Tras casi dos meses confinados, los niños y niñas menores de 14 años comienzan a disfrutar de su permiso para salir a la calle. Aquellos con necesidades especiales ya podían hacerlo, como excepción al Real Decreto del estado de alarma. Aunque fuera bueno para su bienestar, muchas familias no lo han aprovechado hasta ahora por temor a contagios o a represalias de los vecinos.
El confinamiento en los hogares por la pandemia de COVID-19, y la consiguiente interrupción de las actividades diarias, está afectando la salud física y mental de toda la sociedad.
Sin embargo, esta situación es mucho más complicada cuando hablamos de niños y niñas con algún tipo de necesidad especial: trastornos del neurodesarrollo como el trastorno del espectro autista (TEA), trastornos de conducta, de ansiedad, del aprendizaje, trastornos por déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH o TDA), entre otros.
“Esta situación implica lidiar con muchas dificultades, conviviendo con ellas 24 horas sin el apoyo de las rutinas, las actividades y terapias que ayudan a su desarrollo y autorregulación”, explica a SINC Miriam Sánchez-Hermosilla, psicóloga en Psicoeduk, especializada en el trabajo psicoeducativo con niños y adolescentes.
El confinamiento o la deprivación prolongada de experiencias pueden interferir muy negativamente en este colectivo, haciendo que la ansiedad y los síntomas de irritabilidad se disparen y aumenten conductas no deseadas.
“Estamos viviendo una crisis mundial que pone en riesgo nuestro bienestar ocupacional, físico y mental”, continúa Sánchez-Hermosilla. “Es importante adoptar pautas que nos ayuden en el día a día, pudiendo mejorar o mantener nuestra calidad de vida, la de los más vulnerables y la de todo su núcleo familiar”.
La mayoría de estos niños y niñas necesita seguir una rutina diaria que, cuando se cambia, les puede llegar a provocar desde conductas disruptivas hasta emociones de tristeza, ansiedad o ira.
Hay que tener en cuenta que en un gran porcentaje la comprensión se encuentra afectada, por lo que explicarles lo que está sucediendo puede ser más o menos complicado, aclara Noemí García Catungal, experta en atención temprana y directora del Centro EDIA, especializado en dificultades del aprendizaje producidas por alteraciones de origen sensorial.
“Además, por norma general les cuesta expresarse, lo que les afecta bastante a su estado emocional”, continúa. “Pueden tener regresiones como necesitar dormir con los padres o dejar de controlar sus esfínteres. En definitiva, pueden volverse más dependientes del adulto”.
La experta sostiene que existen estrategias para que los problemas disminuyan, si bien depende mucho de las características de la vivienda donde están pasando el confinamiento (si posee espacios amplios y adaptados), la disponibilidad de los adultos que se encuentran con ellos, la composición familiar y su estado emocional.
Igualmente, hay que diferenciar bien el tipo de trastorno. “Los niños y niñas que más sufren en este escenario de encierro son, sobre todo, aquellos con dificultades para aceptar los cambios repentinos y con mucha necesidad de movimiento, es decir, los que tienen TEA, TDA y TDAH”, afirma García Catungal.
Desde este domingo, los menores de 14 años ya pueden salir a la calle con sus bicis y patinetes. / Pixabay
Durante el confinamiento, los docentes y terapeutas intentan atender de forma virtual todos los casos, pero el peso principal está recayendo sobre el entorno familiar, que ha hecho un esfuerzo enorme por adaptarse a esta situación. Lo cuenta Esperanza Martínez, miembro de la asociación sin ánimo de lucro Mente Azul, formada por madres, padres, profesionales y personas con TEA.
“Durante el periodo que llevamos confinados he tenido que ajustar el día a día de mi hijo Liam desde que se levanta y comienza sus tareas –previamente organizadas la noche anterior–, hasta los descansos que hacemos entre asignaturas y los tiempos que tenemos que controlar, para no salirnos del horario”, indica.
La mayoría de las familias que tienen hijos con TEA teme que cualquier imprevisto altere su comportamiento, de ahí que intenten anticipar todo lo que van a hacer cada día. Y que estén muy pendientes de cualquier cambio que pueda producirse para mantener su zona de confort.
José Ramón Fernández, pediatra neonatólogo en el Hospital Santa Lucía de Cartagena, es el padre de Emma, una niña con síndrome de Phelan-McDermid, un trastorno del neurodesarrollo.
“Sí que hemos notado cambios en su comportamiento. Con el confinamiento está más irritable que habitualmente. Al estar todo el día en casa sin salir se enfada con mucha más facilidad. También se ha visto modificada su rutina del sueño, ahora nos cuesta muchísimo que se vaya a la cama”, confirma.
