Cada año cientos de cetáceos, grandes y pequeños, quedan varados en las costas españolas, sobre todo entre los meses de febrero y junio, momento de las migraciones. La mayoría de las veces quedan en el olvido, salvo para los científicos. A cada mamífero encontrado muerto se le practica una necropsia. El análisis no solo determina la causa de la muerte, también ayuda a evaluar la salud de los océanos.
De la sala de necropsia asoma un olor intenso y hediondo, indescriptible para una nariz inexperta. “Huele a pescadería”, dice uno de los veterinarios al entrar en este espacio de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC). En el interior el hedor es mayor y casi podría palparse en el aire.
Sobre la mesa de necropsias, un delfín, varado en la isla de Fuerteventura y en un estado avanzado de descomposición, yace muerto sin cabeza, ni parte de su aleta dorsal, ni órganos, con la piel despellejada. Los futuros veterinarios llevan horas diseccionando el cadáver bajo la supervisión de Antonio J. Fernández Rodríguez, director del Instituto Universitario de Sanidad Animal (IUSA) de la ULPGC, y uno de los mayores expertos del mundo en varamientos. Unas horas más tarde ya pueden confirmar la causa de la muerte.
“El delfín ha muerto por interacción con artes de pesca. Tenía varios golpes y presentaba signos de enfermedad”, explica a SINC Fernández Rodríguez. Por esta sala de la facultad pasan todo tipo de animales desde vacas, camellos, hasta cocodrilos y ballenas, que son sometidos a un análisis forense y estudiados en laboratorio como si de un CSI de cetáceos se tratara.
“En Canarias no tenemos mucho ganado, pero sí animales marinos, y de ahí nuestra investigación. Es una de las ventajas de estar a poco más de 300 metros del mar”, señala el catedrático de la ULPGC que lidera este instituto de referencia mundial. En los últimos 15 años en el IUSA se han practicado necropsias a más de mil cetáceos.
En las islas del archipiélago canario quedan varados unos 60 animales cada año. Muchos mueren por causas naturales, pero “hasta 2005, un tercio de las muertes tenían que ver con la actividad humana”, apunta el patólogo.
Sin embargo, desde que se estableció la moratoria para prohibir la utilización de sonares militares antisubmarinos de alta intensidad y media frecuencia en 2004, no se han producido varamientos masivos –sobre todo de zifios (Ziphiidae), la familia más afectada–. “En 2013 ha disminuido la mortalidad relacionada con la actividad humana hasta un 25 %”, precisa el investigador.
El Cantábrico, lugar de varamientos
El porcentaje aumenta en las costas del Cantábrico, que son testigo de unos 450 varamientos anuales. “Este arco atlántico-cantábrico es la zona con más abundancia de animales varados en España. En el área mediterránea son más escasos”, revela a SINC Luis Laria, presidente de la Coordinadora para el Estudio y Protección de las Especies Marinas (CEPESMA) y miembro de la Sociedad Española de Cetáceos (SEC).
Según el experto, al menos el 50 % de las muertes de pequeños y medianos cetáceos varados se produce por la interacción con humanos, sobre todo, con la actividad pesquera. A esto se añade el problema de los parásitos, que afectan al 90% de estos mamíferos.
“Hay una parasitación extraordinaria en el medio marino y termina provocando en los cetáceos alteraciones muy graves que dañan sus estómagos, intestinos, masas musculares y vísceras –hígado, pulmón y corazón–”, detalla Laria. Uno de los parásitos más comunes es el anisakis. Para el científico, cuando los profesionales del mar limpian el pescado y tiran las vísceras contaminadas al mar, “se produce un proceso multiplicador de la contaminación”.
Pero las necropsias permiten determinar otras causas, como las colisiones con barcos. “En Canarias se producen una o dos al año”, apunta Fernández Rodríguez. Según Marisa Tejedor, investigadora en la Sociedad para el Estudio de los Cetáceos en el Archipiélago Canario (SECAC), el tráfico marítimo, especialmente las embarcaciones de alta velocidad, son la mayor amenaza para especies como el cachalote.
“De 1985 a 2012 se han documentado 64 casos de muertes por colisión, de los que 61 se han registrado desde la introducción de los fast ferries en 1991”, apunta a SINC Tejedor. En 37 de los casos se trataba de cachalotes y la mayoría eran crías. “Esta mortalidad podría estar infraestimada”, advierte la experta. Las corrientes marinas, el hundimiento de los cadáveres y el carroñeo no siempre posibilitan la llegada de los cuerpos a la costa.
Las autopsias también consideran las enfermedades infecciosas como la producida por morbillivirus, que es responsable de un alto porcentaje de la muerte de cetáceos. Sin embargo, “no hay que olvidar factores de deterioro medioambiental, difíciles de medir”, declara Fernández Rodríguez.
Un pez llamado plástico
Los problemas por contaminación causan entre el 8 % y el 10 % de los varamientos en el norte peninsular. La presencia de plásticos en ballenatos de Cuvier (Ziphius cavirostris), calderones (Grampus griseus) y cachalotes (Physeter macrocephalus) es la causa más común. En total, unas 250 especies de animales marinos se han visto afectadas.
En la provincia de Las Palmas, la muerte por ingesta de estos materiales representa el 1 %, pero “se han dado muchos casos de presencia de plásticos”, recalca la científica del SECAC. En otras aguas, más contaminadas, las necropsias son abrumadoras y evidencian la cantidad de residuos que nadan en los mares españoles.
