Nuestra complejidad biológica como especie no viene determinada por el número de genes presentes en nuestro genoma -conjunto de genes-, sino por cómo se descifra la información contenida en ellos gracias a la labor desarrollada por genes reguladores. Estos genes –que expresan proteínas o ARNs– tienen la capacidad de controlar la expresión de otros genes, cuya activación/inactivación permite el establecimiento de los programas biológicos adecuados en función de las instrucciones del desarrollo o de las demandas ambientales. Los biólogos moleculares se enfrentan al desafío de identificar quienes son estos genes reguladores, cómo funcionan y entender los mecanismos moleculares a través de los que ejercen el control sobre otros genes.
El genoma contiene toda la información necesaria para construir y realizar las funciones de todo ser vivo (los genes). Estas instrucciones, contenidas en los cromosomas (ADN), se copian en moléculas mensajeras (ARN mensajeros) que, a su vez, se traducen produciendo los elementos funcionales de las células: las proteínas. Sin embargo, estas instrucciones no se leen todas a la vez, sino que cada grupo de genes debe expresarse en momentos precisos de la vida de un organismo o de cada célula de un organismo.
La edición digital de la revista Nature Structural & Molecular Biology publicó ayer, con antelación a la edición impresa, un artículo del grupo de Telómeros y Telomerasa dirigido por María A. Blasco en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO).