Las Hoyas tiene tras de sí una historia de película. En ese yacimiento conquense se halló el tiburón más pequeño del mundo, le dieron nombre a Pepito, el dinosaurio jorobado; se conservan desde larvas hasta peces de hace 125 millones de años y un sinfín de especies únicas que lo convierten en un laboratorio excepcional de la vida en la Tierra.
Hace más de 30 años, Santiago Prieto Villar llegó a la Facultad de Geológicas de la Universidad Complutense de Madrid con un puñado de fósiles entre las manos, que incluían un pequeño pez, una salamandra y varios insectos. Lo que no sabía el geólogo de Cuenca es que ese sería el inicio de un hallazgo mucho mayor. Había dado con uno de los yacimientos de referencia para saber cómo era la vida en la Tierra hace 125 millones de años: Las Hoyas.
“Yo me había licenciado en esa facultad hacía poco tiempo. Por aquel entonces, no existía todavía la Universidad de Castilla la Mancha (UCLM) y aunque yo no me había especializado en paleontología, mi profesor Bermudo Meléndez me instruyó lo suficiente como para darme cuenta de lo valioso de estos hallazgos”, cuenta a Sinc Prieto Villar.
En un área conquense, cercana al espacio protegido de Palancares y Tierra Muerta, las piedras calizas de paredes y chimeneas escondían un tesoro. “Un amigo que trabajaba en la construcción me dijo que en algunas lajas que utilizaban en los chalets de la zona aparecían pececillos. Fue en la pared de una de estas casas donde vi el primer pez de Las Hoyas”, narra el hoy profesor de la UCLM.
Visitó el lugar acompañado de su amigo y vieron que el terreno había sido levantado para hacer una plantación de pinos. En los montones de lajas aparecían los fósiles. “Con unos pocos ejemplares –explica el geólogo– me encaminé a Madrid a la UCM. Me pareció lo más natural acudir a quienes habían sido mis profesores”.
Para conmemorar los grandes hitos de este descubrimiento, ahora se ha publicado una síntesis de lo que han dado de sí los primeros 25 años de investigación del yacimiento. “Las Hoyas es uno de los yacimientos excepcionales a escala mundial y no tenía el espaldarazo de ninguna monografía para que la gente pudiera acceder a toda la información”, apunta Ángela D. Buscalioni, directora del proyecto I+D Las Hoyas desde 2001 y profesora de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). El primer director fue Jose Luis Sanz, también de la UAM, que estaba de visita en la UCM el día que Prieto Villar llevó los fósiles.
El libro abre con la historia afectiva de las personas involucradas desde el principio. El aficionado local Armando Díaz-Romeral es uno de ellos. “En aquellos páramos solitarios transcurrieron catorce años de mi vida –dice en el inicio de esta obra–. A veces sucedían misteriosos hechos insólitos, como aquel día de abril en que observé un licénido bastante escaso. Lo seguí con la vista y me acerqué. Entonces se posó en una losa y distinguí dos insectos: la referida mariposa y ¡una libélula fósil! Me la había marcado, había dicho ‘sígueme y no te olvidarás de mí’. Y así fue”.
Las campañas científicas de tres décadas han dado de sí lo suficiente como para conocer cómo era un ecosistema continental completo del Cretácico. “Tenemos registros al detalle de plantas, insectos acuáticos y terrestres, gusanos y microorganismos, hasta toda la macrofauna y flora vinculada. Todos los grupos han tenido una publicación científica relevante”, señala Buscalioni.
Reconstrución del aspecto en vida del dinosaurio carnívoro Concavenator corcovatus (“el cazador jorobado de Cuenca") / Raúl Martín
Francisco José Poyato-Ariza, editor del libro e investigador de la UAM, argumenta a Sinc: “En este yacimiento existe una mezcla de fauna relicta del jurásico, muy primitiva, junto a formas muy modernas. En casi todos los grupos vas viendo esta mezcla. Es un mundo que está cambiando. En los pescaditos se ve muy bien. Tienes algunos que son totalmente primitivos, extinguidos, y otros más modernos como los actuales”.
Que hayan llegado hasta hoy fósiles de plumas, músculos, piel y tejido blando de estos seres vivos mesozoicos es gracias a una peculiaridad de este yacimiento: los tapetes microbianos, una especie de ‘alfombras’ que crecían en el fondo de los lagos y charcas. “El tapete protege y pega los fósiles. Cualquier cosa que caiga se quedaba pegada. Hay experimentos en el libro en peces y en ranas actuales en los que se ve cómo casi acaban desapareciendo si los dejas pudrirse sin estos tapetes”, dice Buscalioni.
