Los zoológicos y acuarios de todo el mundo acogen cada año más de 700 millones de visitantes. Hoy estos centros no solo ofrecen diversión, como hace un tiempo, sino que contribuyen a la preservación de la biodiversidad con programas de conservación, educación e investigación. Sin ellos, muchos animales varados o malheridos en estado salvaje no podrían ser salvados.
Desde el otro lado del cristal, un grupo de niños observa a un delfín sumergirse en el agua de una piscina. El mamífero gira, revolotea, salta a la superficie del tanque y sigue las instrucciones de su entrenadora en busca de una recompensa.
Esta imagen, que se repite en la mayoría de los acuarios de todo el mundo, no complace a todos. Los delfinarios son considerados grandes jaulas que impiden el bienestar de los mamíferos marinos. Francia, Inglaterra e incluso la ciudad de Barcelona ya han iniciado el desmantelamiento de estas instalaciones. Pero, ¿y si no todo es entretenimiento?
“Al millón de visitantes que hay cada año con el show de delfines en el Oceanogràfic se le explica que si te encuentras un animal varado hay que llamar al 112 para que vayamos a rescatarlo. Eso es en realidad lo que se llevan a su casa. Esa llamada puede hacer que lleguemos a tiempo y podamos salvar al animal”, explica a Sinc Chelo Rubio, veterinaria y coordinadora de investigación de la Fundación Oceanogràfic en Valencia.
Junto al equipo de investigadores del centro, Chelo se dedica a estudiar los animales en cautividad para entender mejor a los ejemplares salvajes. Sus trabajos están directamente relacionados con la conservación de especies. De hecho, “esa es su premisa”, cuenta a Sinc frente a la piscina de los únicos tres ejemplares de beluga en cautividad en Europa.
“En realidad lo que hacemos es extrapolar lo que encontramos en los animales cautivos con los animales salvajes. Ese es nuestro principal objetivo”, concreta la científica. Los parques y centros zoológicos no tienen nada que ver ahora con lo que eran hace diez o quince años, asegura.
Los zoos y acuarios se han convertido en organizaciones que participan activamente en la conservación de la biodiversidad. Existen diferentes asociaciones nacionales, europeas y mundiales como la European Association of Zoos and Aquaria (EAZA) –a la que pertenece el Oceanogràfic– o la World Association of Zoos and Aquariums (WAZA) que reagrupan muchos de estos centros, acreditados por sus programas de conservación, iniciativas de educación y cuidado de los animales.
Ejemplo de ello son los trabajos de investigación realizados por los 228 miembros de la Asociación de Zoológicos y Acuarios (AZA), una organización sin ánimo de lucro fundada en 1924 en EE UU, que han permitido publicar 5.175 artículos científicos entre 1993 y 2013, según el primer trabajo que cuantifica la labor de zoos y acuarios en la actividad investigadora. La mayoría de los estudios estaba relacionada con las áreas de Zoología y Ciencias Veterinarias.
En la Fundación Oceanogràfic, la doctora Chelo Rubio lidera una investigación pionera para determinar biomarcadores y se centra en el estudio de la inmunidad en delfines con un objetivo: la medicina preventiva. Los científicos necesitan conocer cuáles son los niveles normales del estado de salud de los animales para asegurar la supervivencia de los delfines varados.
“La fundación se encarga de los varamientos y de cualquier emergencia relacionada con un animal marino en la Comunidad Valenciana, y es la misma institución la que coordina los trabajos”, explica a Sinc Oriol Talló, veterinario e investigador en bienestar animal en el Centro de Educación en Bienestar de Animales de Zoológico (ZAWEC) de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) que colabora con el Oceanogràfic.
Cuando los animales llegan a la costa están tan enfermos que solo con el manejo –que les genera mucho estrés– pueden morir. Si sobreviven, suelen presentar infecciones y estar inmunodeprimidos. Por eso, Rubio trata de demostrar el origen de esta inmunodepresión, asociada al estrés en el caso de los humanos, con los cetáceos que están en cautividad, que se convierten en “centinelas del mar”. “Así se pueden tener muestras de control que se pueden comparar con las que llegan de los varamientos”, añade Talló.
La investigadora analiza los telómeros, situados en el extremo del cromosoma, que van acortándose de manera normal a lo largo de la vida. “En humanos se ha encontrado que estos telómeros están más acortados que lo que tocaría para tu edad si sufres depresión crónica o si has sufrido maltrato en la infancia. Nosotros intentamos correlacionarlo con los delfines”, aclara Rubio.
Lo primero que los científicos deben saber es el tamaño normal del telómero para cada edad. De los 16 delfines con los que cuenta el Oceanogràfic, solo se conoce la edad exacta de algunos. “El estudio es a largo plazo”, confiesa la veterinaria, que requerirá de la colaboración de otros acuarios y de mucho tiempo porque la muestra, a pesar de todo, es pequeña para conseguir la cantidad de datos suficiente.
“Si ya tenemos difícil realizar estas investigaciones en animales que conocemos de años, imagina intentar desarrollar indicadores de bienestar, de impacto de contaminantes, o de cambio climático en animales salvajes que no podemos ni pesar, y de los que apenas se sabe el sexo o si es una cría. Es imposible”, zanja el investigador y doctor de la UAB.
