Los alimentos que ingieren las pardelas (Calonectris diomedea) les dejan una “firma química” en las plumas que permite saber dónde nacen y se reproducen estas aves marinas que recorren cada año miles de kilómetros. Los investigadores españoles que han realizado el proyecto determinan por primera vez el origen y procedencia de estas aves para diseñar estrategias de conservación.
Las pardelas (Calonectris diomedea) son aves de las Islas Baleares que están consideradas en peligro crítico de extinción, misma categoría que el lince ibérico. Conocer su comportamiento, su origen, las zonas de cría, las rutas migratorias y sus amenazas es “indispensable” para que los científicos puedan protegerlas.
“Saber de dónde vienen las aves que han sido afectadas por alguna actividad o accidente es el primer paso para evaluar el impacto de esta actividad sobre las poblaciones. Nos permite distinguir si un accidente como el del Golfo de México, o una flota palangrera como la de la costa de Levante, está afectando a una única población de pardelas, y por tanto puede llegar a extinguirla, o a muchas poblaciones distintas, con lo que el impacto queda repartido y es más suave”, explica Jacob González-Solís, investigador en la Universidad de Barcelona.
Hasta ahora, ningún método, como los análisis genéticos o los rasgos externos, había logrado averiguar la población de origen. El nuevo estudio, publicado en la revista Ecological Applications y financiado por la Fundación BBVA, presenta una técnica que sí lo consigue y que se basa en el análisis químico de las plumas de las aves.
Las plumas como indicadores
Los investigadores analizaron la proporción de diferentes isótopos estables –del nitrógeno y del carbono- y la concentración de elementos traza –presentes en cantidades muy pequeñas- en las plumas de las aves. Los isótopos y los elementos traza dejan una firma química en los tejidos biológicos que puede relacionarse de forma precisa con determinadas áreas de alimentación.
Al muestrear y analizar las primeras plumas primarias –las que crecen en las zonas de cría- de unas 200 pardelas del Mediterráneo, y el Atlántico (en total 20 zonas de cría), el equipo descubrió que la firma bioquímica de cada ave varía en función de dónde se ha criado. Las plumas son por tanto un buen indicador de la población de la que procede.
“Mediante el análisis de isótopos estables y elementos traza en las plumas de las aves podemos localizar las áreas de cría de aves muertas por actividades humanas”, señala González-Solís.
Para comprobar el buen funcionamiento de esta técnica, los científicos lo aplicaron a 50 pardelas muertas en la costa catalana por la pesca con palangre. Los resultados demostraron que una parte de las pardelas que mueren en estos palangres no proceden sólo de Baleares, “como cabría esperar por su proximidad”, sino también de la isla de Creta.
“Las pardelas hacen grandes migraciones, y mueren en palangres o en vertidos de petróleo muy lejos de la zona de cría. Por ello protegerlas sólo donde nacen es insuficiente”, advierte el científico catalán. “Hay que conocer dónde van y a qué amenazas se enfrentan fuera de las áreas de cría para intentar que la protección alcance todo su ciclo vital”, añade el experto.
Conocer los lugares de cría
Las pardelas crían en las costas de Canarias y Baleares, pero en general son poco conocidas. El verano es el momento en el que los pollos de pardela cenicienta realizan su primer vuelo mar adentro. En otoño, crías y progenitores emprenden su viaje hacia las aguas de la corriente de Canarias, frente al Sáhara Occidental, Mauritania y Senegal, y a las de la corriente de Benguela, frente a Sudáfrica y Namibia. En algunos casos, el viento las lleva hasta Sudamérica, donde muchas se quedarán en las costas de Brasil y Uruguay.
Como el seguimiento de estas aves con el anillamiento o el uso de geolocalizadores es insuficiente, el nuevo método permitirá conocer mejor estas rutas migratorias. Entre sus principales amenazas se encuentran los artes de pesca –donde las aves quedan atrapadas en los anzuelos al intentar capturar el cebo-, la sobreexplotación pesquera, la pérdida del hábitat y los contaminantes.