En el nuevo libro Regreso a Galápagos. Mi viaje con Darwin, el arqueólogo y naturalista Jordi Serrallonga, director de Homínidos, Grupo de Orígenes Humanos en el Parque Científico de Barcelona de la UB, recuerda la figura del naturalista inglés y revisa la vigencia de su pensamiento en un escenario emblemático para las ideas darwinistas: el archipiélago de las Galápagos.
Hic sunt dracones. En la cartografía antigua, ésta es la inscripción que definía los territorios misteriosos aún por descubrir. Era la terra incognita, el territorio desconocido que se extendía más allá del horizonte. Charles Darwin (Shrewsbury, 1809 - Downe, 1882) es uno de los exploradores del conocimiento que más ha hecho variar las fronteras en la visión del origen de las especies y del ser humano.
En una palabra, no hay nada menos atractivo que el aspecto de esta isla», escribía Darwin al vislumbrar por primera vez las costas de las Galápagos. No podemos hablar de un buen inicio en la relación del naturalista inglés con las Encantadas...
No, no fue un buen inicio. Él esperaba otro tipo de paisaje. Al ver los campos de lava y los ejemplares de palo santo sin hojas pensó que toda la vegetación estaba muerta. La anatomía de animales como las tortugas gigantes y las iguanas le hicieron imaginar un paisaje prehistórico anterior a los diluvios y las extinciones que había defendido un antievolucionista como George Cuvier. Y la fuerte radiación solar, junto con su incómoda indumentaria de explorador victoriano, acabaron de hacer el resto.
La extinción es un hecho habitual en el proceso evolutivo. ¿La supervivencia es la gran excepción en la lucha por la vida?
La extinción forma parte de la evolución. En la actualidad la naturaleza nos muestra las especies que han sobrevivido, las que han sido seleccionadas gracias a su adaptación al medio, pero muchas otras especies se han quedado a medio camino. Incluso especies que durante miles de años tuvieron éxito evolutivo, después desaparecieron, y hoy sólo encontramos su huella fosilizada. Sin ir más lejos, siempre se ha dicho que el Homo sapiens es la especie elegida; ahora bien, nadie nos asegura, después de 250.000 años en el planeta, nuestro futuro biológico... Seguro que nos extinguiremos y esto no implica ningún mensaje catastrofista más allá de que no queramos ser nosotros la generación protagonista.
"No somos la especie elegida", recuerda usted en su libro. Darwin lo dijo hace ciento cincuenta años, y su legado revolucionó el pensamiento científico y humano. ¿Por qué no se acaba de aceptar la teoría de la evolución en algunos colectivos?
Me gusta que me haga esa pregunta. Creo que no aceptar la teoría de la evolución —con la celebración del Año Darwin, vivimos ataques feroces al darwinismo— es una manera de negar el azar. En un momento de crisis económica (recordemos la caída internacional de la bolsa), de aumento del paro en muchos países; en un momento de desilusiones y vacío, mucha gente prefiere pensar que su origen (creación) y el transcurso por la vida (evolución) se encuentran bajo la batuta de un diseñador inteligente más que del azar. Es el retorno al mito para eludir la realidad. Y eso es algo que no criticamos los científicos: cada uno es libre de pensar y creer lo que quiera. Lo único que critico es que alguien piense que la enseñanza del creacionismo o del diseño inteligente se realizará en la misma aula de biología donde se enseña la génesis de la vida desde una perspectiva científica. La ciencia puede explicar el origen y la evolución de la vida sin la participación ni el concurso de ningún tipo de mito divino.
Hijo de una familia acomodada de la Inglaterra victoriana, Darwin era un defensor de la creación divina cuando se enroló en 1831 en la expedición del HMS Beagle. ¿El viaje es el gran protagonista del pensamiento darwinista?
El viaje de Charles R. Darwin, cinco años de circunnavegación, se convirtió en la verdadera carrera universitaria de un joven esnob inglés que, como la mayoría de caballeros de su época, era creacionista. Una especie de viaje iniciático que me obliga a dividir la historia de la ciencia en dos etapas bien diferenciadas: antes de Darwin (aD) y después de Darwin (dD). El «después de Darwin» comienza cuando el teólogo, ya reconvertido en naturalista, desembarca en Inglaterra y escribe la primera de sus libretas rojas, donde ya intuye el mecanismo de la selección natural. Las observaciones a lo largo de su periplo, los errores de aprendiz y los aciertos de personaje despierto componen el aprendizaje que no sólo cambió la historia de la ciencia sino también la historia de la humanidad.
El capitán Fitz Roy, experto navegante en latitudes australes y creacionista convencido, compartiría singladura con Charles Darwin, en pleno proceso de cambio ideológico y religioso. Las conversaciones entre Roy y Darwin, ¿cómo se las imagina?
