Investigadores del área de Zoología de la Universidad de Salamanca han analizado durante los últimos ocho años el canto de las diversas aves paseriformes en España y en Brasil. En algunas especies, el canto es fundamental para defender su territorio y atraer una pareja. Sin embargo, el ruido provocado por el hombre en ciudades y carreteras hace que las aves alteren su forma de comunicación y traten de adaptarla a las circunstancias hasta tal punto que individuos de una misma especie pero de diferentes zonas tendrían dificultades para comunicarse. De esta forma, el hombre estaría provocando de manera involuntaria una fragmentación en las poblaciones.
"Nuestra premisa es que, si hay un gran ruido ambiental, las aves van a tener que modificar su canto con un rango de frecuencias distinto y tonos más altos o más bajos de cara a que otros congéneres les escuchen", explica en declaraciones a DiCYT Salvador Peris, catedrático de Biología Animal de la Universidad de Salamanca y autor de diversas publicaciones científicas desde 2004 sobre este tema.
Los trabajos se han centrado en especies de mirlo (Turdus) y chochín (Troglodytes) en el estado brasileño de Pará, en la zona del Amazonas, y en la provincia de Salamanca para comparar posibles diferencias entre una zona tropical y una de clima continental, pero en general "hay poblaciones dentro de una misma especie tan separadas por el canto que pueden llegar a no encontrarse, estamos ante una fragmentación de las poblaciones debido a nuestras infraestructuras viarias", apunta. En este sentido, es posible que un mirlo de una ciudad española pueda ser incapaz de comunicarse con uno de campo. "A esto lo llamamos mutación cultural, que es más rápida que la mutación genética", señala Peris, "y da como resultado una fragmentación de las poblaciones".
Todas las aves paseriformes emiten sonidos innatos que tienen que ver con la estructura de la siringe, que es el órgano vocal de las aves, un órgano muy complejo. Sin embargo, la capacidad de aprendizaje de nuevos cantos varía mucho entre unas especies y otras. Así, un chochín puede tener hasta 10 cantos, un mirlo 15 y un ruiseñor llega 110. "Cuanto más grande es el abanico, más grande es la parte aprendida. Si un ave vive un promedio de tres a seis años, tiene tiempo de aprender e incorporar nuevos cantos y desechar los que no le han sido útiles para defender un territorio y atraer un congénere del sexo opuesto", comenta.
Diferencias entre especies
Entre otros asuntos, el equipo de la Universidad de Salamanca ha analizado cuestiones concretas como cómo la fluctuación de poblaciones de aves en la provincia de Salamanca en carreteras con distintos niveles de tráfico, comprobando que los lugares ruidosos afectan a la presencia de estos animales. Entre las especies cuya población decae están las aves migrantes transaharianas, ya que "tienen repertorios mucho más complejos y, por lo tanto, les afecta más el ruido ambiental", indica el experto.
Otras especies, como gorriones, pinzones y verdecillos "aguantan mucho más el ruido ambiental" y especialmente las denominadas aves urbanas, como los estorninos, que son capaces de "modificar rápidamente su canto, de un año para otro".
De hecho, los efectos de los ruidos sobre estas especies son interesantes desde el punto de vista de la conservación, pero también para ver la "evolución cultural" que representa el canto. "En un mismo individuo o en pocas generaciones cambia más rápido que otros aspectos morfológicos", apunta Peris.
Grabaciones en campo
Para desarrollar estas investigaciones, la principal dificultad es grabar en campo, porque los equipos son caros y los problemas técnicos numerosos: hay que evitar el viento, los ruidos de tráfico y los sonidos de otras especies; y procurar grabar a primeras horas, ya que los cantos se producen preferentemente entre las 6 y las 9 de la mañana. Más tarde, se cotejan los cantos de los animales con el ruido ambiental, ya que grabarlo todo al mismo tiempo resultaría carísimo y muy largo de analizar en el tiempo.