Científicos de España y otros países temen que la creciente división de la sociedad en posturas irreconciliables repercuta sobre la gestión de la crisis sanitaria. El problema no es solo político, también afecta a la ciencia: salud o economía; gotitas o aerosoles; confinamiento o libre circulación; sintomáticos o asintomáticos; mascarillas siempre o nunca. Los debates eternos sobre falsas dicotomías confunden a la sociedad y son una lacra para los técnicos que diseñan las medidas.
Si “pandemia” es la palabra del año, “polarización” no le va a la zaga. El coronavirus ha provocado que ideologías y extremos irreconciliables traspasen cuestiones clásicas como inmigración y economía. Hoy discutimos sobre transmisión de enfermedades, indicadores epidemiológicos, medidas de salud pública y gestión de crisis sanitarias con la misma fiereza y seguridad que antes se reservaba para la política y el fútbol. Este fenómeno, tan esperable como intrínseco a la naturaleza humana, afecta a la toma de decisiones y pone en peligro la lucha contra la covid-19.
“La polarización es un tema muy importante en estos momentos, y uno de los factores más relevantes para explicar muchos problemas que tenemos a la hora de manejar la epidemia”, explica a SINC la investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Astrid Wagner, que se considera “preocupada” por ello. “Se refleja en los chats de WhatsApp: la familia española ya no se habla. Se quieren, pero se interpone la ideología y no son capaces de dejar de pensar que el otro lo hace todo mal”.
El sociólogo del CSIC Luis Miller asegura que la pandemia “ha maximizado” la postura con la que cada persona entró a ella: “Si llegaste polarizado y enfadado, lo vas a estar mucho más”. Por eso considera necesario poner la situación actual en contexto. “En España llevamos muchos años de tralla emocional. Estamos en una espiral: venimos de una crisis económica durísima, pasamos por una crisis política enorme y al día siguiente viene una crisis sanitaria. Necesitamos parar, porque esta espiral ya sabemos adonde lleva”, advierte.
Wagner habla de “dos realidades que no saben nada de lo que pasa en el otro universo” por culpa de la polarización. “Falta comunicación, y lo que sucede en la calle e internet es un reflejo de lo que pasa en el escenario político, donde hay un bloqueo completo entre derecha e izquierda”.
Es por ello que el corresponsal del periódico alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung asegura que “España ha perdido el control”. También la revista médica The Lancet mencionaba en su último editorial la “polarización política” como uno de los muchos factores que han afectado a la respuesta contra el coronavirus en nuestro país.
A pesar de todo, el investigador de la Universidad de Trento (Italia) Massimiano Bucchi considera que las posiciones extremas “tienden a estar sobrerrepresentadas en las noticias y redes sociales”. Pone como ejemplo a los antivacunas de su país: “Son un 4 % de la población, pero a menudo se pone demasiado énfasis en ellos”. ¿Significa eso que los españoles están más de acuerdo de lo que parece en esta pandemia?
Un informe publicado por Miller la semana pasada ahonda en la polarización de la sociedad española en los últimos años y durante la primera ola de la pandemia. Para ello, el investigador analizó los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) relativos a la posición de los votantes de cada partido respecto a políticas como las relacionadas con la inmigración y los impuestos.
Sus conclusiones confirman la idea de que la polarización ideológica y “afectiva” —asociada a cuestiones identitarias y emocionales que no siempre dependen de una división ideológica— ha crecido en los últimos años, tanto entre los partidos como entre sus votantes. En la única serie que se ha mantenido hasta la actualidad, correspondiente a los impuestos, las diferencias muestran un salto entre 2019 y 2020 que Miller califica de “tremendo”.
La parte “optimista” del informe de Miller está en la encuesta realizada por el Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA-CSIC) durante las primeras semanas del confinamiento: “No hay tantas diferencias entre ciudadanía y partidos en cuanto a las políticas a aplicar [contra la covid-19]”. Así, los entrevistados coincidían en la necesidad de aplicar medidas como confinamientos selectivos, supresión de eventos y uso de mascarillas, con independencia de su ideología.
