El uso masivo de antibióticos ha aumentado la resistencia antimicrobiana no solo en personas, sino también en la vida salvaje. Un estudio rastrea su evolución en los genes de osos pardos salvajes conservados en colecciones de museos en Suecia.
De forma fortuita, el médico británico Alexander Fleming descubrió en la década de 1920 la penicilina, un antibiótico empleado para el tratamiento de infecciones provocadas por bacterias sensibles. Pero su producción no se masificó hasta los años 40, cuando los químicos Ernst Boris Chain y Howard Walter Florey lograron sintetizarla para su distribución comercial. Los tres científicos ganaron el Nobel de Medicina o Fisiología en 1945.
A pesar de que la utilización de estos fármacos permite tratar infecciones bacterianas, su uso repetido en humanos y animales domésticos conlleva la aparición de resistencia antimicrobiana, una nueva amenaza para la salud pública que causa cientos de miles de muertes al año en todo el mundo.
“Muchos países ya han puesto en marcha medidas de control para reducir el uso de estos compuestos en medicina y ganadería –algunos de los cuales sirven para promover el crecimiento de animales–“, explica a SINC Katerina Guschanski, investigadora en el Centro de Biología Evolutiva de la Universidad de Upsala en Suecia. De hecho, este país fue el primer estado europeo en prohibir completamente los antibióticos como promotores del crecimiento en 1986, informa la experta.
Desde entonces, el gobierno sueco ha establecido un programa para controlar su uso en el sector biomédico, para que se reduzca su venta y estos fármacos solo se utilicen cuando sean absolutamente necesarios. “Sin embargo, tanto Suecia como otros países del mundo siguen utilizándolos para tratar enfermedades. No han dejado de hacerlo”, lamenta Guschanski.
Sin mayores medidas, los antibióticos y las bacterias resistentes pueden liberarse. Por ejemplo en los hospitales, donde son administrados al medio ambiente a través de las plantas de tratamiento de aguas residuales y propagarse por el agua a grandes distancias. Desde allí llegan a los animales salvajes, que a su vez pueden transmitir bacterias resistentes a las personas durante las actividades recreativas o la caza.
A pesar de ello, hasta hace poco no se había estudiado la evolución de la resistencia a los antibióticos en la fauna salvaje desde el inicio de la producción masiva en los años 40. Ahora, el equipo de Guschanski utilizó especímenes de osos pardos salvajes, conservados en colecciones históricas del Museo de Historia Natural de Estocolmo en Suecia, para estudiar sus efectos a lo largo de toda la historia de su aplicación. Los resultados se publican en la revista Current Biology.
Los investigadores analizaron los cambios en las comunidades bacterianas –los microbiomas– que viven en la boca de estos animales y que se conservan como depósitos de cálculo sólido en los dientes, el cual puede permanecer inalterado durante milenios. Esto permitió estudiar que ha ocurrido con los osos pardos suecos desde hace 180 años.
“Extrajimos ADN de estas muestras y caracterizamos los genes que transmiten la resistencia a los antibióticos. Los osos son un buen reflejo de la resistencia en un entorno más amplio, porque normalmente no se acercan a las viviendas humanas. Por lo tanto, lo que vemos en ellos es lo que sucede en los ambientes lejos de los humanos”, subraya a SINC la científica sueca.
Así descubrieron que el aumento del uso de antibióticos en la medicina y la ganadería en las décadas de 1950 a 2000 provocó un incremento de la resistencia antimicrobiana en los osos pardos suecos salvajes. Pero también detectaron una clara tendencia a la baja en dicha resistencia tras la aplicación de políticas nacionales de control de su uso.
“También vemos que la diversidad de genes de resistencia antimicrobiana en las bacterias orales de los osos aumenta con el tiempo en el transcurso de los 180 años que abarca nuestro muestreo”, dice la experta. De hecho, en las muestras más recientes, detectaron una mayor diversidad de genes resistentes que en las muestras más antiguas, debido probablemente a una mayor diversidad de tipos de antibióticos usados por los humanos.
Un ejemplar de oso pardo. / Mats Björklund
Los osos pardos escandinavos suelen vivir alejados de los humanos, pero en ocasiones se acercan a pueblos y ciudades. Los investigadores esperaban encontrar más genes de resistencia a antibióticos en los osos que vivían en regiones más densamente pobladas de Suecia. Sin embargo, para su sorpresa, no fue así.
“Encontramos niveles similares de resistencia a los antibióticos en los osos de zonas remotas y en los que se encontraban cerca de la población humana. Esto sugiere que la contaminación del medio ambiente con bacterias y antibióticos resistentes está realmente extendida”, afirma Guschanski.
Ahora, el equipo pretende estudiar los efectos de la resistencia antimicrobiana en otros animales, como zorros, tejones o ciervos, del mismo modo que lo hicieron con los osos. “Las especies que están más estrechamente relacionadas con la población humana podrían ser útiles como especies centinela. Podrían servir como indicadores de los resultados inmediatos de la acción humana cerca de las viviendas”, concluye la experta.
Referencia:
Jaelle C. Brealey et al. “The oral microbiota of wild bears in Sweden reflects the history of antibiotic use by humans”. Current Biology