La preservación íntegra de esqueletos, bifurcaciones, aletas, pelo de mamíferos o el patrón de color de la piel de un cocodrilo y la piel de un dinosaurio, así como muchas partes blandas en los fósiles es típica de Las Hoyas.
Para Paul Antony Selden, director del Instituto de Paleontología de la Universidad de Kansas (EE UU) que también participa en el libro, este yacimiento es muy especial: “Tiene una amplia gama de flora y fauna que se conserva de forma inusual. Normalmente solo se preservan las partes duras como conchas, sin embargo, en Las Hoyas obtenemos mucho más detalle de algunos de mis animales preferidos como arañas y ciempiés. Los anillos de los milpiés cretácicos, por ejemplo, son muy raros”.
Respecto a la paleobotánica, en el yacimiento se conservan hojas, a menudo con la cutícula, lo que permite ver el detalle celular de la epidermis de las plantas. “Es excepcional que se conserven los diferentes órganos conectados anatómicamente, por ejemplo, hojas y frutos. Es algo escaso en el registro fósil”, subraya Carles Martin Closas, investigador de paleobotánica en la Universidad de Barcelona.
Otro de los aspectos más relevantes de este lugar es que se han podido encontrar secuencias de crecimiento completas de algunos grupos. Desde sus larvas a ejemplares adultos. “Hallamos algunos peces que son los más pequeños del registro mundial, aparte del tiburón de 4,5 cm”, apunta Poyato-Ariza.
Los científicos tienen la hipótesis de que este peculiar sitio donde trabajan podría ser una ‘guardería’, lo que se conoce ecológicamente como refugio. “En esos lugares, con unas condiciones geológicas especiales, estarían las crías de muchos grupos confinadas. Existen crías de peces, de cocodrilos, de salamandras, de ranas. Pensamos que estarían ahí, ligeramente al lado del resto del ecosistema, con mucha materia orgánica para su alimentación”, explica Buscalioni.
Además, muchas de estas especies tenían características que denotan una transición continua entre lo terrestre y lo acuático. La sospecha es que muchas de ellas, como las ranas, algunos peces y los cocodrilos tienen adaptaciones muy especializadas al medio acuático.
Recreación de un cocodrilo en el entorno de Las Hoyas / Ó. Sanisidro
El paisaje de Las Hoyas era acuático, con carofitas en momentos de alto nivel del lago de agua dulce, sustituidas por las primeras plantas con flor en momentos de bajo nivel del agua y elevados nutrientes. Es un humedal, con un mosaico de charcos y lagos y agua que corre. Con períodos de más y menos sequía.
En el Cretácico la zona en la que se encuentra el yacimiento estaba dentro de una isla y eso explica, en parte, que haya muchos endemismos. “El siguiente paso es considerar Las Hoyas como un laboratorio de evolución. La insularidad favorece la aparición de especies nuevas y exclusivas”, afirma el científico de la UAM.
La vegetación alrededor del lago estaba dominada por helechos y coníferas. Estos dos grupos asumían en el Cretácico el papel que actualmente tienen las plantas con flor. “Es un buen laboratorio paleobiológico porque permite plantear hipótesis y contrastarlas con el material mismo del yacimiento, sin acudir a otros registros”, resalta Martin Closas.
En el libro que conmemora los 25 primeros años de investigación se ha incluido además el primer intento de red trófica del ecosistema, algo inusual en yacimientos de esta edad. “Lo que muestra la red trófica, si miras las líneas de interacción, es que la densidad es mucho mayor entre anfibios y el medio acuático y mucho menor entre lo terrestre. Es más, los seres terrestres tienen entre ellos sus propias relaciones”, dice Poyato-Ariza.
En términos de diversidad, la cadena trófica del yacimiento está sustentada por insectos, que son los que más comían y sostenían la parte trófica. Hasta ahora, en Las Hoyas se han descrito 250 especies y de ellas se ha hecho una estimación de que al menos un 25% son únicas.
“Para Cuenca ha supuesto un enriquecimiento de su patrimonio, la creación del Museo de Ciencias Naturales de Castilla la Mancha y la Ruta de los Dinosaurios”, recuerda Prieto Villar. “Al comienzo del descubrimiento hubo quien me propuso dejar las cosas como estaban. Afortunadamente no les hice ni caso”.
Red trófica de Las Hoyas / Ángela D. Buscalioni et al.