Por todo esto, Miller cree que es importante trasladar la idea de que “todavía hay muchas cuestiones en las que la sociedad no está polarizada”. Sin embargo, señala la limitación de su análisis, que no mira más allá de la hoy lejana primavera de 2020: “Es una foto fija de las preferencias de la sociedad española vistas desde el confinamiento y de cómo pensaban que tendrían que ser las medidas seis meses después”.
Esta limitación temporal le hace temer que los datos actuales no sean tan optimistas y que las diferencias hayan aumentado también respecto a la pandemia. “En España y Europa no tenemos a la gente polarizada en temas científicos [al contrario que en EE UU], pero si empezamos a crear opiniones distintas en estas cuestiones nos metemos en un lío, porque será imposible [el debate]”.
La situación actual no es exclusiva de España ni de la pandemia. Miller cita los ejemplos de Trump, el Brexit y Cataluña. “Son las mismas dinámicas: empiezas a polarizar, usas los sentimientos para cerrar filas y que los otros parezcan malos y de repente partes a la sociedad de una forma muy dolorosa. Una vez hay una división al 50 % tienes un bloqueo y no eres capaz de salir de ahí”.
La comparación con Estados Unidos es especialmente relevante hoy. “En los últimos cinco años se ha visto un gran incremento en la retórica anticientífica, sobre todo procedente de la extrema derecha”, escribía el investigador de la Escuela de Medicina de Baylor Peter Hotez en un reciente editorial en el que alertaba de un movimiento contrario a las medidas de prevención frente a la covid-19 en su país.
Allí, la polarización en torno a temas científicos fue temprana. Trump y sus seguidores defendieron el uso de hidroxicloroquina contra el coronavirus, a pesar de la falta de evidencias en su favor. Con el tiempo, se confirmó que el fármaco resultaba inútil. Más recientemente, el Gobierno ha sido acusado de controlar los CDC, Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, uno de los órganos de salud pública más prestigiosos del mundo.
Todo esto ha llevado a las principales revistas científicas a mostrar su apoyo a un candidato político, algunas por primera vez en su historia. Nature, Science, NEJM son algunas de las que han pedido en sus últimos editoriales que los electores no voten a Trump en noviembre.
“Se observa que los países que tienen esta fuerte polarización política, como Reino Unido y Estados Unidos, son los que peor llevan la pandemia”, dice Wagner. “La polarización se alimenta de que la población está en un estado emocional alterado”, añade Miller, que recurre al término “polarizador” para ir un paso más allá.
“La polarización se hace, no cae del cielo. Es una estrategia perfectamente diseñada porque cada vez conocemos mejor qué hace que la gente salte. Los equipos de comunicación política son conscientes y buscan tocar nuestras emociones”, comenta Miller. Por eso recomienda que el debate no se quede en la polarización de la sociedad.
Resulta difícil hablar de polarizadores sin mencionar el papel de los medios de comunicación. “Es importante que el periodismo contraste diferentes posturas para reflejar los argumentos de cada uno”, dice Wagner, que lamenta que “esto casi no se encuentre”. De forma similar, la difusión de bulos ha sido un problema reconocido y estudiado desde el principio de la pandemia que ha agravado la desinformación.
El resultado, según Wagner, es que la lógica de la polarización se vuelve “perversa”, y “no está lejos de las teorías de la conspiración”. Al final, “no confías en nada de lo que dice el otro. Si ellos dicen que son fake news, entonces tiene que ser verdad”.
¿Está España al borde de un precipicio anticientífico como el que anuncia Hotez? Miller no lo cree así, pero sí considera “urgente” un cambio de percepción ante el temor de que “empiece la manipulación explícita de los datos”, algo “diferente de la incompetencia” y que considera peligroso por recordarle al modelo estadounidense.
“La polarización en España no tiene que ver con temas que podrían afectar [a la pandemia], como sucede en EE UU con la religión y las creencias científicas, sino con cuestiones identitarias y territoriales y con los grandes bloques de la Guerra Civil”. Aunque Miller ve movimientos “tímidos”, y admite que la figura de Fernando Simón “polariza mucho”, cree que “la gente cumple las recomendaciones”, y las protestas son contra el Gobierno y no contra las medidas.
