En septiembre de 1730, la tierra se abrió en Timanfaya. La lava corrió durante seis años, sepultó nueve pueblos y modificó por completo la isla de Lanzarote. Los cambios atmosféricos que provocó hace siglos aquella erupción o la del Tambora, en Indonesia, que ocultó la luz solar durante meses, también dejaron su rastro en los bosques centenarios ibéricos.
Un estudio liderado por el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales constata que la disminución de las deposiciones de contaminantes, y sobre todo el incremento de CO2 atmosférico, han estimulado la fotosíntesis y el secuestro de carbono por parte de los bosques. El ritmo de captura y de emisión de carbono por parte de los bosques depende en gran parte de la composición cambiante de la atmósfera. Es clave, pues, entender cómo circula el carbono entre la atmósfera, los seres vivos, los océanos y los suelos para anticipar los efectos del cambio climático.
Los suelos contribuyen en distinta medida a las emisiones de CO2 a la atmósfera. Un equipo de científicos, que ha analizado 35 tipos de suelos en España, ha medido las concentraciones de metoxifenoles, unas moléculas cuya composición se hace más compleja cuando aumenta el porcentaje de carbono del suelo. Los resultados permiten identificar, a partir de sus diferentes proporciones, los suelos con mayor capacidad para almacenar carbono.
Un estudio en el que han participado investigadores del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales y de la Universidad Autónoma de Barcelona alerta que el aumento de las sequías puede afectar a la composición de especies y estructura de los bosques y hacerlos cada vez más vulnerables. Especies como el haya o los árboles que colonizan típicamente un nuevo espacio presentan estas características y son, por lo tanto, las de peor pronóstico.
El incremento de las temperaturas y la mayor duración de las sequías harán más vulnerables los bosques ibéricos, según se desprende de una investigación publicada en la revista Global Change Biology y llevada a cabo por un equipo internacional de investigadores liderados por la Universidad Pablo de Olavide, el Instituto Pirenaico de Ecología y la Universidad de Barcelona.
La gestión de las zonas forestales, los cambios en el uso del suelo y el tipo de vegetación son los principales factores que determinan las emisiones de gases de efecto invernadero, como el CO2 y el metano, en ecosistemas naturales y tierras agrícolas del África Subsahariana. Así lo recoge la mayor recopilación de estudios en este ámbito realizada por un equipo internacional de investigadores, con la participación de la Universidad Politécnica de Madrid.
Según un estudio del Centro Tecnológico Forestal de Cataluña, un 77% de la población catalana aceptaría algún mecanismo de pago para regular la recolección de setas, siempre y cuando los beneficios se reinviertan en los bosques. Regular esta práctica puede favorecer una gestión forestal sostenible a la vez que puede aliviar las crecientes tensiones entre recolectores y propietarios.
Los efectos de un temporal intenso cada 25 años podrían hacer desaparecer las poblaciones del alga marina Cystoseira zosteroides –una especie endémica del Mediterráneo de gran valor ecológico para la biodiversidad del bentos marino–, según revela un nuevo estudio. Esta especie de alga es una de las más sensibles a los impactos medioambientales y antropogénicos en el Mediterráneo.
La Oscilación del Atlántico Norte (NAO) es un gran fenómeno atmosférico que afecta a la meteorología de toda Europa que influye en la cantidad y en el momento en que se producen las semillas en los bosques del continente, según un nuevo estudio. Cuando la NAO favorece una primavera seca y cálida, la mayoría de bosques estudiados producen más semillas y sobre todo lo hacen más sincrónicamente.
Infografía explicativa sobre la distribución de la superficie forestal en España. / Efe