Un grupo de expertos de universidades y centros de investigación internacionales analizan las interacciones en red local de los artefactos de Internet de las Cosas y las aplicaciones móviles. Demuestran que existen riesgos derivados de la creciente prevalencia de dispositivos opacos y técnicamente complejos.
Un video ultrafalso del presidente ruso Vladimir Putin anunciando la paz con Ucrania y distribuido en Twitter –ahora X– es uno de los más de 1.200 tuits analizados por investigadores de la Universidad de Cork (Irlanda). Su objetivo es evaluar el impacto que pueden tener estos contenidos manipulados durante los conflictos bélicos.
La investigadora y ecóloga francesa hace hincapié en la forma en la que tendemos a invisibilizar la huella digital. No se trata solo de reducir el streaming por los gases de efecto invernadero que este genera, sino de ser sobrios en el consumo y en tomar conciencia del daño que causamos a la salud de las personas y del planeta. Así lo sugiere en el documental Frankenstream. El monstruo que nos devora, que alerta sobre el impacto global de la industria de internet.
Además de espacios de comunicación, desinformación y controversias, las redes sociales se han convertido con los años en gigantes cementerios donde millones de usuarios se cruzan con cada vez más cuentas de fallecidos. Una nueva corriente de filósofos, sociólogos y antropólogos exploran este complejo fenómeno.
Seguro que fallaría con cualquier premonición que hiciese, pero lo que tendrá éxito será aquello que consiga traspasar las barreras de lo puramente tecnológico e implique cierto avance humano, sociológico y/o económico.
El trabajo que está llevando a cabo esta abogada madrileña en la Comisión Europea busca el desarrollo de una identificación robusta que nos permita manejarnos en el entorno online de manera segura y protegiendo nuestra privacidad.
En estos meses difíciles la posibilidad de conectarse online con un museo sirvió para aliviar y esperanzar. Pero creer que estos encuentros pueden sustituir a la visita real es una forma de autoengaño. Los museos son lugares de alto voltaje social donde nos exponemos a las opiniones y emociones de los demás.
La pandemia ha allanado el camino a la consolidación de los estudios de salud descentralizados que permiten a las personas participar desde casa y a los investigadores utilizar la tecnología para comunicarse con los voluntarios.
Enviar un email, ver una película por streaming, comprar on line o hacer una videollamada se han convertido en acciones cotidianas en la pandemia. Pero cada una supone un impacto ambiental no solo en forma de emisiones de CO2, sino también en gasto de agua y tierra. La mayor huella recae en la transmisión de datos.
Desde hace más un año, dos científicos sociales de la Universidad de Zaragoza utilizan Tinder y Grinder cada día en su trabajo. No es que flirteen en horario laboral, sino que indagan sobre cómo se relacionan los jóvenes de 18 a 26 años. Han descubierto que los estereotipos asociados al uso de estas aplicaciones son prejuicios: no son nidos de infieles, la promiscuidad tiene un peso similar que la búsqueda de pareja, y la diversidad de personalidades es la misma que en los bares.