¿Sienten tristeza los perros, alegría los elefantes o amor los bonobos? Hasta el siglo XX se consideraba a los animales como seres no racionales y se interpretaba que no tenían la capacidad de sentir. Un ciclo en Caixaforum de Madrid abre el debate sobre la lógica del amor, también el animal.
Los animales pueden experimentar sentimientos y emociones similares a los de los humanos. Múltiples estudios ya han demostrado que los perros pueden manifestar celos, los peces fiebre emocional o las orcas empatía. Incluso el dolor que sufren los gansos es parecido al de los niños pequeños, como observó el Premio Nobel de Medicina, Konrad Lorenz.
“Un ganso silvestre que ha perdido a su pareja muestra todos los síntomas que John Bowlby describe en niños en su famoso libro Dolor Infantil: los ojos se hunden profundamente en sus cuencas y el individuo tiene una experiencia general de caída, literalmente, dejando que la cabeza le cuelgue”, cuenta Marc Bekoff, profesor emérito de Ecología y Biología Evolutiva en la Universidad de Colorado (EE UU).
La ciencia proporciona evidencias convincentes de que, al menos algunos animales, probablemente sienten una gama completa de emociones, incluyendo “miedo, alegría, felicidad, vergüenza, resentimiento, celos, rabia, ira, amor, placer, compasión, respeto, el alivio, disgusto, tristeza, desesperación y dolor”, añade Bekoff. Pero ¿cómo reconocer el amor en los animales?
En el caso particular del amor, su definición abarca tanto al amor erótico, como al paternofilial, pasando incluso por el amor a la Tierra. Los griegos empleaban términos distintos para cada tipo de amor: philía al fraterno, eros al erótico o ágape a un tipo de amor muy peculiar que se dirige a objetos no particulares, como la verdad.
“Si hubiera que proporcionar una definición válida para personas y animales quizá podríamos decir que el amor conlleva renunciar a la satisfacción del propio autointerés en pos de lo que es beneficioso para el otro”, dice a Sinc Marta Gil Blasco, investigadora de la Universidad de Valencia y autora de un estudio sobre emoción animal y humana.
En el caso de los animales, ¿cómo manifiestan amor sin hablar? ¿Cómo podríamos observarlo? “Si el amor es apreciar a otro individuo de alguna manera, a través de las relaciones, esta persona lo podría intuir viendo si estamos más en contacto con alguien que con el resto, o hacemos cierto tipo de conductas que están relacionadas con algo positivo. Por tanto, desde ese punto de vista, los animales sí sienten amor”, declara a Sinc Ana Fidalgo, primatóloga y profesora en la Universidad Autónoma de Madrid, que participa el próximo lunes en un coloquio sobre el amor animal, en la capital.
La colaboración entre diferentes especies puede indicar un beneficio mutuo / Pixabay
Además, algunos animales ‘adoptan’ a crías de otras especies, que actúan de forma colaborativa o que interactúan para advertir el peligro. Además, se sabe que animales como los perros tienen capacidad para distinguir emociones humanas o incluso hay pájaros salvajes que cooperan con los humanos para conseguir alimento.
“Algunas relaciones son anecdóticas. Otros vínculos de colaboración pueden indicar un beneficio mutuo, como el hecho de avisarse ante la presencia de un depredador. Entre aves y primates existe, por ejemplo, ese tipo de comunicación. También hay otras más sencillas, como las garzas bueyeras que comen los parásitos del pelaje de otros animales y ellas se alimentan”, argumenta Fidalgo.
Para Gil Blasco, las relaciones que se establecen entre humanos y animales no humanos, como entre un perro y su dueño, podrían explicarse por medio de la empatía. “Es una tendencia no solo universal, sino al parecer también natural, a identificarnos en algún sentido con los demás y a mostrar interés por ellos, doliéndonos con sus penas y alegrándonos con sus alegrías”, agrega la experta para quien la empatía constituye un mecanismo psicológico valioso para la moralidad.
