El 95% de las madres españolas dedica parte de su día a los hijos frente al 68% de los padres. Recientes estudios asocian esta desigualdad en las tareas familiares con las diferencias en los salarios y la promoción profesional. Corresponsabilidad y permisos intransferibles son algunas de las soluciones a un problema que algunos todavía tratan de justificar por cuestiones biológicas.
Hoy se celebra el Día Internacional de la Mujer, que este año está protagonizado en España por una huelga feminista contra la discriminación en el hogar y en el trabajo. Estudios recientes apuntan a que la desigualdad salarial entre ambos sexos se relaciona con la desigualdad en el cuidado de la familia, lo que invita a plantear una pregunta: ¿qué pasaría si fueran ellos quienes hicieran una huelga de cuidados?
Todas las fuentes consultadas para este artículo han dado una respuesta similar: desgraciadamente, se notaría poco. La investigadora del CSIC y primera mujer en conseguir una cátedra de Sociología en España, María Ángeles Durán, cree que “la huelga de cuidados que de verdad se nota es la de las mujeres”, aunque “estaría bien que los hombres hicieran una ‘a la japonesa’ por lo contentas que nos pondríamos, ¡esa sí que sería una huelga que haría feliz a mucha gente!”, bromea durante la conversación telefónica.
“Siempre hay parejas más corresponsables, pero los estudios señalan que los hombres se dedican, sobre todo, a llevar a los niños a la escuela infantil por la mañana, bañarles y estar con ellos el fin de semana”, comenta a Sinc la socióloga e investigadora de la UNED Teresa Jurado, experta en políticas sociales, juventud, familia y género.
Eulalia Pérez Sedeño, profesora de investigación de Ciencia, Tecnología y Género en el CSIC, recuerda que los cuidados pagados de pequeños y mayores también están en manos de mujeres: “Si se para eso se para el país, como sucedió en Islandia”.
Los datos apoyan esta impresión. Según el Eurostat, el 95% de las madres españolas de entre 25 y 49 años dedica algo de tiempo diario a cuidar a los hijos, frente al 68% de los padres. Las diferencias son mayores en las tareas domésticas, con un 84 y 42%, respectivamente. Es cierto que ellos tienen mayores tasas de empleo que ellas (64,8 frente a 54,3%), pero también que esa diferencia aumenta con la descendencia: desde 7,7 puntos en personas sin hijos hasta más de 26 cuando se tienen más de tres criaturas.
Esta desigualdad en el reparto de las tareas repercute en las carreras femeninas. Un estudio todavía pendiente de su revisión y publicación en una revista científica ha despertado mucho interés en las últimas semanas. Más de tres décadas de datos de un país con generosas políticas familiares, Dinamarca, muestran que la mayor parte de la brecha salarial entre sexos tiene que ver con los hijos. Mejor dicho, con las diferencias en su cuidado.
En Dinamarca la baja por maternidad es de 18 semanas más 32 semanas adicionales que pueden repartirse entre ambos progenitores. Además, el Gobierno ofrece guarderías subvencionadas durante el primer año de vida del bebé. En comparación, las españolas tienen 16 semanas, diez de las cuales son transferibles; y los hombres, desde enero de 2017, cuatro. También hay excedencias hasta que la criatura cumple tres años.
Estas diferencias no importan: la brecha salarial entre mujeres y hombres daneses ronda el 20%, al igual que España y países sin baja de maternidad asegurada como EE UU. El estudio asegura que el 80% de esa diferencia es debida a la maternidad porque el resto de factores, como la falta de educación y la discriminación, están desapareciendo. Tener un hijo penaliza los ingresos de las madres durante la década siguiente, mientras que las mujeres sin hijos no se ven afectadas de igual manera. Los hombres, sean padres o no, tampoco.
Salarios de hombres y mujeres a partir del naciimiento del primer hijo. Egholt et al.
