Cuando la medusa Rhizostoma luteum fue descubierta a principios del siglo XIX en aguas del Estrecho de Gibraltar solo se identificaron nueve ejemplares. Durante años pasó tan desapercibida que ya en el siglo XX estuvo seis décadas sin aparecer. Un equipo de científicas confirma ahora con la ayuda de una iniciativa ciudadana que en realidad no es tan difícil de ver como se creía.
En 1827 los naturalistas franceses Jean René Constant Quoy y Joseph Paul Gaimard, embarcados en un viaje alrededor del mundo a bordo de L’Astrolabe, descubrieron una nueva especie de medusa en el Estrecho de Gibraltar. Rhizostoma luteum (antes llamada Orythia lutea) pudo ser descrita gracias al análisis de nueve ejemplares. Esta fue la primera y última vez que se vio.
Durante las siguientes décadas, esta medusa pasó desapercibida y en los últimos 60 años no se tuvieron registros científicos de ella. No fue hasta el año 2013 cuando un equipo de científicos, liderados por Laura Prieto del Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía (CSIC), confirmó la presencia de esta especie en aguas mediterráneas a través de un análisis filogenético.
“Creemos que las veces que se la veía se la identificaba erróneamente con otros de sus congéneres como Rhizostoma pulmo, Rhizostoma octopus y Catostylus tagi”, señala a Sinc Prieto, coautora de otro estudio que corrobora que esta medusa en realidad es más abundante de lo que se pensaba.
El nuevo trabajo, que forma parte de la futura tesis doctoral de Karen Kienberger y que se ha publicado recientemente en la revista Marine Biodiversity, ha logrado desde 1998 registros históricos y recientes de Rhizostoma luteum gracias a las observaciones de los científicos y a una iniciativa ciudadana.
Los resultados confirman un total de más de 150 observaciones en los últimos 17 años, “lo que demuestra que no es una especie tan rara después de todo”, recalcan los autores.
“Con este trabajo hicimos una labor de investigación para ver si lo que creíamos que era una especie inusual se trataba realmente de una especie mal identificada durante muchos años”, explica Prieto. R. luteum es frecuente en las aguas costeras de las costas oeste y sur de la península ibérica y las costas oeste y norte de África.
La medusa no es tan rara de ver como se creía. / Darius Enayati
La medusa puede alcanzar más de 60 cm de diámetro en ejemplares, los brazos orales terminan de forman distinta y a veces –aunque no siempre– son muy largos, pudiendo alcanzar más de dos metros.
“Su distribución geográfica es muy amplia: desde Portugal hasta Sudáfrica en el Atlántico y en Alborán en el Mediterráneo. Con estudios posteriores hemos podido comprobar que la madre lleva a sus descendientes protegidos en sus gónadas hasta que los libera en un ambiente propicio”, informa la investigadora.
Para detectarla, Laura Prieto y Karen Kienberger contaron con la ayuda de ciudadanos que enviaron relatos históricos, fotografías y vídeos tomados en el océano Atlántico nororiental y el Mar de Alborán. “Se repartieron posters en clubs de buceo y marinas y se revisó mucha de la literatura no científica de divulgación, como libros de buceo o de fauna marina”, señala Prieto.
Las científicas contactaron así a muchos autores de las fotos, y exploraron las redes sociales abiertas y las bases de datos de acceso abierto sobre medusas que incluían fotos. “Cualquier ciudadano podía (y puede) mandar un correo con el lugar el día y la foto de un avistamiento”, subrayan las autoras.
Para las investigadoras, este tipo de trabajos permiten hacer un seguimiento de la biodiversidad y de cómo las especies responden al cambio climático en los ecosistemas marinos.
Referencia bibliográfica:
Kienberger, K y Prieto, L. “The jellyfish Rhizostoma luteum (Quoy & Gaimard, 1827): not such a rare species after all” Marine Biodiversity 48(3): 1455-1462 DOI: 10.1007/s12526-017-0637-z septiembre de 2018
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