Al principio, fueron conversaciones no muy apasionantes ni acaloradas; apenas discutían pasajes de la Biblia. Pero la lectura de los Principios de geología, de Charles Lyell, las observaciones de Darwin a lo largo del viaje y sus ideas abolicionistas, convirtieron los encuentros del capitán y su compañero en discusiones feroces. El genial Robert Fitz Roy se arrepintió de haber embarcado a un joven inquieto como Darwin. ¿Qué habría pasado si Fitz Roy no hubiera aceptado a Darwin como acompañante —y naturalista no remunerado—, en la aventura del HMS Beagle?
Una enfermedad, herencia de su periplo por el ecuador del planeta, marca la trayectoria vital y el carácter del gran naturalista inglés, que trabajaba de forma metódica y constante, casi obsesiva, en Down House. ¿Su enfermedad propició la reflexión y la creación científicas?
Creo que sí. De algún modo, la enfermedad fue una especie de excusa que Darwin, ayudado por su esposa, Emma, utilizó sutilmente para aislarse de las reuniones y compromisos sociales, tan frecuentes en la época. Así, el hecho de encerrarse en la casa del pequeño pueblo de Down (hoy Downe), hizo posible que Darwin pudiera generar una producción escrita aún no superada por ningún otro científico, y eso que sólo trabajaba las pocas horas al día en que no se sentía indispuesto a causa de los síntomas de la enfermedad.
En 1858, Darwin aún no había publicado ni una sola línea sobre la teoría de la evolución. Alfred Russel Wallace, un joven naturalista, se le adelanta al enunciar una nueva y desafiante teoría científica: la evolución por selección natural. ¿Es Wallace el gran artífice de la publicación de la obra darwinista en 1859?
Antes de 1859, Darwin había escrito sus libretas rojas sobre la selección, pero, efectivamente, eran escritos inéditos. Había enviado muchas cartas a sus «mosqueteros» (Henslow, Lyell, Hooker y Huxley), en las que hablaba de ideas revolucionarias que los cuatro le animaban a publicar. Pero pasaban los años y Darwin tenía miedo de las reacciones académicas, sociales y religiosas. No se atrevía a dar el gran paso, si bien la muerte de su amada hija Annie le llevó a cuestionar sus creencias religiosas. Finalmente, la recepción del trabajo del joven Wallace fue el detonante que utilizaron los amigos de Darwin para animarle a publicar El origen de las especies, meses después de que en 1858 se presentara en la Sociedad Linneana de Londres una comunicación conjunta de Darwin y Wallace: la primera publicación sobre la teoría de la selección natural. Los dos científicos compartieron la paternidad de la idea y también una gran amistad, es la muestra del pacto entre los dos caballeros de la ciencia por el que prevalecía el avance científico ante la fama personal.
En África oriental, hace unos seis millones de años, se iniciaba la gran aventura de la humanidad. En un punto del océano Pacífico, a miles de kilómetros al oeste, la geología local daba paso a las islas Galápagos. Usted enlaza estos mundos tan alejados en una línea atemporal, miles de años después, para resolver incógnitas sobre el origen y la evolución del ser humano...
Siempre he dicho que la evolución del universo es paralela a la evolución de la Tierra, de la vida y la humanidad. Lo aprendí de Carl Sagan, ya de muy pequeño. A Darwin le hubiera gustado saber que su teoría, publicada en 1871, sobre el origen simiesco y africano de la humanidad, no sólo ha quedado demostrada con el hallazgo de restos paleoantropológicos y arqueológicos de la Gran Falla del Rift, sino que es paralela al origen geológico de unas islas que, tras su decepción inicial, le cautivaron para siempre: las Galápagos. En las Galápagos, como en la Tierra primigenia, la vida se abre camino.
Como si fuera un sueño literario, su compañero de viaje a las Galápagos es Charles Darwin. Si usted hiciera un viaje en el tiempo y coincidiera con el gran naturalista inglés, ¿qué pregunta le plantearía?
Son tantas las preguntas... pero supongo que usted me obligará a escoger. En relación con el gran debate entre creacionistas y evolucionistas que tuvo lugar en Oxford en 1860 (hace 150 años), y después de que Thomas H. Huxley pronunciara que prefería descender de un simio que de un hombre inteligente y ridículo como el obispo Samuel Wilberforce, me hubiera gustado preguntar a Darwin si, en caso de estar presente en la sala, él habría contestado del mismo modo a las impertinencias del obispo de Oxford. Me temo que, con una sonrisa en los labios, me invitaría a tomar el té para eludir la respuesta, inquieto por mi regalo (una botella de Anís del Mono).