“El confinamiento les afecta de la peor manera, sobre todo a los que tienen conductas que pueden desembocar en autolesiones o agresiones”, insiste, por su parte, Martínez. “Hay chicos y chicas que necesitan sí o sí salir a la calle para relajarse y así controlar el estrés que les produce romper sus rutinas”.
Desde este domingo, todos los menores de 14 años –acompañados de un adulto– ya pueden salir a la calle durante una hora en un radio máximo de 1 kilómetro desde su domicilio. Algo que ya permitía para aquellos con necesidades especiales la excepción al Real Decreto del estado de alarma, publicado el pasado 14 de marzo.
No obstante, algunas familias han optado por no salir a la calle –a no ser que sus hijos tengan alguna crisis grave– por miedo al contagio de la COVID-19 y por no escuchar a algunos vecinos que les increpaban por estar en el exterior.
“A pesar de estar admitido en el BOE, en este periodo muchos de los niños y niñas con TEA a los que estoy haciendo el seguimiento no han salido por temor a las repercusiones sociales, en concreto, de los vecinos que les increpaban desde sus casas. Así que lo han pasado mal”, afirma García Catungal.
Incluso se extendió una iniciativa para poner a los niños y niñas con necesidades especiales un pañuelo azul –o algo azul visible– para que la gente supiera que necesitan salir y que les ampara la ley, pero un gran número de familias la valoraron como “poco respetuosa” porque “marca a sus hijos” y no han querido utilizarlo.
“Nosotros no hemos estado saliendo a diario por tratar de guardar al máximo las recomendaciones de Sanidad y siempre que pudiéramos manejar sus rabietas. Pero es cierto que cuando la niña ha salido a la calle ha estado un poco más tranquila”, puntualiza Jose Ramón Fernández.
No seas “policía de balcón”. La ley permite excepcionalmente los “paseos terapéuticos” para algunas personas. Es necesaria una mayor concienciación en todos en este aspecto. #COVID19 pic.twitter.com/o3MQ1mto1c
— Marián García (@boticariagarcia) March 29, 2020
“Las familias que tengan problemas con sus hijos en este período de confinamiento deben buscar ayuda especializada para su caso particular, con estrategias que les permitan estar lo más cómodo posible”, subraya García Catungal.
A la vuelta tocará retomar las actividades y terapias. Eso sí, paulatinamente para darles tiempo a acostumbrarse. “Habrá que valorar de nuevo el punto de partida de cada uno y seguir cumpliendo objetivos, respetando su ritmo y sus diferentes capacidades”, concluye la experta.
Noemí García Catungal, directora del Centro EDIA, ha establecido una serie de consejos:
Crear rutinas. De lunes a viernes lo ideal sería que las tareas del colegio se hicieran por la mañana y, por la tarde, dedicarlo a actividad física y juego estructurado y libre. Los fines de semana deberían ser un poco más flexibles con las actividades.
Llevar una agenda visual. Si es necesario, hacer un dibujo cada día e ir tachando las actividades que ya se hayan hecho. Este horario diario podemos hacerlo con los niños la noche anterior o el mismo día por la mañana.
Es conveniente, en la medida de lo posible, que el niño o niña pueda participar en la elección de actividades, que sea partícipe de la nueva dinámica familiar.
Incluir a los peques en las tareas de casa. Cocinar, tender ropa u ordenar para fomentar su autonomía.
No realizar tareas muy largas. Lo recomendable sería no sobrepasar los 10-15 minutos en cada actividad y hacer descansos entre cada una de ellas.
Cuidarse uno mismo para poder cuidar a los demás. Los padres y madres deben buscar sus momentos de desconexión haciendo algo que les relaje y les guste.
Limitar el uso de pantallas tanto de adultos como de niños y niñas. Un uso excesivo conlleva más inquietud y desconexión. Buscar ocio sin pantallas: manualidades, teatro, bailes, yoga, cuentos, juegos de mesa…
Intentar no hablar todo el día del coronavirus. Que ellos tengan claro lo que es (hay multitud de recursos para explicarles en qué consiste), pero que no monopolice nuestras conversaciones entre adultos ni con ellos.
Observar qué situaciones les genera más ansiedad y buscar maneras de explicárselo para que puedan aceptarlo mejor. En los momentos en los que están más irritables puede ser que necesiten más actividad física.
Relativizar. Es muy importante no agobiarse con los contenidos curriculares ni exigirles demasiado en todo momento. Estamos en una situación excepcional, por lo que es importante pararse a respirar y reflexionar para afrontar posibles situaciones problemáticas.
A pesar de la situación de crisis, tratar de aprovechar la oportunidad de pasar más tiempo con los niños y niñas, sin prisas, sin agobios y respetando su individualidad para crear un vínculo más fuerte con ellos.