Desde hace más un año, dos científicos sociales de la Universidad de Zaragoza utilizan Tinder y Grinder cada día en su trabajo. No es que flirteen en horario laboral, sino que indagan sobre cómo se relacionan los jóvenes de 18 a 26 años. Han descubierto que los estereotipos asociados al uso de estas aplicaciones son prejuicios: no son nidos de infieles, la promiscuidad tiene un peso similar que la búsqueda de pareja, y la diversidad de personalidades es la misma que en los bares.
Si usted quisiera investigar cómo los humanos intentan buscar pareja y sexo, hace 60 años habría acudido a un guateque; hace 30, a una discoteca; y en la actualidad, no necesitaría más que sacar un móvil y bajarse Grindr, Tinder o cualquier aplicación de citas y ligues.
Estas apps han pasado de ser una vía alternativa en la búsqueda del amor —el amor, o el tipo de interacción que cada cual desee— a convertirse en el principal lugar donde relacionarse románticamente, especialmente en la población juvenil. Por eso también son objeto de estudio para las ciencias sociales, que investigan cómo hemos llegado a la cultura del match y del swipe a izquierda o derecha.
Juan Ramón Barrada y Ángel Castro son dos doctores en Psicología e investigadores en ciencias del comportamiento, salud y tecnologías de la Universidad de Zaragoza (UNIZAR). Este último año han centrado su trabajo en las apps de citas con el propósito científico de saber cómo los humanos —especialmente los jóvenes, de 18 a 26 años— encuentran pareja.
Las investigaciones de este Departamento de Psicología y Sociología también sirven para conocer si los estigmas asociados al uso de estas apps tienen algo de verdad. Sus conclusiones logran desmontar los prejuicios de Grindr y Tinder. Así, observan que no existen patrones de personalidad entre los usuarios de las aplicaciones, habiendo la misma heterogeneidad que en cualquier ámbito de la vida offline y con personas extrovertidas e introvertidas por igual. También ven que los que lo usan son mayoritariamente solteros, por lo que se cae la hipótesis de ser un reducto de infidelidades. Y aunque sí es cierto que los usuarios valoran algo mejor el sexo sin compromiso, le otorgan la misma importancia a esto que a la búsqueda de pareja a largo plazo.
Mientras recopilaban literatura científica que les interesara para su investigación, Barrada y Castro se dieron cuenta de que los estudios sobre estas apps tenían una gran limitación: solo tomaban como referencia a los usuarios, lo que les impedía comparar los resultados con otra población.
Según explica Barrada a SINC, “es imposible conocer cómo son los usuarios de Tinder —u otras— sin establecer un criterio de comparación”. Este problema se daba, según creen, porque el reclutamiento de personas para participar en los estudios y encuestas se hacía a través de foros o anuncios en los que se buscaba a personas que usaran las aplicaciones, “lo cual puede estar sesgando quiénes responden a nuestros cuestionarios”.
Para evitar esto, los investigadores eliminaron ese criterio de exclusión. Así, elaboraban sus cuestionarios sobre amor y sexualidad sin descartar participantes en función del uso de estas apps. Es decir, incluyeron tanto a personas que han entrado en algún momento de su vida, como a otras que siguen activas o a las que nunca se han construido un perfil. “En nuestro caso, contábamos con una muestra de un par de miles de estudiantes de universidad, a los que invitábamos voluntariamente a participar. Entendemos que ese es un buen arranque”, detallan.
Una vez que se establece el grupo comparativo, puede existir otro factor que sesgue los resultados de los cuestionarios: la personalidad de los participantes, que casi nunca se autovalorarán en términos negativos como, por ejemplo, “mal amante” o “mala pareja”.
Conscientes de esto, Castro y Barrada decidieron basar todas sus investigaciones en autoinformes. “Si te pido que te califiques en extraversión, y le pido a la gente cercana que haga lo mismo, hay una convergencia de resultados”, ejemplifican los psicólogos.
De esta manera, decidieron orientar sus cuestionarios en preguntas como ‘¿cómo te consideras como pareja sexual?’ o ‘¿cómo de satisfecha/o te sientes con tu cuerpo?’. “Una cosa muy distinta sería medir la calidad sexual, lo que demandaría a otros informantes, pero no es el caso”, apostilla Barrada.