Los investigadores en el 'arca del mar' donde se recuperan las tortugas malheridas. / Oceanogràfic
Además de los delfines, otros muchos animales son susceptibles de formar parte de la actividad investigadora de zoos y acuarios. Es el caso de los pingüinos, en cuyas alas se acumulan elementos traza originados por alimentos y ambientes contaminados.
Para confirmar la bioacumulación de metales, un equipo de varios centros e universidades italianas analizó en el Acuario de Cattolica (Italia) una colonia de pingüinos de Humboldt, una especie clasificada como ‘vulnerable’ en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. También estudiaron el nivel de contaminantes de los peces que ingerían y lo compararon con datos de otra investigación en una colonia salvaje de pingüinos de El Cabo en África.
Los resultados, publicados en la revista Science of The Total Environment, demostraron que las aves que viven en cautividad tienen una menor carga corporal de metales que los que viven en el exterior, cuyas concentraciones se deben a entornos de alto impacto antropogénico.
Sobre contaminación de origen humana y efectos del cambio climático, desde la Fundación Oceanogràfic también se están llevando a cabo estudios en tortugas que llegan malheridas al centro de recuperación. Los científicos instalan unos sensores a los reptiles para controlar su actividad a lo largo del tiempo, antes de volver a ser liberados.
En 2014, los investigadores de la Fundación descubrieron que las tortugas sufrían el síndrome descompresivo, también conocido como el mal de los buceadores. “Se vio en las necropsias que tenían gas. Los pescadores las pescaban y veían que no tenían ningún tipo de lesión y las devolvían al mar porque parecía que estaban bien, pero luego aparecían muertas con este gas”, indica Chelo Rubio.
Los expertos empezaron entonces a introducir a los ejemplares rescatados en una cámara hiperbárica y estos se recuperaban al 100 %. “Si se tratan a tiempo se salvan. Todas las tortugas pescadas son traídas aquí, y aunque los pescadores piensen que están bien, las revisamos”, subraya la investigadora.
Oriol Talló es investigador en bienestar animal en la Universidad Autónoma de Barcelona. / Oceanogràfic
Para entender muchas de las causas de las muertes en estado salvaje, los científicos coinciden en priorizar el bienestar de los animales en cautividad. “Nos interesa desde una perspectiva propia y ética, como centro, pero a la vez hay bastantes estudios que demuestran que si queremos utilizar estos animales como modelo para conocer a los animales salvajes o en libertad, es necesario que tengan un buen bienestar”, comenta Oriol Talló.
La controversia de retener animales bajo el cuidado humano sigue muy presente en la actualidad entre ciertos sectores de la sociedad, pero la filosofía ha ido cambiando cada vez más.
“El debate debe girar en torno a si somos capaces de tener animales con niveles adecuados de bienestar y cuáles deben ser estos estándares de bienestar”, sugiere Talló. A este respecto, las leyes son cada vez más estrictas. En Europa, los zoos y acuarios no pueden mantener ningún animal que haya sido capturado en estado salvaje. La mayoría nacen ya en cautividad.
Muchas veces la polémica se centra en el uso de ciertos animales como los mamíferos marinos o los primates. “Se comete el gran error de enfocar el debate exclusivamente en primates, felinos, cetáceos y elefantes. Es un debate que tiene que ser científico, riguroso y no sé si está siendo así”, lamenta Talló, para quien la discusión debe concernir a todas las especies. Algunos estudios científicos han demostrado que cualquier vertebrado o cefalópodo es capaz de experimentar dolor o emociones positivas y negativas.
¿Pero cómo medir el bienestar en los animales que viven en zoos y acuarios? “Es difícil evaluar de manera objetiva el bienestar”, confiesa Rubio en los laboratorios de la Fundación. Pero no es imposible. Con sus estudios, los investigadores están intentando poner parámetros objetivos con los que medir si los animales están bien. “Habrá algunos que estén mejor dentro de un mismo espacio, pero dependerá de cómo se lleven entre ellos”, concreta.
“Muchas veces nos centramos más en cómo es la piscina, cuando en realidad medir el bienestar de los animales no es tan sencillo. Hay muchos otros parámetros que hay que evaluar”, añade. Para la comunidad científica, no es tanto una cuestión de cantidad de espacio, sino de calidad.
“Es clave centrarnos más en cómo está el individuo que en cómo es su entorno”, aclara Talló. Y para ello, el trabajo diario de los cuidadores es esencial.
“Nosotros realmente creemos en ello. Cada vez más vemos que no es solo una manera de vender entradas, sino de concienciar y conservar”, apunta Rubio, que apuesta por que los proyectos de investigación lleguen a toda la gente que visita los parques.
Oriol Talló va más allá: “La sociedad no se puede permitir el lujo de perder la figura de estos centros en los que se hace investigación con animales salvajes y para animales salvajes. Se trata de una herramienta de automejora. Son, o deben ser, centros de transformación social, de protección, de educación, y de conservación”. Solo un dato: si no existieran animales en cautividad, la medicina de cetáceos sería prácticamente nula.