Un equipo de investigadores de la Universidad de Salamanca (SAL) dirigido por el catedrático de Biología Animal Salvador Peris ha analizado los dialectos del pechiazul (Luscinia svecica azurcollis), un pequeño pájaro endémico de la Península Ibérica de apenas 18 gramos de peso, cuya población mayoritaria es autóctona de la zona.
“Intentamos ver qué hábitat es el más adecuado para mantener la especie, que Castilla y León tiene que salvaguardar porque la mayoría de la población es prácticamente endémica de España y más del 85% se encuentra en el territorio de la Comunidad Autónoma”, explica el catedrático, que lleva adelante el proyecto con una ayuda a la investigación de la Junta de Castilla y León.
El equipo de Peris ha contabilizado las poblaciones de pechiazul en las montañas de Sanabria, de León y de Palencia, y a su vez las del sur de Salamanca, la Sierra del Candelario, la zona de Piedrahita, Peña Negra (en Ávila) y la Sierra de Gredos.
En estas prospecciones han intentado medir el número de individuos siguiendo los índices kilométricos de abundancia y combinándolos con grabaciones de cada ejemplar detectado, cuyo sonido se capturó desde una distancia de entre 8 y 25 metros. Las aves fueron anilladas y monitoreadas en los meses de primavera con la ayuda de un telémetro láser y tecnología GPS.
Cada pájaro con su canto
“Nuestras grabaciones tienen como segunda meta comprobar si hay dialectos entre los pechiazules cantábricos, del norte de la Comunidad, y los del sur. Hasta ahora creemos que no hay dialectos, sino una enorme diferencia individual”, comenta Peris.
¿A qué se deben estas diferencias? Probablemente a que estos animales abandonan el territorio español entre finales de agosto y principios de diciembre para irse a una zona que el equipo todavía no ha podido descubrir, pese a haber anillado unos 70 individuos, cifra récord para una especie de tan bajo peso.
La primera hipótesis fue que el pechiazul migraba hacia zonas más templadas, como el sur de Portugal. “Sin embargo, las recuperaciones hasta ahora han sido nulas, por tanto quizá nuestros pechiazules podrían irse más lejos, cruzar el Sahara y quedarse en el Delta del Níger, lo que hacen otras muchas especies similares en Europa Occidental”, señala el catedrático de la Universidad de Salamanca.
Aprender idiomas en África
Peris añade que el estudio de la vocalización de las aves es muy interesante porque tiene relación con los dialectos humanos y sirve para ver cómo modificamos nuestros lenguajes e incorporamos un nuevo glosario a nuestro idiolecto.
Para ello, es necesario elegir aves cuyo canto sea más aprendido que innato. “Los mirlos, los ruiseñores y los pechiazules (que comparten género con los ruiseñores) son buenas ‘ratas de laboratorio’. De hecho, el género Lucinia puede tener hasta 110 ó 115 vocalizaciones y el repertorio del pechiazul abarca más de 50 tonos y frecuencias diferentes, lo que ofrece una masa de diversidad importante”, subraya Peris.
Así como los humanos aprendemos a hablar en contacto con nuestros congéneres, las aves aprenden nuevos cantos escuchando a otras: “Saber incorporar nuevos cantos tanto de otros individuos de la propia especie como de otras especies, sean africanas o europeas, permite que el ave pueda defender un mejor territorio cuando vuelve a Europa a criar el siguiente año, simplemente porque al cantar y modular diferentes frecuencias es como si fuera varios pájaros en uno. En suma, aprender idiomas viene bien y los pájaros también lo saben”, concluye el experto.