Un informe del Instituto Español de Oceanografía señala a la incesante entrada de fertilizantes procedentes de la agricultura intensiva y otras actividades humanas en el entorno ribereño como el motivo de la crisis de la laguna salada.
El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico encargó al Instituto Español de Oceanografía (IEO, CSIC) un estudio sobre el Mar Menor que actualiza el exhaustivo informe previo realizado por esta institución en julio de 2020. El trabajo corrobora el papel determinante del aporte de nutrientes y materia orgánica como motor de eutrofización de la albufera. “El exceso de fitoplancton ocasionado por esta dinámica ha limitado la entrada de luz y afectado tanto a la fotosíntesis como a la disponibilidad de oxígeno disuelto hasta niveles próximos a la hipoxia”, apuntan desde el IEO.
Los autores señalan que el evento extremo de este verano –uno más desde la ‘sopa verde’ de 2016– muestra que el ecosistema lagunar ha perdido su capacidad de autorregulación. No obstante, “ven factible su recuperación siempre que se ataje el problema de los vertidos y se preserven características esenciales como la salinidad, que se vería afectada por la apertura de golas o canales de comunicación con el Mediterráneo”, aseguran.
El trabajo lo firman seis autores del instituto y se basa en los datos obtenidos en el programa de monitorización de la laguna que mantiene el instituto y en resultados de diversos proyectos de investigación. El análisis aporta evidencias de que este evento de mortalidad está ligado estrechamente con el proceso de eutrofización responsable de la degradación de la laguna salada.
“La proliferación de fitoplancton registrada en la albufera tuvo lugar a principios del verano en las inmediaciones de la rambla del Albujón –indica el estudio–, importante punto de entrada de aguas altamente contaminadas por fertilizantes y otros compuestos”.
El bloom o afloramiento continuó creciendo durante los meses de julio y agosto, y se extendió por la zona centro y sur de la laguna, donde la renovación del agua es menor, provocando turbidez extrema y reducción severa de la luz disponible para la fotosíntesis “hasta niveles totalmente críticos para la supervivencia de la vegetación del fondo”, subrayan. Si la situación persiste, la vegetación bentónica podría morir y agravar la crisis ambiental. Los científicos ponen como ejemplo la zona sur de la laguna, donde la pradera de alga Caulerpa prolifera ha desaparecido casi por completo por falta de luz.
Del mismo modo, el exceso de fitoplancton ha introducido en el sistema grandes cantidades de materia orgánica cuya descomposición explica la merma de oxígeno disuelto en el agua a lo largo del mes de agosto hasta niveles próximos a la hipoxia. Los valores alcanzados, aunque no tan bajos como en el episodio de anoxia de 2019, son inferiores a los registrados históricamente en el Mar Menor y a lo considerado estresante o incluso letal para muchas especies marinas.
Aunque las observaciones efectuadas a principios de septiembre sugieren una mejora en la oxigenación de la laguna, “puede tratarse de algo transitorio debido al cambio de régimen local de vientos”, señalan los autores. La saturación de materia orgánica y la turbidez persisten, incluso extendidas a la zona norte, por lo que el riesgo de nuevos cuadros de hipoxia y anoxia subsiste también.
Entre sus conclusiones, el estudio del IEO no ha encontrado evidencia alguna de que la temperatura estival haya sido el factor desencadenante de este nuevo episodio de mortalidad de organismos marinos. De hecho, en lo que va de 2021 la temperatura de la albufera ha sido inferior a la media de años anteriores.
El informe recuerda el profundo deterioro que ha experimentado el ecosistema del Mar Menor a partir de 2016, y las graves presiones ambientales que sufre, derivadas no solo de los vertidos de la agricultura intensiva en el área del Campo de Cartagena, sino también de la llegada de contaminantes químicos y mineros, de obras y desarrollos urbanísticos en esta zona del litoral murciano.
No obstante, los investigadores consideran que la recuperación, aunque compleja, sería factible si se cortara la entrada de nutrientes a la laguna a través de vertidos, como se ha comprobado en otros ecosistemas costeros sometidos a agresiones similares en diferentes partes del mundo.
Igualmente, consideran crucial no seguir alterando las condiciones ambientales clave que determinan la resiliencia del ecosistema lagunar y sus propiedades ecosistémicas básicas, como la salinidad, de la que depende en gran medida su funcionamiento biológico y la singularidad de su biodiversidad.
En este sentido, recuerdan que la salinidad media de la laguna va en aumento desde el verano de 2020 y, de seguir así, podría recuperar sus valores normales en verano de 2022. “Siempre que no sucedan lluvias torrenciales u otros fenómenos climatológicos extremos, ni intervenciones humanas como apertura de canales de comunicación con el Mediterráneo o golas”, enfatizan.
Los últimos sucesos ocurridos en el Mar Menor y la confusión sobre sus causas reflejan también las deficiencias de los actuales sistemas de monitorización de la laguna. Éstos deben ser mejorados y actualizados para detectar este tipo de eventos y su origen de forma inequívoca, fiable y transparente, concluyen.