“Las políticas que apoyan la reproducción no siempre ayudan a las mujeres, porque una baja de maternidad larga puede dañar su carrera. La fuerte subvención a la crianza en Dinamarca parece que no es suficiente para eliminar la brecha salarial”, resume el investigador de la Universidad de Copenhague y coautor del estudio, Jakob Egholt.
No solo es difícil recuperar un año en términos profesionales, sino que ellas asumen el 90% de la baja. En 2015, los padres daneses se tomaron de media 31 días… y ellas casi 300. Esto ha llevado a las autoridades del país a lanzar la campaña ‘Baja de paternidad: tómala como un hombre’.
Las madres nórdicas no son diferentes de las españolas. Un trabajo publicado en 2015 en la Revista Española de Sociología aseguraba que las mujeres siguen siendo las que concilian. Jurado señala la paradoja de que, en un mundo en el que los jóvenes se identifican cada vez más con valores igualitarios, se repita el reparto desigual de tareas, sobre todo con la llegada del primer niño, debido a que los estereotipos “son muy fuertes”.
“Entrevistamos a 68 parejas que estaban esperando a su primer hijo. Los ideales eran iguales: disfrutar de la criatura, seguir trabajando… pero al preguntar por los planes de cada uno vimos que estaban muy sesgados”, explica Jurado a Sinc. Afloraban justificaciones biológicas y económicas, relacionadas con la lactancia y las posibilidades de promoción. “Cada uno se coge su permiso y empieza la desigualdad, que es estructural porque hasta 2007 a nadie se le ocurrió que los padres podían tener también un permiso. Vivimos en una época de grandes cambios y deseos de igualdad pero con reminiscencias del pasado”.
A la hora de la verdad, los hombres son reticentes a cambiar su rutina laboral por miedo a no cumplir con el estereotipo de proveedor. Cuando el permiso es remunerado el 80% de los padres hace uso de él, una cifra que cae hasta el 9,4% si implica una disminución en los ingresos. Tan solo el 4% de los españoles con un niño pequeño reduce su jornada frente al 25% de las mujeres.
Durán se opone con firmeza a extrapolar los datos daneses a España por un motivo: los mayores. “Todo el mundo se fija en los niños, pero en España tenemos pocos niños y muchos viejos”, sostiene Durán. Surge así un nuevo tipo de maternidad que hace que las mujeres se conviertan en madres de sus padres, la “maternofilialidad”.
En este sentido, Durán critica el sesgo de muchas encuestas. “Las mujeres que se hacen cargo de personas muy mayores ya suelen estar, a la fuerza o no, fuera del mercado de trabajo. Si solo mides a las que tienen empleo estás midiendo a las que lo han podido compatibilizar, aunque sea mal, y no a las que lo abandonaron porque era incompatible”. Y añade: “La verdadera y peor discriminación está en las que no han triunfado. Habría que preguntarles a ellas”.
Para preguntar a las menos favorecidas habría que viajar lejos de Dinamarca y España. Un informe de la ONU publicado el mes pasado ha estudiado la relación entre pobreza y género. Una de sus conclusiones es que las mujeres de entre 25 y 34 años, en edad reproductiva y laboral, tienen un 22% más de posibilidades de vivir en extrema pobreza en comparación con sus compañeros.
Huelga de cuidados en 2012, en Málaga. / Colectivo Feministas en Movimiento
Jurado critica el funcionamiento del mercado de trabajo. “Está muy centrado en el empleado ideal, que es un hombre sin responsabilidad familiar y siempre disponible. En España, además, tenemos jornadas muy largas; la reducción protege contra el desempleo y ayuda a conciliar, pero reduce el salario y penaliza la promoción”.
“Empresarios y administraciones no son sensibles con este tema”, lamenta Pérez Sedeño. “El otro día descubrí que a una investigadora, a la hora de evaluarla para proseguir el contrato o subirle el nivel, no han tenido en cuenta su baja maternal por la que no ha podido rendir lo mismo”.
