es raro observar en la ciudad de Punta Negra, en el Congo, huesos humanos visibles por el deterioro que sufren los cementerios y lápidas que flotan en el mar. Ahora el cementerio es el último lugar donde tienen descanso eterno”, cuenta a Sinc Abou Bamba, coordinador regional en África occidental del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, por sus siglas en inglés).
El aumento del nivel del océano provocado por el calentamiento de la atmósfera y las aguas, y por el deshielo de los casquetes polares, se ha acelerado desde mediados del siglo XIX, y ha sido superior a la media de los dos milenios anteriores, según el V Informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). Aunque el nivel medio global del mar se ha elevado 0,19 metros desde 1901 hasta 2010, su aumento ha sido dispar en las diferentes zonas del mundo.
De hecho, en toda la costa del Atlántico occidental, desde Mauritania a Sudáfrica, el fenómeno, junto a la erosión costera, es mucho más que un problema ecológico. La subida de las aguas, que en algunos países engullen más de 10 metros de superficie de playa, hace peligrar toda una forma de vivir.
Un modo de vida en peligro
“El agua le gana terreno a la costa, pero también hay que mirar hacia las casas de las personas, que están totalmente inundadas. Ante el aumento del nivel del mar, la gente se instala en el interior de los países. A veces, incluso se ven obligados a huir y emigrar al norte del continente”, lamenta el experto, que lleva más de 24 años dedicándose a la protección del medioambiente.
Con el retroceso de las costas, las infraestructuras también se ven afectadas. “No solo los hoteles que están en las playas, también las carreteras, sobre todo en Benín y Togo”, indica Bamba. Desde hace varios años, la autovía número 2 que unía la ciudad de Lomé en Togo a Benín ha sido completamente tragada por el mar y ya no es ni siquiera visible, salvo en algunos puntos de la costa.
La inundación de las zonas hoteleras implica importantes pérdidas económicas. “Si no hay playa, no hay turistas”, señala el científico. El ejemplo más flagrante se encuentra en la ciudad balnearia de Saly Portudal, al sur de Dakar (Senegal) donde las playas desaparecen por completo y el agua llega hasta el interior de las recepciones de los hoteles.
El mar se adentra en los hoteles de Saly Portudal. / Abou Bamba (UNEP)
“En un país como Senegal, que no tiene apenas materia prima y vive casi exclusivamente del turismo, se crea un problema socioeconómico y de estabilidad política grave”, recalca Bamba, para quien es imprescindible prevenir estos riesgos medioambientales. Pero construir rompeolas cuesta millones de euros, y Sally Portudal también necesita inversiones en hospitales y colegios.
Con la desaparición de las playas y la inundación de los edificios se pierden muchos empleos, sobre todo entre los más jóvenes. El 60% de ellos trabaja en hoteles, restaurantes y servicios relacionados con el turismo. “Es un sector muy tocado por el aumento del nivel del mar”, subraya Bamba.
En estos países africanos, el retroceso de las playas, que de media es de entre uno y dos metros al año, no sucede siempre de manera uniforme. Estas diferencias dependen de la morfología y la configuración de la costa, del sentido de las corrientes y la fuerza del viento, entre otros factores.
Un estudio publicado el pasado mes de noviembre en Journal of Coastal Research demuestra que la vulnerabilidad costera depende fuertemente de la geomorfología del litoral y de la energía de las olas. Según el trabajo, que ha evaluado el índice de vulnerabilidad costera de Costa de Marfil, la fragilidad aumenta hacia el oeste.
Los resultados de la investigación, liderada por la Universidad Félix Houphouët Boigny de Abiyán, en Costa de Marfil, indican que el riesgo que sufre toda la costa marfileña es de una categoría moderada. Sin embargo, “el índice de vulnerabilidad costera se incrementará sin duda con las previsiones del aumento del nivel del mar para las próximas décadas”, señalan los autores en el estudio.
Un fenómeno imparable
Los científicos alertan de que la elevación del nivel del mar continuará durante el siglo XXI. Según el IPCC, para el período 2081-2100 es posible que el aumento medio global se sitúe, en función de los diferentes escenarios, entre 0,26 y 0,55 metros, o entre 0,45 y 0,82 metros, respecto a los datos de 1986 a 2005. No solo ocurrirá a un ritmo más rápido que el observado entre 1971 y 2010, sino que además no cesará durante siglos, incluso si se estabiliza la temperatura media global.
En la misma línea, un estudio publicado recientemente en la revista PNAS revela que el aumento de 2 ºC de temperatura por encima de los niveles preindustriales conllevará un aumento del nivel medio del mar de 20 centímetros. Pero más del 90% de las áreas costeras experimentarán aumentos mayores.
“Si el calentamiento continúa por encima de 2 ºC, en 2100 el nivel del mar aumentará más rápidamente que en cualquier otro momento de la civilización humana, y el 80% del litoral rebasará el percentil 95, cuyo límite está en 1,8 metros de aumento global del nivel del mar”, advierte el equipo internacional de investigación, liderado por la Universidad de Lapland en Finlandia.
