En el Museo del Prado hay narices y barbillas que revelan las intimidades genéticas de los Austria. Hay personajes distorsionados que sugieren problemas visuales del pintor, emperadores enfermos que desvelan una dieta poco saludable y batallas navales que recuerdan a los galeotes con escorbuto. Son algunas de las historias que se ocultan tras los lienzos del museo y que hemos sacado a la luz con la ayuda de dos científicas.
En la sala de los retratos reales de Velázquez del Museo del Prado, todos los rostros presentan un parecido asombroso. No fue capricho del pintor, sino genética. Ningún miembro de la casa de Austria se libraba del mentón adelantado, el labio inferior grueso y la nariz bulbosa. Detalles que desvelan la historia de varias generaciones de casamientos entre parientes cercanos.
Estos rasgos tan identificativos de la familia Habsburgo se pueden observar tanto en la infanta Margarita de Las Meninas (1656), como en su hermano Carlos II, sus padres Felipe IV y Mariana de Austria, y sus predecesores Felipe II y Felipe III.
Gemma Marfany, profesora de genética en la Universitat de Barcelona, explica a Sinc que, ordenados cronológicamente, los retratos cuentan una historia de sucesivos emparejamientos entre familiares.
“Los rasgos se van acentuando generación tras generación hasta llegar a Carlos II [último miembro de la dinastía], en el que son tan marcados que parece deforme y enfermo. Tantos casamientos entre primos hermanos y tíos con sobrinas hacen que su nivel de consanguinidad sea más elevado que si su padre y madre fueran hermanos”, explica.
Según Marfany, en el último rey de la casa de Austria se encontraron genes mutados que le provocaron varias enfermedades genéticas raras simultáneas, lo que le valió el título de ‘El hechizado’.
Infanta Margarita (Martínez del Mazo), con mentón adelantado y nariz bulbosa, típicos de los Austria. / Wikipedia
La consanguinidad de los Austria es solo una de las historias de ciencia que se esconden en los cuadros del Prado.
“En el museo puedes buscar aquello que causa placer estético, pero también puedes pensar en cuestiones más científicas”, asegura Marfany.
En la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), el curso pasado se organizó la asignatura de Bioquímica en torno a las pinturas del museo, coordinada por Alicia Megías.
“Aunque parezca mentira, la ciencia también tiene que ver con el Prado”, explica. Además de visitar el museo, a los alumnos se les presentó un cuadro sobre el que tenían que aplicar los conocimientos aprendidos en clase.
“Dar una conexión a la asignatura con la vida real hace que los estudiantes se interesen más”, asegura Megías.
Los bufones y los acondroplásicos –vulgarmente llamados enanos– de los cuadros de Velázquez fueron algunos de los personajes estudiados en las clases. “Esconden diferentes enfermedades genéticas, no todos son iguales. Es cuestión de investigar sobre los rasgos característicos de las distintas patologías. Un ejemplo es el Retrato de Don Sebastián de Morra (1645), cuyas extremidades más cortas de lo normal sugieren que sufría acondroplasia”, explica Megías.
En Las Meninas, probablemente el cuadro más conocido del museo, hay dos personajes secundarios afectados por enanismo. Sus diferentes características físicas indican que no padecían la misma enfermedad. Nicolás Pertusato, el personaje situado más a la derecha, está bien proporcionado, lo que hace sospechar que tenía un déficit de hormona del crecimiento. A su lado, Mari Bárbola tiene las extremidades anormalmente cortas, mientras el tronco y la cabeza presentan un tamaño mayor, son características propias de la acondroplasia.
Las pinturas también pueden ocultar patologías del artista. Ante las figuras exageradamente estilizadas de los cuadros del Greco, como su Caballero de la mano en el pecho (1578-80), hay quien sugiere que quizá el pintor sufriera un defecto visual, aunque otros lo consideran una licencia artística.
O pueden reflejar la enfermedad del retratado. Hay una obra de Eduardo Rosales, Presentación de don Juan de Austria al emperador Carlos V en Yuste (1869), que presenta al emperador sentado con una manta que le cubre las piernas. Sufría de gota, una enfermedad que afectaba a las clases pudientes y que era causada por una dieta con alto contenido en proteínas.
“Esta obra sirve como ilustración de la enfermedad y como introducción para explicar cómo se metabolizan los hidratos de carbono, lípidos y proteínas que consumimos”, indica Megías.
Marfany confiesa que cuando observa a los sacerdotes polinizando las plantas en algunos relieves persas, “casi sin querer pienso en cómo el ser humano se ha dedicado a hacer genética desde que fue capaz de entender los ciclos vitales”.
“Quizás le podríamos llamar deformación profesional, pero en lugar de pensar que una mirada tan particular empobrece, para mí supone descubrir aspectos que de otra forma podrían pasar desapercibidos”, añade la genetista.
Las hilanderas (1657) sirven para explicar la estructura de las proteínas. “Este cuadro, así como los ropajes de los retratos de reyes, infantes y cortesanos, sirven de gancho para analizar la estructura y características de proteínas fibrosas –explica la profesora de la UCM–. Cuando el pintor es bueno, se aprecia muy bien el tipo de tejido del que están hechos”.
Los bodegones inspiraron a la profesora Megías para hablar del metabolismo, pero “no solo, sino también de lo que se comía en la época según clases sociales, y por qué había enfermedades relacionadas con una mala alimentación”, indica la investigadora.
Los lienzos con representaciones de la armada real o batallas navales esconden la historia de millones de afectados por el escorbuto, una enfermedad causada por la falta de alimentos frescos en la dieta de los marineros.
Es el caso de la Defensa de Cádiz contra los ingleses (1634). En el lienzo de Zurbarán se observa a los marineros afectados por este déficit, y el gobernador –que aparece sentado– tiene la gota, otra enfermedad causada por una dieta poco equilibrada.
“Se calcula que murieron unos dos millones de afectados por escorbuto debido a una deficiencia en vitamina C”, explica Megías.
“El museo puede servir para aprender muchas cosas, no solo arte”, asegura la investigadora. Son muchos los ángulos desde los que se pueden observar las obras y muchas las historias de ciencia escondidas tras sus escenas.
“Como científica, como genetista, miro la realidad a mi alrededor a través de mis ojos y mi conocimiento. Esto me acerca al artista o al sujeto del cuadro”, confiesa Marfany. “Pero también me pasa con otras cosas, como cuando bebo una cerveza y pienso en el sabor de la levadura. Y al revés, cuando trabajo en el laboratorio con levaduras, me huelen a cerveza o a pan. ¡Es que te las comerías!”.
Hasta finales de abril las obras de arte del Prado cuentan con compañía. La exposición temporal Historias Naturales recrea y da un nuevo matiz a algunas pinturas y esculturas al mostrar junto a ellas piezas reales de museos de ciencia.
Un esqueleto de delfín cuelga proyectando su sombra sobre la estatua de la diosa del delfín como si estuviera apunto de engullirla. La pezuña de un alce, una cobra, sapos, salamandras y otros ingredientes usados en brujería se exponen junto al cuadro El aquelarre de Goya. Al lado de El nacimiento de la Vía Láctea de Rubens se pueden observar varios meteoritos y el esqueleto de una serpiente acompaña el cuadro de Eva, de Durero.
Este proyecto, en colaboración con el Museo Nacional de Ciencias Naturales–CSIC evoca la función original para la que fue diseñado el edificio que hoy se conoce como Museo del Prado. Estaría destinado a albergar el Real Gabinete de Historia Natural, pero nunca llegó a cumplir esta función ya que una vez acabado se convirtió en el Real Museo de Pintura y Escultura.