Durán también ataca el sistema económico actual que, al estar basado en la idea de la competencia, “fuerza a corto plazo la especialización de papeles en lugar del reparto igualitario”. Aun así es un sistema que, “si todo va bien”, puede ser una opción “eficaz y racional” para la pareja. La socióloga opina que la estrategia resulta rentable, “sobre todo para el varón” y suponiendo que “la solidaridad en la pareja funcione para siempre”. Pero “resulta negativo para las mujeres que asumen el coste de apartarse del mercado laboral. En caso de divorcio, enfermedad o desempleo, es arriesgado, sobre todo para la mujer”.
Los entrevistados para este artículo coinciden en que la desigualdad en los cuidados no tiene fácil solución. Jurado defiende los permisos intransferibles: “Si no queremos el modelo tradicional donde la mujer cría y el hombre provee, y parece que no lo queremos porque durante la crisis las mujeres seguían trabajando, el derecho a cuidar debería ser intransferible. La responsabilidad es de ambos”.
Esta medida ha sido aplicada en Islandia, el país que vio la primera huelga feminista en 1975. Allí los padres cuentan con 13 semanas de permiso exclusivo, de usar o perder, y ahora más del 90% las utiliza. Esta necesidad de una mayor implicación por parte de los hombres no es solo un alivio para las madres, ya que los hijos desarrollan mejor sus capacidades cognitivas.
“Mientras sigamos con la idea de que la riqueza es el dinero, el cuidado se interpretará como un coste”, dice Durán, que invita a transformar nuestras ideas sobre qué es el éxito. “En realidad el cuidado es una riqueza enorme y tiene que ser justamente redistribuido, igual que ahora sentimos la obligación de redistribuir lo monetario”.
Si esta idea de riqueza no cambia, en su opinión, no habrá solución. “Entonces es un tema de poder y se le traspasa el cuidado a quien no tiene el poder para librarse, que son las mujeres, sobre todo las mayores”. Con independencia de lo que digan biólogos, psicólogos y sociólogos, cambiar pañales no duele.
Llegados a este punto queda una pregunta clave: ¿por qué las mujeres cuidan más que los hombres? ¿Es así por naturaleza? Hay varias posibles explicaciones: que las normas sociales y culturales favorezcan esta desigualdad; que ellas tengan una mayor predisposición natural hacia el cuidado; o que las dos anteriores se combinen.
“Las ideas sobre la predisposición natural implican una concepción muy determinista de la biología que no comparto”, declara a Sinc Carmen Fernández Montraveta, profesora de Psicobiología en la Universidad Autónoma de Madrid. “Nos construimos como organismos en un contexto ambiental social y la plasticidad es una de nuestras marcas como especie”, reflexiona esta especialista en comportamiento animal y ecología evolutiva.
El estudio de Egholt confirma que el ambiente es esencial. “Las mujeres que crecieron en familias tradicionales con un hombre proveedor y una mujer ama de casa sufren mayores penalizaciones cuando se convierten en madres”, asegura. Al mismo tiempo, “no hay relación con la historia laboral de los abuelos paternos”. Esto lleva a concluir que la clave está en la “identidad de género formada durante la niñez” de las mujeres.
Durán explica que el impacto biológico era muy fuerte antes, cuando las familias tenían muchos hijos, como sucede en otras partes del mundo. “En esos países sí hay una asociación real fuerte entre ser hembra humana y cuidar niños, pero aquí ahora la natalidad es programada y escasa, y la esperanza de vida alta, así que el efecto es pequeño. Lo demás es todo cultura”. Con 1,3 hijos por española y 85 años de esperanza de vida, son pocos los años en los que la crianza supone una limitación.
“Muchas especies animales cuidan a la progenie en grupo. La desigualdad en el reparto de los cuidados es educativa y social, no natural”, zanja Pérez Sedeño.