Bloques de roca para proteger los hoteles de la ciudad balnearia de Saly Portudal en Senegal. / Abou Bamba (UNEP)
A esto se une el hecho de que el incremento del nivel del mar no será igual en todas las áreas costeras. “Debido a las dinámicas oceánicas y a los cambios en la redistribución de la masa de agua, el aumento no será uniforme”, apuntan los científicos en el trabajo. En 2040, si las temperaturas suben 2 ºC, más del 90% de las costas sufrirá un aumento del nivel del mar por encima de los estimados 20 centímetros. En el atlántico norte y Noruega se alcanzarán 40 centímetros.
Con 5 ºC más en 2100, el nivel del mar alcanzará los 90 centímetros. En Nueva York se experimentará un aumento de 1,09 metros, la ciudad china de Guangzhou verá crecer sus aguas 0,91 metros y en Lagos (Nigeria) la subida será de 0,90 metros. Según los investigadores, las costas tropicales más vulnerables tendrán muy poco tiempo para adaptarse a partir de 2050 al aumento sin precedentes del nivel mar.
Lo que es casi seguro es que el mar continuará creciendo durante siglos después de 2100, según el IPCC. Y la magnitud de este ascenso dependerá de las futuras emisiones de CO2. Con temperaturas que alcancen hasta 4 ºC de aumento respecto a los niveles preindustriales, la pérdida del manto de hielo de Groenlandia se podría prolongar un milenio y el nivel oceánico crecería hasta siete metros.
Más allá de los efectos del cambio climático
Hay que señalar que no todos los desastres que se producen a lo largo de los 14.000 kilómetros de costa que separan Mauritania de Sudáfrica tienen un origen climático. Según Abou Bamba, que también es el secretario ejecutivo de la Convención de Abiyán –un acuerdo que reúne a 22 países africanos que bordean el Atlántico al oeste, centro y sur del continente para la protección, gestión y desarrollo del medio marino y costero–, también entran en juego causas antropológicas.
“En la actualidad hay un boom inmobiliario en África, sobre todo en Benín, Senegal, Costa de Marfil, Togo y Ghana, y todo el mundo está detrás de la arena”, declara. El negocio de lo que llaman sand mining (minería arenera) supone 70.000 millones de dólares por año. La práctica permite extraer arena principalmente a través de canteras abiertas y se draga de playas, dunas, e incluso del lecho marino o de los ríos.
La arena se usa generalmente para fabricar abrasivos o producir hormigón destinado a la construcción de edificios. “Está en plena expansión e intensifica el fenómeno de la erosión costera en el litoral africano”, lamenta el experto de Naciones Unidas.
La extracción excesiva degrada ríos y costas, ya que la explotación de este material rebaja el nivel del fondo y contribuye a la erosión de la orilla, un impacto agravado por el aumento del nivel del mar. Toda la arena extraída supone una pérdida para el sistema ecológico. “Ahora se están tomando medidas para prohibir el uso de la arena de mar para la construcción, pero no siempre se respetan”, se lamenta Bamba.
Mientras tanto, el avance del mar es imparable. Cada año el océano se come varios metros de costa. El problema no es solo ecológico: en estos países, puede provocar otros conflictos de carácter político. “Si este fenómeno perdura, es el propio tamaño de los países lo que va a cuestionarse. La superficie del país ya no va a ser la misma año tras año”, dice el científico.
Aunque la degradación de las costas y las playas en estos países no cesa, aún hay esperanza para recuperar los empleos perdidos por el aumento del nivel del mar. Una de las opciones es la instalación de aerogeneradores para suministrar energía local, “ya que esta es una de las regiones más ventosas del mundo”, indica el experto del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) Abou Bamba.
Además de explotar nuevas vías de negocio ya no solo ligadas a los hoteles, como las actividades de ocio y los deportes en el litoral, Bamba, que ayuda a los Estados a encontrar soluciones en la lucha contra la erosión costera, propone replantar todos los cocoteros que han sido arrancados de las playas.
“Habría que volver a plantar todos los árboles que se han ido con el agua y arreglar varios problemas: fijar el suelo y hacer sumideros de carbono con las hojas, crear empleo con las plantaciones y generar riqueza, ya no solo con la sombra de las palmeras, sino también con los cocos, de los que se extrae la copra [pulpa seca del fruto], el aceite y hasta la fibra que se emplea para los asientos de los aviones”, detalla el experto.
En marzo de 2017, los 22 países del litoral atlántico africano que forman parte la Convención de Abiyán se reunirán para intentar recaudar 150 millones de dólares a través del Banco Mundial y otros fondos verdes y adoptar algunas de estas medidas. “Pero no es suficiente. Si se divide esa cifra por 22 países, no queda mucho para cada uno”, notifica Bamba. Para este hombre comprometido con África, el coste de la inacción es elevado.