Una investigación llevada a cabo por expertos de varios centros catalanes supone un nuevo avance sobre las bases genéticas del comportamiento agresivo en la especie humana. El trabajo también revela una base genética compartida entre la agresividad de niños y adultos y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, y entre la agresividad en adultos y la depresión severa.
Un estudio internacional publicado en la revista Molecular Psychiatry ha identificado 40 genes relacionados con la conducta agresiva en humanos y en ratones. En la investigación, que podría contribuir a perfilar futuras dianas farmacológicas, participan los investigadores Bru Cormand y Noèlia Fernàndez Castillo, del Instituto de Biomedicina de la Universidad de Barcelona (IBUB), el Instituto de Investigación Sant Joan de Déu (IRSJD) y el Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Raras (CIBERER).
El origen de la conducta violenta es multifactorial y responde a la interacción de diversos factores —biológicos, culturales, sociales, etc.— que pueden modular la expresión del comportamiento humano. La nueva investigación, dirigida por el experto Stephen V. Faraone, de la Universidad Estatal de Nueva York (Estados Unidos), aporta una visión más profunda e integradora sobre la base genética de la agresividad y las vías funcionales comunes que modulan el circuito cerebral de la conducta violenta en especies distintas.
Tal como explica Cormand, “la agresividad es un rasgo conservado a lo largo de la evolución biológica porque tiene ventajas para la supervivencia de las especies (acceso a recursos, apareamiento, etc.). En esta línea, nuestro estudio se centra en las bases biológicas de la agresividad, es decir, en aquellos factores endógenos que predisponen a manifestar determinados comportamientos antisociales”.
“Ahora bien —subraya Cormand—, la agresividad también tiene un componente ambiental muy significativo, que no ha sido considerado en este trabajo científico. Sería interesante, por tanto, poder combinar datos genéticos y ambientales de los mismos individuos para tener en cuenta las interacciones que pueden producirse entre los distintos factores de riesgo que influyen en este tipo de conducta”.
Humanos y ratones comparten una base genética común para el comportamiento violento, apuntan los autores. En concreto, se han identificado 40 genes en humanos y ratones que pueden conferir riesgo de conductas agresivas “y que participan en procesos biológicos relacionados con el desarrollo y la función del sistema nervioso central, la señalización intercelular y el mantenimiento de las funciones celulares”, detalla Fernàndez Castillo.
“Es probable que algunos genes determinados funcionen como nodos importantes de las redes génicas de predisposición al comportamiento violento, y probablemente estarían muy relacionados con otros genes con un papel más secundario”, continúa la investigadora.
“Si alguno de estos genes centrales está alterado, podría afectar al resto de genes y dar lugar al fenotipo agresivo. Por ejemplo, el gen RBFOX1, identificado en el nuevo trabajo y citado en un artículo anterior de nuestro equipo (European Neuropsychopharmacology, 2017), regula la expresión de quince de los cuarenta genes que hemos identificado en el estudio. Otro de los genes que señalamos —MAOA, que codifica una enzima metabolizadora del neurotransmisor serotonina— está relacionado con medicamentos empleados para tratar diversas patologías psiquiátricas, como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina”.
Agresividad: del TDAH a la depresión mayor
La investigación también revela una base genética compartida entre la agresividad de niños y adultos y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), y entre la agresividad en adultos y la depresión mayor (MDD). En cambio, no se ha constatado ninguna correlación genética con otros trastornos psiquiátricos —esquizofrenia, trastorno bipolar, autismo o estrés postraumático—, por lo que todo indica que estas patologías no compartirían factores genéticos de riesgo con la agresividad.
El protocolo experimental del nuevo estudio combina varios análisis que evalúan las bases genéticas de la agresividad desde perspectivas diferentes. En el caso de los humanos, se han analizado diversos estudios de asociación —entre pacientes y voluntarios sanos— a escala genómica (GWAS), para identificar variantes genéticas de riesgo que son frecuentes en la población general, y también datos transcriptómicos que señalan alteraciones de la expresión génica asociadas a determinados fenotipos agresivos.
En los modelos murinos se han estudiado genes que se expresan de forma diferencial en animales agresivos y no agresivos de una misma cepa, y también otros genes que, una vez inactivados —en ratones transgénicos—, dan lugar a un fenotipo agresivo, a veces asociado a una sintomatología más amplia.
Abordar de forma global las vías funcionales implicadas en la conducta violenta ha permitido conocer con mayor detalle los mecanismos moleculares que operan tras la agresividad. “Muchos genes se relacionan con la agresividad de acuerdo con los resultados de metodologías experimentales muy distintas, lo que refuerza la idea de que participan en este perfil de comportamiento”, subrayan Cormand y Fernàndez Castillo, que son miembros del consorcio internacional multidisciplinar Aggressotype para el estudio de las causas biológicas y ambientales de la agresividad.
En el marco del consorcio, los expertos españoles han publicado varios artículos que han perfilado diversos genes candidatos —en humanos, en modelos murinos, en peces cebra y en insectos— como factores de predisposición a alteraciones de la conducta.
Violencia: cómo cambiar la situación en el mundo
“El siglo XX se recordará como un siglo marcado por la violencia. Muchas personas que conviven con ella casi diariamente la asumen como algo consustancial a la condición humana, pero no es así. Es posible prevenirla. Los gobiernos, las comunidades y los individuos pueden cambiar la situación”, explicaba Nelson Mandela, político y premio Nobel de la Paz en 1993, en el informe mundial sobre violencia y salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2002).
En 2014, el informe de la OMS sobre la situación mundial de la prevención de la violencia rememoraba las palabras de Nelson Mandela y hacía un llamamiento a todos los países para mejorar las medidas preventivas contra las conductas violentas. Es en este escenario mundial, ante una problemática que afecta de forma dramática a todas las capas de la sociedad, que la investigación científica tendrá cada vez más relevancia en el conocimiento de las bases de las conductas antisociales y en la mejora de la prevención de los episodios de violencia y agresividad en la sociedad del siglo XXI.
Referencia bibliográfica:
Yanli Zhang-James, Noèlia Fernàndez-Castillo, Jonathan L Hess, Karim Malki, Stephen J Glatt, Bru Cormand & Stephen V Faraone. ‘An integrated analysis of genes and functional pathways for aggression in human and rodent models’. Molecular Psychiatry (2018).