Un estudio del Imperial College de Londres analiza las medidas tomadas por los países de rentas medias y bajas contra la pandemia y el posible impacto del virus. Aunque sus poblaciones son más jóvenes, la fragilidad de sus economías y sistemas de salud juegan en su contra. Los investigadores auguran meses “tristes”.
Mientras el hemisferio norte relaja sus confinamientos y recupera poco a poco cierta normalidad, el coronavirus avanza imparable en la otra mitad del planeta. Enfrentarse a la pandemia consiste en mantener un delicado equilibrio entre salud y economía, pero este ejercicio de funambulismo no es igual de fácil para todos los gobiernos. Un estudio publicado en la revista Science intenta predecir el impacto que tendrá la COVID-19 en los países más desfavorecidos, así como los retos a los que se enfrentan para controlarla.
“Los países de ingresos medios y bajos tienen economías y sistemas de salud más frágiles, por lo que hay menos espacio para encontrar ese equilibrio y las consecuencias son mucho más graves si no se mantiene”, explica a SINC el investigador del Imperial College de Londres (Reino Unido) y coautor del estudio, Patrick Walker.
Estas economías cuentan con algunas ventajas a priori a la hora de enfrentarse al coronavirus. El continente africano, por ejemplo, es un veterano en la lucha contra epidemias y emergencias sanitarias, y eso se ha reflejado en las primeras etapas de la pandemia. “Muchos países de bajos ingresos actuaron muy pronto y con efectividad, muchos incluso antes de tener muertes por COVID-19”, asegura Walker. “Eso probablemente evitó muchos brotes catastróficos”.
Sin embargo, estos lugares no lo tienen tan fácil a la hora de paralizar sus economías. Los mismos países africanos que impusieron confinamientos drásticos con mucha antelación, como Ghana, Sudáfrica y Nigeria, tuvieron que relajarlos ante el temor de que las consecuencias económicas sobre la población más vulnerable fueran peores que las de la propia pandemia.
Otros, como Perú, hicieron confinamientos muy estrictos con apenas 70 casos y 0 muertos, pero eso no ha evitado que se convierta en uno de los epicentros de Sudamérica, con más de 220.000 casos. Allí la mayoría de personas debe salir de casa para trabajar y las ayudas económicas del Gobierno solo pudieron mitigar esta situación temporalmente. Además, los amplios supermercados occidentales son sustituidos por mercadillos abarrotados, por lo que el aislamiento resulta más complicado.
Otra aparente ventaja para estos países es contar con poblaciones más jóvenes. Walker dice que esto “probablemente” haga que “una mayor proporción de las infecciones sean leves”.
El investigador añade, además, que “hay indicios de que la transmisión en los países de ingresos más bajos es ligeramente más lenta”, aunque aclara que “sigue siendo lo suficientemente alta como para que infecte a la mayoría de gente si no se controla”.
El problema, según los investigadores del Imperial College, es que estas ventajas son anuladas por los inconvenientes. Walker resume los tres factores principales que “reducirán el efecto protector” de tener una población más joven.
En primer lugar, estas poblaciones sufren mayores niveles de malnutrición y enfermedades como sida, malaria y tuberculosis. “No sabemos cómo esto puede interactuar con la COVID-19”, lamenta Walker.
En segundo lugar, las personas de edad avanzada a menudo viven con su familia, por lo que son menos capaces de aislarse de la infección.
Pero la mayor preocupación de Walker es el tercer factor: el acceso a un sistema de salud. “Muchos países tienen pocos respiradores, si es que tienen alguno, y el acceso a oxígeno de calidad es escaso”. Sudán del Sur, por ejemplo cuenta con cuatro para sus once millones de habitantes. Diez países africanos ni siquiera tienen uno.
“Esto probablemente aumentará substancialmente el riesgo de mortalidad en gente de más de 50 años”, explica Walker. Una vez la epidemia se extienda y la sanidad de estos países se colapse, los investigadores estiman que el riesgo medio de morir por COVID-19 será superior para algunos pacientes en comparación con países como Reino Unido y España, aunque con grandes variaciones según los recursos sanitarios.
“En ausencia de ventilación mecánica, la mortalidad podría estar entre el 90 y 100 %, en comparación con el 51 % de Reino Unido”, escriben los autores del estudio. También consideran que las muertes se incrementarán entre mayores de 40 años e incluso jóvenes, con una mortalidad de hasta el 60 % si no hay oxígeno disponible.
Según sus datos, esto haría que la tasa de letalidad por infectados (IFR) fuera “en el mejor de los casos” similar a la de los países más ricos, a pesar de contar con la ventaja inicial de una población más joven.
“Aunque la situación en Europa mejora, globalmente está empeorando”. El director de la OMS Tedros Adhanom pronunciaba estas palabras hace una semana. Días más tarde, el mismo organismo expresaba su preocupación por el continente africano, donde la pandemia de COVID-19 se acelera. Allí se alcanzaron los primeros 100.000 casos en 98 días, pero solo 18 en alcanzar los 200.000. Además, ya existe transmisión comunitaria en 54 países.
“Una conclusión clara de nuestro trabajo es que, independientemente de que los países sean capaces de suprimir la transmisión a largo plazo, mantener niveles lo más altos posible de distanciamiento social e invertir en [aumentar la capacidad de hacer] test salvará millones de vidas en comparación con abandonar los esfuerzos de contención”, comenta Walker. Aun así, admite que “no hay respuestas fáciles”.
La efectividad de los confinamientos es algo que estudios recientes de los modelizadores de la misma universidad de Walker ya han sugerido: solo en Europa se evitaron tres millones de muertes. Pero, ¿qué pasará con los países de ingresos más bajos?
“Allí donde el acceso a agua para lavarse las manos no está garantizado, los tamaños de las familias convivientes son mucho mayores y trabajar desde casa es rara vez una opción, el distanciamiento social y la prevención es mucho más difícil”, dice Walker. “La vigilancia rigurosa y los test serán un elemento clave” pero, al mismo tiempo, “serán mucho más difíciles de implementar en contextos desfavorecidos con peores infraestructuras”.
La pandemia de COVID-19 ha mostrado cierta aleatoridad en su impacto en diferentes países. “Ya hemos visto que el impacto de la pandemia en los países ricos es muy variable, y que depende sobre todo del momento y efectividad de las estrategias de intervención”.
Aun así, Walker es pesimista. “Estamos viendo cómo los epicentros se desplazan a países con ingresos medios como Brasil, India, México y Sudáfrica, donde los sistemas de salud están llegando a su límite. Si esta tendencia continúa, las próximas semanas y meses serán excepcionalmente tristes”. Por desgracia, añade, el riesgo de la COVID-19 sigue siendo el mismo que en enero.