La desertificación asociada al fenómeno de la matorralización en zonas semiáridas no es un fenómeno universal. Esta es la conclusión a la que ha conducido un estudio exhaustivo realizando en espartales españoles publicado recientemente por la prestigiosa revista Ecology Letters.
Los ecosistemas terrestres están siendo sometidos a un cambio ambiental global, que es difícil de analizar y predecir, debido a la multiplicidad de factores que lo afectan y a la propia naturaleza de los ecosistemas naturales, sometidos a continuas transformaciones. Sin duda, el más conocido es el cambio climático aunque no es el único, puesto que un componente importante del cambio global es el cambio en el uso del suelo, es decir, los cambios en el tipo de cubierta vegetal, bien porque se destruya debido a la urbanización o la creación de infraestructuras o bien porque debido al cambio climático o a la contaminación se dan cambios en su composición y su funcionamiento. Estos cambios, sin embargo, a veces pueden promover efectos en el suelo, tanto positivos como negativos. Uno de los cambios de uso más importantes que se ha identificando a nivel global es el que se denomina matorralización, es decir, el aumento de la cobertura de plantas leñosas (matorrales), donde tradicionalmente el suelo se cubría exclusivamente por formaciones herbáceas. Este fenómeno se viene observando desde hace más de un siglo en multitud de ecosistemas áridos y semiáridos en EEUU, Australia, Argentina y Sudáfrica, así como en ecosistemas árticos como la tundra. Las consecuencias ecológicas de este proceso están suscitando mucho interés dentro de la comunidad científica.
Hasta hoy, el lugar donde más se ha estudiado este fenómeno ha sido en las zonas áridas y semiáridas del sudoeste de los EEUU, donde antiguos pastizales se han convertido en matorrales a lo largo de los últimos 150 años. Los científicos que llevaron a cabo exhaustivas investigaciones en esta zona configuraron un modelo conceptual que establecía que el hecho de que crecieran matorrales en la zona de los ecosistemas semiáridos promovía una serie de cambios que implicaban la degradación y desertificación de estos ecosistemas. Así, desde la publicación de este trabajo, el modelo se constituyó como un paradigma universal y punto de referencia a la hora de establecer políticas de gestión de los recursos naturales en estas áreas. Además, muchos otros investigadores han estudiado el fenómeno en muchos sitios del planeta, asociando directamente, y con connotaciones siempre negativas, matorralización con desertificación. En consecuencia, investigadores de las Universidades Rey Juan Carlos, Pablo de Olavide y Jaén, encabezados por . Fernando T. Maestre han llevado a cabo un estudio en el que advierten del riego que implica acatar el modelo estadounidense como universal. De esta investigación, se extrae que la llamada matorralización puede no sólo no promover la desertificación sino que puede contribuir a evitar que estos ecosistemas se degraden.
El área de estudio donde se ha centrado esta investigación consta de 13 parcelas distribuidas desde Guadalajara hasta Murcia, convirtiéndose en el estudio con mayor número de parcelas estudiadas en una misma investigación. Se trata de zonas donde los niveles de precipitación son muy bajos (por lo que su cubierta vegetal no es del 100 %) y donde predomina el esparto o atocha (Stipa tenacissima). Estos ecosistemas, comúnmente conocidos como espartales también están experimentando como, poco a poco, los matorrales están invadiendo parte de su terreno. Los científicos establecieron zonas pareadas (una zona con arbustos y otra sin ellos) de modo que pudieron comparar las zonas con matorrales con las carentes de ellos, mediante una serie de parámetros que describen la estructura del ecosistema, (las características de las comunidades bióticas que lo habitan), y además se analizó la funcionalidad del suelo. En este estudio se ha encontrado que, al contrario que lo observado en norteamérica, en el caso de los espartales la existencia de matorrales es claramente positiva, puesto que favorece un aumento de la diversidad de plantas vasculares y líquenes del suelo, mejorando también el funcionamiento del ecosistema. Los resultados proporcionan una evidencia clara de que no parece que los espartales se estén desertificando por el mero hecho de estar “matarrolizándose”.
Con estas conclusiones, no se apunta a que el modelo estadounidense sea erróneo, pero sí a que no es un modelo global, ni universal. Lo que se propone en este artículo es que la matorralización no es negativa, sino que lo que hace que promueva la desertificación o por el contrario la revierta son las características de los arbustos y las formaciones herbáceas, así como las distintas percepciones que tenemos del fenómeno de la desertificación. Para estos investigadores la desertificación no deja de ser algo subjetivo: “Se ha visto claramente que la crecida de arbustos es negativa desde el punto de vista pastoril. Allí donde hay ganados, en aquellas zonas donde se necesite pasto es negativa, pero en nuestro caso fomenta la diversidad porque las características de los arbustos que tenemos aquí en España hace que sus frutos se dispersan por aves y convierten al arbusto en la vía de entrada a otras especies en el ecosistema”, afirma el responsable de la investigación.
Los investigadores españoles recomiendan que para poder disponer de un modelo global sobre las consecuencias ecológicas de la invasión del matorral es necesario tener una perspectiva global y para ello se debe estudiar ecosistemas variados y en distintas partes del mundo.
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