Con su guitarra siempre al hombro, una sonrisa en el rostro y un inconfundible acento gaditano, Francisco Cornejo es el científico elegido para representar a España en el 20 aniversario de las acciones Marie Skłodowska-Curie, el mejor programa de becas de investigación de la Unión Europea. Durante los próximos tres años, Cornejo desarrollará, gracias a una beca, un proyecto para entender la simbiosis marina desde un punto de vista evolutivo.
El biólogo marino Francisco Cornejo (San Fernando, Cádiz, 1983) tiene mucho que celebrar este año. La Unión Europea le ha seleccionado junto a otros 29 científicos de entre 8.916 solicitudes, para representar a los 28 estados miembro, así como a Colombia y Nueva Zelanda, en el 20 aniversario del programa de becas europeo Marie Skłodowska-Curie.
El proyecto, creado en honor a la laureada científica polaca nacida hace 150 años, permite a través de sus becas financiar el desarrollo profesional y la movilidad internacional de los investigadores. Está integrado en el programa de ayudas a la investigación Horizonte 2020 de la Comisión Europea y cuenta con un presupuesto de 6.200 millones de euros a distribuir entre los años 2014 y 2020.
Con la representación a España, el biólogo, cantaor y guitarrista flamenco que trabaja en el grupo de Silvia Acinas en el Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC) en Barcelona, ha obtenido una beca individual de tres años de duración. Los campos de trabajo de los seleccionados abarcan un amplio espectro de disciplinas que van desde el cambio climático hasta el estudio del cáncer o la prevención del radicalismo.
En el caso de Cornejo, su proyecto UCYN2PLAST buscará dar respuesta a uno de los mayores misterios de la biología evolutiva.
La Unión Europea le ha seleccionado por obtener la mejor puntuación de España. ¿Se lo esperaba?
Cuando supe que había conseguido un 98,4 sobre 100 lo primero que pensé es que se habían equivocado [risas]. Que te den una beca de este tipo es una maravilla, pero que además te escojan como representante de tu país es un subidón. El programa Marie Skłodowska-Curie tiene mucho prestigio, tanto a escala europea como mundial, y me va a permitir trabajar en dos de los mejores laboratorios de mi disciplina: la Universidad de California en Santa Cruz (EE UU), donde estaré los dos primeros años, y la Estación Biológica de Roscoff (Francia), donde residiré el tercero que contempla la beca.
El proyecto que ha presentado a este programa de becas europeo es una continuación de su tesis doctoral de la que ya ha publicado un artículo en una de las revistas científicas de referencia...
Sí, me han dado una beca postdoctoral cuando aún no he terminado la tesis, hecho que no suele suceder. La idea es continuar estudiando un tipo muy concreto de simbiosis marina, pero ahora desde una perspectiva evolutiva. El sistema que yo investigo es un caso de simbiosis obligada entre una cianobacteria y un alga unicelular en la que la bacteria está perdiendo su material genético y terminará esclavizada en el interior de su hospedador como si se tratara de un simple orgánulo.
¿Es el mismo proceso que han sufrido las mitocondrias y los cloroplastos de las células eucariotas y que Lynn Margulis postuló hace 50 años en su teoría de la endosimbiosis?
Es posible. Como estos sucesos ocurren a lo largo de escalas temporales geológicas, es decir, períodos de tiempo enormes, son imposibles de comprobar y solo podemos explicarlos mediante teorías o hipótesis. Lo que sí podemos estudiar son “fotografías” de lo que sucede en un momento concreto, y en este caso tenemos la suerte de que esta cianobacteria está justo a medio camino entre ser una especie y dejar de serlo.
¿Cómo saben que se trata de un estado intermedio?
Porque esta bacteria es totalmente dependiente, ya no puede vivir fuera del alga, y si comparamos su genoma con el de sus especies hermanas que viven en libertad vemos que ha perdido una gran parte del mismo. Por ejemplo, ya no puede realizar la función que la define como cianobacteria –la fotosíntesis–, porque toda su maquinaria celular está dedicada a hacer una sola cosa: fijar nitrógeno para dárselo al alga. Desde el punto de vista genético se está quedando en los huesos para aportar nutrientes a su hospedador.
Parece que la cianobacteria lleva las de perder en esta relación, ¿verdad?
En realidad salen ganando las dos. El alga aún podría vivir sola, pero el hecho de tener un simbionte que capte el nitrógeno ambiental y se lo ceda es una gran ventaja evolutiva respecto al resto de algas que no es capaz de hacerlo. La cianobacteria ha perdido genes, pero por otro lado tiene su ‘hotelito rural’ bien montado: se libra de los depredadores y se aprovecha de los nutrientes que le proporciona la fotosíntesis del alga.