“El mamífero los caza pensando que son calamares, y como la cantidad de estos residuos en aguas del Mediterráneo occidental es muy importante, puede ocurrir a menudo”, explica a SINC Renaud de Stephanis, investigador en el Grupo de Ecología Marina Aplicada (GEMA) de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC).
Es lo que le ocurrió a un cachalote de 4.500 kilos, varado en marzo de 2012 en una playa granadina. Los investigadores hallaron una gran masa compacta de plásticos en el primer compartimento del estómago, pero no encontraron restos frescos de calamares, y sus intestinos estaban vacíos. Había muerto por una ruptura gástrica tras inanición.
“Este animal podría tener alrededor de 10 años y medía unos 10 metros de largo; con tan solo ingerir medio kilo al año, se produciría un colapso pasado un tiempo”, informa De Stephanis, autor principal del estudio, que documenta este cuarto caso en el mundo de muerte de un cachalote por ingesta de residuos. El suyo es aún un caso aislado en el Mediterráneo.
La novedad del artículo, que se publicará próximamente en la revista Marine Pollution Bulletin, es que se trata de la primera vez que la ingesta de plásticos se puede relacionar con restos de actividades agrícolas. Entre plásticos de invernadero (un total de 26), cuerdas (9 metros), bolsas negras de cultivo, macetas, mangueras y otros deshechos como tubos de helados, garrafas y bolsos, el cachalote ingirió un total de 17,9 kilos de residuos.
El doloroso final de este cachalote es compartido por otros mamíferos marinos. Los técnicos del CEPESMA encontraron 7,5 kilogramos de plásticos en un zifio, “el gran barrendero del océano, ya que se sumerge a más de 1.000 metros de profundidad. En su intestino y estómago los plásticos estaban embutidos como si fueran carne”, declara su presidente Luis Laria, que se ha encontrado botes de refresco, bolígrafos, sacos de transporte de patatas y todo tipo de plásticos, incluso rígidos, dentro de los animales.
Desde Canarias, los investigadores recuerdan cómo en enero de 2007 más de 50 bolsas de plástico típicas de supermercado y bolsas negras de basura obstruyeron el pequeño estómago de un delfín moteado (Stenella frontalis), de poco más de metro y medio de longitud, y le provocaron la muerte.
Una vez realizada la autopsia, los cadáveres son enterrados y en muchos casos “sus huesos se recuperan para el montaje de esqueletos de delfines y ballenas”, explica el catedrático de la ULPGC. Los restos terminan en museos. Pero este no es el destino de todos los que quedan varados. Algunos sobreviven.
A pesar de contar con escasas instalaciones y pocos medios en general, hay pequeños 'milagros'. En 2012, el CEPESMA logró recuperar con éxito seis delfines, dos cachalotes pigmeos y una tortuga de 200 kilos. Cuando esto ocurre, se avisa a los equipos de avistamiento para identificar grupos de la misma especie y así liberarlos mar adentro con sus congéneres. Ahí acaba su relación con los humanos, salvo que vuelvan a quedar varados en alguna playa y, esta vez, acaben en una sala de necropsia.
En general, cuando los mamíferos marinos sienten que van a morir, se acercan a la costa porque es una zona de mayor protección para ellos. Tras recibir la llamada del servicio de emergencias 112, de la Guardia Civil o incluso de particulares, los científicos acuden al lugar de varamiento. En Canarias la compañía aérea Binter colabora en el desplazamiento entre islas de los expertos de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Volver a introducir a los animales al mar no es siempre una ayuda. “Hay que intentarlo, pero si el animal vuelve rápidamente a la playa, el siguiente paso es trasladarlo a algún centro, o aplicarle la eutanasia directa, que acaba con su sufrimiento”, puntualiza Marisa Tejedor, investigadora en la Sociedad para el Estudio de los Cetáceos en el Archipiélago Canario (SECAC).
Solo un 3,5% de los cetáceos sobrevive al varamiento en el Cantábrico. En Canarias varan vivos uno o dos animales al año. En el 90 % de los casos están enfermos o en estado grave y podrían ser portadores de patógenos que afectarían a otros mamíferos marinos y, en escasas ocasiones, a humanos.
Además, los mamíferos marinos tienen un sistema respiratorio muy diferente. “Nosotros inhalamos aire automáticamente, pero los delfines pueden bloquear su sistema respiratorio, su respiración es voluntaria”, concreta Laria.
Son animales muy sensibles al estrés, por lo que en algunos casos “intentar salvarlos puede ser peor”, dice Fernández Rodríguez. Los expertos dedican las primeras 24 horas, día y noche, a asistir al animal en el medio natural, cerca de donde ha quedado varado, para no empeorar su situación. “En el caso de que el ejemplar en esas horas no se recupere, es difícil que lo haga más adelante”, lamenta Laria. Además, un cetáceo con problemas neurológicos “no tiene posibilidades de sobrevivir”.
Ante un animal muy enfermo, los veterinarios optan por la eutanasia, aunque aún se desconocen las medidas medicamentosas, tranquilizadoras, preventivas y terapéuticas idóneas para cada una de las especies. “Si navega y parece recuperarse se le traslada a una piscina hasta las 48 horas siguientes”, indica el investigador de la ULPGC. Pero la mayoría no sobrevive más de dos días. “Suelen presentar enfermedades que en cetáceos aún no pueden solucionarse a tiempo”, subraya Tejedor.