Las cuevas se convierten en el escenario ideal para comprobar cómo se adaptan sus habitantes en un ambiente sin variaciones importantes de temperatura. Las pruebas térmicas realizadas en el estudio, publicado en BMC Evolutionary Biology, revelan que dos especies de escarabajos adaptadas al medio subterráneo profundo no serían capaces de resistir a un cambio de temperatura de su hábitat.
Una de las cuestiones fundamentales en biología evolutiva es la relación entre las características de las especies y las de los hábitats en los que viven. Es también una de las más difíciles de estudiar ya que en condiciones naturales las especies están expuestas a cambios continuos y a múltiples interacciones entre distintos factores.
Así, para poder relacionar el clima con las respuestas fisiológicas de los organismos es necesario tener en cuenta la posibilidad de utilizar distintos microhábitats, de cambios de los periodos de actividad diaria o estacional, o de comportamientos que puedan variar la exposición a las condiciones ambientales.
Una investigación, coordinada por Ignacio Ribera, director del laboratorio Water and Cave Beetle Evolution, en el Instituto de Biología Evolutiva (IBE) de la Universidad Pompeu Fabra y del CSIC, ha considerado las cuevas como un laboratorio natural, un escenario ideal para testar el ajuste a escala evolutiva de los organismos a su medio ambiente.
El trabajo se ha publicado en la revista BMC Evolutionary Biology y muestra cómo el medio subterráneo profundo es un ambiente homogéneo y simple, sin variaciones importantes de temperatura ni diarias ni anuales, con una humedad constante próxima a la saturación y con una comunidad empobrecida debido a la escasez de recursos.
En este ambiente tan estable y homogéneo, pero a la vez escaso en recursos, se supone que los organismos están sometidos a una fuerte presión selectiva para ajustar su tolerancia térmica a los límites de variabilidad del entorno.
Pruebas de tolerancia térmica en laboratorio
Para comprobar esta predicción los investigadores compararon la tolerancia térmica de dos especies de coleópteros especializados para la vida subterránea, pertenecientes a un linaje del Pirineo que colonizó el medio subterráneo durante el Mioceno. Una de las especies, Troglocharinus fonti, se encuentra en cuevas de los Pirineos a una temperatura entre 4 y 11°C. La segunda, T. ferreri, habita en la zona costera de la provincia de Barcelona desde el inicio del Plioceno temprano, a una temperatura de entre 14-16°C.
Para efectuar las comparaciones los autores capturaron ejemplares vivos y los mantuvieron en el laboratorio en condiciones próximas a las naturales, para someterlos a diferentes pruebas de tolerancia térmica. Unos experimentos medían la resistencia a extremos de temperatura en un tiempo corto, enfriándolos o calentándolos mediante un cambio rápido de temperatura (1ºC/minuto) hasta llegar a su límite fisiológico de resistencia.
En otros experimentos se comprobó su supervivencia a más largo plazo (hasta siete días) a diferentes temperaturas (y siempre a una humedad próxima a la saturación), así como la posibilidad de que se aclimatasen mediante cambios más lentos (1ºC/48h) o manteniéndolos a temperaturas intermedias durante siete días.
Sin ajustes a la temperatura ambiente
Los resultados de la tolerancia térmica a corto plazo mostraron que las dos especies no tenían ningún mecanismo de resistencia a la congelación, y que su límite superior, alrededor de 50ºC, era parecido al de la mayoría de especies de insectos (y de otros metazoos) y probablemente determinado por la temperatura de desnaturalización de las proteínas.
Por el contrario, el límite térmico superior a largo plazo era mucho más bajo: en los dos casos (y en otras dos especies próximas que se estudiaron como controles) todos los ejemplares de las dos especies morían en menos de 48h a 23ºC, mientras que la supervivencia a 20ºC era próxima al 100%.
Estos resultados sugieren que en todo este linaje de especies adaptadas al medio subterráneo profundo las especies han perdido su capacidad de ajuste a las temperaturas ambientales, y mantienen un rango de tolerancia de entre temperaturas próximas a la congelación y unos 20-23ºC.
La estrategia más favorable desde un punto de vista evolutivo no ha sido la de ajustar su rango de tolerancia térmica a la temperatura del ambiente (lo que probablemente implica mecanismos metabólicamente costosos), sino la de abandonar todo tipo de regulación, puesto que el rango de temperaturas que podían soportar "por defecto" es más amplio que las temperaturas que han experimentado durante los últimos 20millones de años de su historia evolutiva.
Como ha comentado Ribera, coordinador del trabajo: "El trabajo tiene además otras dos implicaciones importantes: primero, mostrar que incluso en condiciones que podrían considerarse ideales para que se produzca un ajuste muy preciso entre límites fisiológicos y ambientales hay organismos que pueden tolerar temperaturas muy por encima de las que experimentan en su entorno natural; y segundo, que al haber perdido su capacidad de ajuste algunas de las poblaciones costeras de T. ferreri pueden estar ahora próximas a su límite fisiológico, lo que sumado a su reducida movilidad los colocaría en una situación comprometida frente a futuros cambios climáticos".