¿Qué preguntas quiere contestar en su futuro proyecto UCYN2PLAST?
Ha habido un momento en la evolución en el que un alga le ha dicho a una bacteria: “Vente conmigo, que tú me fijas a mí el nitrógeno y yo te cuido de los depredadores” y la cianobacteria le ha contestado: “Vale, vamos de la mano y a ver cuánto dura esto”. Yo quiero saber cómo se traduce este diálogo a la genética: cómo el hospedador domestica al simbionte. Si contestamos a esto responderemos una gran pregunta evolutiva que es cómo una bacteria puede pasar a formar parte de una célula superior y transformarse en un orgánulo como ya pasó en su momento con el cloroplasto y la mitocondria en las células eucariotas vegetales y animales.
¿Cómo estudia a su simbionte?
En general trabajamos con datos de secuenciación masiva de ADN y con técnicas bioinformáticas, pero esta simbiosis es particularmente agradecida porque se puede ver al microscopio. De todos modos, su principal inconveniente es que todavía no sabemos cultivarla en el laboratorio, y para poder trabajar con ella tenemos que encontrarla en el sitio adecuado y en el momento preciso cuando vamos a muestrear.
¿Dónde se va a buscar a este organismo?
Está distribuido por las aguas tropicales y subtropicales y es uno de los principales catalizadores oceánicos de la adquisición de nitrógeno, es decir, el que introduce este elemento en la red trófica. Las muestras que hemos estudiado hasta ahora las obtuvimos durante la expedición internacional Tara Oceans en la que tuve la suerte de participar en dos transectos: de San Diego a Panamá y de Túnez a Nápoles. El análisis de secuencias genéticas me encanta, pero participar en expediciones es aún mejor.
Además del velero Tara, también se ha embarcado en el Buque de Investigación Oceanográfica Hespérides, durante la expedición española Malaspina. ¿Son muy distintas estas experiencias?
El objetivo fue el mismo: tomar muestras de agua, filtrarlas y obtener la biomasa microbiana de un punto geográfico determinado para saber qué genes y especies hay. La gran diferencia es el tipo de barco. Tara es un velero de 35 metros de eslora que se mueve como si no hubiese un mañana y que encaja con la idea romántica de navegar, desde hacer maniobras con las velas hasta vomitar. El Hespérides, en cambio, es un buque oceanográfico y navegar en él es toda una experiencia científica.
¿Cómo es la vida en a bordo de un buque oceanográfico?
En la expedición Malaspina yo me embarqué en Rio de Janeiro (Brasil) hasta Ciudad del Cabo (Sudáfrica), pero una vez a bordo da lo mismo donde estés: no hay tiempo. Empiezas a muestrear a primera hora de la mañana y sin saber cómo se te han hecho las doce de la noche y aún estás filtrando agua. Son campañas muy costosas en las que se aprovecha el tiempo al máximo. El cuerpo se adapta a dormir poco, pero también hay tiempo para el ocio. Yo monté una chirigota a bordo del Hespérides [risas].
¿Cómo se le ocurrió?
Se acercaba febrero, la época de carnavales en Cádiz, y me dije que teníamos que organizar algo con los compañeros, así que me puse a escribir chirigotas. Cada tarde parábamos unos 10 minutos para ensayar y el día antes de llegar a puerto nos caracterizamos y hacíamos un concierto. Cantamos canciones conocidas con la letra cambiada sobre las cosas que nos pasaban en el barco a diario y fue muy divertido. Nos llamamos “Los niños del botellón”, por las botellas Niskin que son enormes y se utilizan para obtener las muestras de agua de diferentes profundidades.
¿La guitarra le acompaña a todas partes?
La guitarra va conmigo sí o sí. Mi nombre artístico es “El niño de Isabela”, por mi madre que es quien me ha inculcado el amor por la música. Ella canta muy bien y de chico siempre la oía con cantiñas, copla y flamenco por casa. Cada vez que vuelvo a San Fernando nos juntamos a cantar junto con mi hermano. Con la voz, la guitarra y el cajón formamos la marimorena.
¿Cómo compagina ciencia y música?
Estudio guitarra flamenca en el conservatorio de Barcelona desde hace más de un año. Además de aprender mucho, conoces a gente y eso siempre está bien, ya que a los que no somos oriundos de donde trabajamos a veces nos cuesta hacer amigos fuera. Ahora he convencido a los del laboratorio para que se apunten a aprender a tocar y ya está todo mezclado [risas]. También toco el cajón y estoy aprendiendo a bailar flamenco. Vaya donde vaya, ya no puedo dejar la música, es como un veneno.