Diversos autores han resaltado distintos rasgos de la experiencia empática: algunos la han relacionado con la imaginación y el pensamiento (saber en qué estado interno se encuentra otra persona); otros con la imitación de una respuesta neural y otros con los sentimientos corporales de malestar (sentirse mal ante el sufrimiento de otros).
“En cualquier caso, se opte por una definición más cognitiva o por una más fisiológica, la empatía implica una reconstrucción de la experiencia del otro, y por tanto, implica cierta identificación, aunque solo sea momentánea, con él”, subraya Fidalgo.
Las técnicas de neuroimagen –resonancia magnética funcional y tomografía por emisión de positrones– poseen un gran potencial a la hora de elucidar el funcionamiento fisiológico de las emociones, puesto que pueden revelar qué áreas cerebrales pueden asociarse con determinados estados.
“Según se iba conociendo más, sobre todo por parte de la etología clásica, a mediados del siglo XX, empiezan a conocerse capacidades y características de los animales no humanos que hacían pensar que había características humanas que no eran tan específicas nuestras, entre ellas las capacidades cognitivas como las emocionales”, aclara Gil Blasco.
Sin embargo, las emociones son un fenómeno complejo que no puede ser comprendido únicamente en términos de mecanismos cerebrales. “Poseen otras dimensiones (cognitivas, sociales o culturales) que han de ser exploradas si queremos comprender, no solo su funcionamiento a nivel fisiológico, sino qué papel tienen en la psicología individual, en la interacción social o en el comportamiento moral”, apunta la científica de la Universidad de Valencia.
Para Fidalgo, las emociones como tal están generalizadas porque son una conducta adaptativa. Otra cosa son sus componentes, que son difíciles de diferenciar de los sentimientos: la percepción subjetiva de la reacción emocional.
“Podemos intentar observar e investigar estas reacciones como conducta en sí, como cuando un animal muestra que está a la defensiva o sufre estrés. Pero no creo que el sentimiento subjetivo sea el mismo al nuestro porque están adaptados de diferente manera. Nosotros conocemos los sentimientos, los propios y los de los demás, porque lo hablamos”, añade la investigadora.
Charles Darwin ya propuso en su libro The expression of the emotions in man and animals de 1872 una continuidad de las emociones entre el hombre y el resto de animales no humanos. “Se refería a que es una cuestión no de presencia o ausencia, sino de diferencia de grado”, declara Ana Fidalgo.
El libro, que se publicó 30 años después de The origin of species, constituyó una de las principales aportaciones que su autor hizo al campo de la psicología. Autores posteriores como William James, John Dewey o Paul Ekman, que centraron su área de estudio en esta materia, se vieron enormemente influenciados por sus ideas. Lo mismo ocurrió con otros más recientes, como el neurólogo Antonio Damasio, profesor en la Universidad del sur de California (EE UU).
“Darwin sentó las bases de lo que sería la investigación empírica posterior, inspirando a autores convertidos ya en clásicos de la literatura sobre las emociones. Enfoques científicos actuales como la biología evolutiva o las neurociencias aplicadas al estudio de las emociones son también herederos de esta metodología empírica”, explica a Sinc Marta Gil Blasco.
En la actualidad, dependiendo de la categoría de animal de la que se hable, ya se reconoce que las emociones primarias estarían presentes en muchas de las especies. “Entre los individuos de los diferentes grupos de animales se crean vínculos, sobre todo en los que son sociales”, indica Fidalgo.
Marc Bekoff describía esta cuestión en su trabajo sobre emociones animales: “Las emociones primarias, consideradas como emociones innatas básicas, incluyen respuestas rápidas generalizadas, reflejas y respuestas de lucha o huida a estímulos que representan peligro. Los animales pueden realizar una respuesta primaria de miedo, como evitar un objeto, pero no tienen que reconocer el objeto que genera esta reacción”.