¿Quién está en Tinder? ¿Cómo es una persona usuaria de Grindr? La primera investigación de este departamento sobre aplicaciones de ligues quería responder a estas cuestiones. Según Castro, no existen datos oficiales —o están ocultos, o son poco fiables— que permitan perfilar a los jóvenes que hacen uso de estas herramientas. Esta ausencia de datos, en su opinión, alimenta estereotipos y estigmas sobre las personas que acuden a las apps.
“Si le pidiéramos a las personas que imaginaran cómo es una usuaria en Tinder, sabríamos qué pasa por su cabeza, pero puede elaborar un perfil que es incompatible con otra imagen mental”. Barrada considera, en base a sus investigaciones, que los prejuicios sobre los que están en las apps pueden ser hasta contradictorios: “Hay gente que pueden pensar que son personas extravertidas y capaces de entablar conversación con desconocidos, y otros que son personas muy tímidas que necesitan la distancia tecnológica para iniciar relaciones”.
¿Y qué dice la investigación de este departamento? Según sus datos, no tienen un patrón de personalidad concreto y hay mucha heterogeneidad. En cuanto a valores demográficos y no relacionados con la personalidad, esta investigación apunta a que probablemente haya más hombres, que sean de minorías sexuales (o no heterosexuales), solteros y de un rango de edad más elevado, más cercano a la treintena que a los 18 años.
En definitiva, Barrada lo define así: “El perfil de un usuario joven de Tinder es el de una persona que va al supermercado. ¿Y cuál es ese perfil? Pues la pregunta carece de fundamento”.
Tras arrojar luz sobre los perfiles que pueblan las aplicaciones de citas, los investigadores centraron en Tinder su siguiente estudio para conocer qué tienen en común los usuarios juveniles de la app, por qué pasaban tiempo en ella y si existía alguna correlación entre su uso y bienestar psicológico, satisfacción sexual y conductas de sexo sin compromiso.
De acuerdo a esta investigación, los usuarios jóvenes utilizan Tinder como curiosidad o como pasatiempo. De manera secundaria, la búsqueda de sexo rápido o de pareja a largo plazo también estaban entre los motivos, “pero no eran los más destacados y tenían una importancia similar”, especifica Castro. “Para ellos [los universitarios participantes del estudio], Tinder es una herramienta más como Instagram, se trata con una normalidad absoluta”.
Es en el plano sexual donde los psicólogos sí encuentran diferencias respecto al grupo de no usuarios. En este sentido, las personas que usan Tinder “sí tienen una mayor orientación a relaciones a corto plazo”, apunta Barrada, en referencia a tres dimensiones que la investigación recoge: son personas que han tenido más sexo sin compromiso; presentan actitudes más favorables ante este fenómeno, es decir, responden de manera positiva a la afirmación “el sexo sin amor me parece correcto”; y tienen más deseo de tener este tipo de relaciones. En paralelo a esto, los usuarios están más insatisfechos con su vida sexual “pero no se consideran peores amantes” y se preocupan más por este aspecto.
Por último, la investigación no ha encontrado una correlación entre ser usuario de Tinder y presentar más bienestar psicológico o autoestima física.
Después de ver que los usuarios le otorgaban una importancia parecida a buscar sexo rápido en las apps y querer una pareja a largo plazo, los investigadores se preguntaron si estas dos cuestiones se pueden dar a la vez.
“Empezamos a sopesar que no son dos polos opuestos, sino que una persona puede querer una pareja romántica y, mientras aparece esa persona, tener una o varias relaciones casuales”, plantea Castro. Esto resulta novedoso en la investigación social sobre aplicaciones de citas y relaciones, ya que, según explican, la literatura científica partía de la idea de que si buscas algo rápido, si tienes una orientación de pareja “a corto plazo”, no puede coexistir una orientación “a largo”. Su investigación más reciente viene a confirmar que este fenómeno, que podría parecer contradictorio, existe.
Por último, este trabajo también puede plantear que las apps de citas tienen éxito: es más probable que quien usa Tinder (o cualquier otra) encuentre a largo plazo pareja. “Separando a quienes habían usado una app en algún momento de su vida y quienes la tienen desde hace unos meses, vemos que este último grupo tiende abrumadoramente a estar soltero”, detalla Barrada.
En el caso de que las apps estuvieran pobladas por gente que no quiere tener relaciones a largo plazo, “los usuarios seguirían estando solteros, pero no es lo que hemos encontrado”, concluye el psicólogo.