La polarización puede afectar a las decisiones tomadas para frenar a la pandemia. Fuentes cercanas a la administración explican que existe un “efecto arrastre” que hace que diferentes Gobiernos tomen las mismas medidas, aunque no estén avaladas por la evidencia científica o no sean extrapolables a otros contextos. Aseguran que uno de los factores que favorecen este fenómeno “es la presión pública” y ponen como ejemplo la obligatoriedad del uso de mascarillas en espacios abiertos.
“Parte del problema de gestión es la gran polarización, que hace que la gente de los ministerios tenga miedo a tomar decisiones”, asegura Miller. “Eso es malísimo, porque hay que hacer elecciones todo el rato y equivocarse, no esperar a ver la última ola para subirse”. Así, se produce un contagio de las medidas destinadas a evitar contagios.
De ahí la importancia de que los ciudadanos estén informados en vez de polarizados. “Lo bueno de la opinión pública es que puede movilizar cosas que se llevaban intentando hacer décadas; pero también lo contrario, favorecer que se recuperen medidas que se abandonaron hace mucho por no ser efectivas”, dicen desde la administración.
Personas en una concentración en octubre contra el Gobierno tras decretar el estado de alarma en Madrid para poder mantener el confinamiento perimetral. EFE/Kiko Huesca
Los investigadores son seres humanos y no escapan a los sesgos e ideologías. ¿Pueden convertirse en “polarizadores” como los que mencionaba Miller? La semana pasada, un grupo de científicos —apoyados por un think tank que niega el cambio climático y numerosas firmas falsas— recibió críticas de la comunidad académica por firmar una declaración en contra de los confinamientos.
Esto llevó a que otros expertos hicieran un manifiesto a favor de estas medidas de control. Días después, un artículo de opinión publicado en BMJ señalaba el peligro de mostrar división entre los científicos.
No es la primera vez que la pandemia muestra divisiones entre investigadores, en ocasiones a golpe de firma, más que de estudio revisado. En julio, un grupo de 239 científicos escribió a la OMS pidiendo que reconociera que el coronavirus se transmite por el aire. En agosto, más de 300 publicaron una carta opuesta en la que aseguraban que dicha afirmación contradecía los datos epidemiológicos y clínicos. Desde entonces, parte de la opinión pública se ha posicionado con fiereza en uno de estos bandos.
Wagner considera normal que la presión temporal de la pandemia haga que todas las hipótesis reciban publicidad antes de su correspondiente debate científico y que el público busque ciertas certezas. Sí cree que los debates encarnizados pueden ser peligrosos. “Puede crear más incertidumbre aún, cuando lo que ahora hace falta es crear confianza y que los mensajes que lleguen no sean ambiguos”.
Otros autores consideran necesario aceptar la incertidumbre y recelan de quien la rechace. Un provocador editorial publicado esta semana en BMJ y firmado por tres investigadores de las universidades de Bristol y Cambridge (ambas en Reino Unido) asegura que “cuanto más seguro esté alguien sobre la covid-19, menos deberías confiar en él”.
Criticaban así a los académicos que hacen “declaraciones públicas tajantes” sobre la pandemia y que “parecen sugerir que no hay motivos legítimos para estar en desacuerdo”. Denunciaban también el exceso de confianza mostrado en la comprensión de la pandemia por parte de algunos expertos.
En su opinión, la consecuencia es que “las evidencias cambian poco, pero las conclusiones basadas en ellas se endurecen”, y ponen como ejemplo las mascarillas. Esto provoca que “las opiniones se polaricen junto con la creciente certeza con la que se expresan, como si estuviéramos en una guerra”. Apuntaban, también, el papel “dañino” de los “epidemiólogos de sofá”, capaces de mostrar experiencia en campos del conocimiento alejados, a pesar de que una pandemia es “inherentemente multidisciplinar”.
El miedo a la incertidumbre ha favorecido el nacimiento de falsas dicotomías. Salud o economía. Gotitas o aerosoles. Confinamientos constantes o inexistentes. Sintomáticos o asintomáticos. Mascarillas siempre o nunca. Son algunos ejemplos que cita una prepublicación que alerta del peligro de los mensajes en “blanco o negro” durante la pandemia y defiende que la realidad tiende a estar llena de grises intermedios.
El coautor de la prepublicación, Kevin Escandón, explica que la polarización actual entre bandos es una “representación” de estas falsas dicotomías. “En medio de tanta información se buscan respuestas definidas y tranquilidad inmediata. Esto es entendible, pero la falacia de los blancos y negros da pocas opciones, sencillas y en apariencia más seguras o reales”.
El problema, según Escandón, es que durante una pandemia esto afecte —junto a otros factores— “a la respuesta, cumplimiento de medidas y diseminación de información veraz”. Por eso cree que “la polarización política es muy dañina cuando va de la mano con la comunicación al público, que es indispensable”.
Miller espera que en la segunda ola “haya mensajes más claros” y que las peleas políticas sean sobre “cuestiones concretas”, como la conveniencia de cerrar o no los parques, y no “identitarias”. También que las evidencias “se pongan sobre la mesa” para su debate, en vez de “tener un paquete cerrado de medidas basadas, en teoría, en criterios científicos, porque sabemos que no es así”. En su opinión, esto podría evitar el efecto arrastre.
Los expertos consultados para este artículo coinciden en la importancia de una buena comunicación institucional. “Deben dar unos pocos mensajes claros sobre prevención y políticas, sin incrementar la incertidumbre y el miedo y sin colocar toda la carga y responsabilidad en los individuos”, dice Bucchi.
Por ese motivo, fuentes de salud pública piden evitar la “desconexión” entre los técnicos que desarrollan las medidas y los decisores que sufren la presión ciudadana. “Hay que dar a los órganos técnicos la importancia que tienen, explicar que las decisiones surgen de ellos y ponerlos en la opinión pública”. El objetivo es que las recomendaciones sean vistas como provenientes de los especialistas de, por ejemplo, un servicio de epidemiología, lo que evitaría su politización.
Escandón añade la necesidad de mejorar la cultura científica de la población. “Debemos entender que los fenómenos rara vez son binarios y simples, y que los matices son importantes para su comprensión. En el caso de las políticas públicas esto permite incorporar las dimensiones sociales y ser sensibles al contexto”. En resumen, “aceptar la incertidumbre” que nos rodea.
Los entrevistados también coinciden en la responsabilidad individual para salir de la espiral de polarización. “Debemos reflexionar más y ser más críticos, pero también más autocríticos con las posiciones con las que nos identificamos”, dice Wagner. “Caemos en muchas trampas por no pensar y dejarnos llevar por el primer impulso, con mensajes diseñados justo para captar emociones”.
Escandón añade el manejo de la sobrecarga de información y desinformación: “[Es bueno] descansar de noticias sobre la covid-19, tomarse tiempo para digerir la información, analizarla cuidadosamente y no sobrerreaccionar nada más recibirla”. En otras palabras, pensar un poco más antes de reenviar mensajes por WhatsApp y Twitter, y “buscar expertos en los que se pueda confiar”.
“También es muy importante respetar las posiciones distintas y confiar más en el otro, sin pensar que va a mentir o seguir sus intereses”, comenta Wagner. Esta confianza puede recuperarse mediante actividades “que fomenten la cohesión social” como los movimientos vecinales de ayuda a los demás. “Es difícil en el escenario actual, pero no hay otra manera. Tenemos que escapar de esta dinámica de polarización que va empeorando o todo se desplomará, porque la democracia consiste en consenso y diálogo”.
Miller considera que existe una conexión entre la psicología y el problema político actual. “Todas las investigaciones dicen que nuestro cerebro está preparado para la confrontación y el tribalismo. La explicación última de la polarización actual es que los partidos se han dado cuenta de que activar las emociones es más fácil que activar el razonamiento”.
Por su parte, Wagner cita el sesgo de autoconfirmación como otro de nuestros problemas biológicos: “Muchas personas buscan confirmar lo que siempre han pensado [al leer noticias]. Aquí entran en juego los sesgos cognitivos en los que las redes sociales juegan un papel importantísimo mediante las cámaras de eco y los filtros burbuja”.
El resultado, según la filósofa, es que “no nos llega información que pueda ser crítica con lo que siempre hemos pensado”. Esto conecta con la incapacidad de muchos “para saber qué referentes son fiables”, sumado a “un problema de confianza y falta de conocimiento”. Al final, quien no es capaz de entender un artículo científico termina por creerse “lo que ve en internet”.