Poco a poco el cáncer resulta un tema menos tabú en nuestra sociedad. Gracias a los expertos que trabajan a diario en tratamientos más efectivos, las patologías englobadas bajo el nombre de cáncer son cada vez menos letales y se convierten progresivamente en enfermedades crónicas. Además, las personalidades que padecen alguna variante de cáncer cada vez tienen menos reparos en comunicarlo a la opinión pública, y eso también ayuda. Ignacio Pérez, bioquímico de la Universidad CEU Cardenal Herrera trabaja en una tipología concreta de leucemia, y su equipo ha descubierto una solución para los pacientes que presentaban resistencia a los fármacos habituales.
Ignacio estudió Ciencias Biológicas en la Universitat de València. Se dedica a la biología por vocación y, como muchos, por la influencia de personas como Félix Rodríguez de la Fuente, a través de quien descubrió las maravillas de la naturaleza en su juventud.
Más adelante, y de la mano de la profesora Rosa de Frutos del Departamento de Genética, se aproximó al mundo de la genética molecular; y, por último, de manera decisiva calaron en él las palabras de Mª Eugenia Armengod durante unas jornadas de puertas abiertas del Instituto de Investigaciones Citológicas, ahora el Centro de Investigación Príncipe Felipe. Tanto le gustó el trabajo que se realizaba en aquel laboratorio, que solicitó de inmediato su incorporación como investigador predoctoral.
¿Cuándo y por qué orientó su carrera hacia el estudio del cáncer?
El trabajo que realicé durante mi tesis tenía que ver con genética molecular en un modelo en bacterias. A mí me resultaba fascinante pero pronto comprendí que dedicarse a ese campo no era fácil y tenía que buscar algo más aplicado. El cáncer es un tema que siempre me ha interesado y preocupado. Así que cuando reflexioné sobre dónde hacer una estancia posdoctoral, opté por escoger un grupo que trabajara en ello. Esto parecía complicado considerando que mis conocimientos partían del estudio de bacterias y trabajar en cáncer humano iba a ser un salto considerable. En cambio, en el Imperial Cancer Research Fund en Londres me aceptaron sin problemas y además me dieron todo tipo de facilidades. Allí estuve cinco años trabajando en las bases moleculares del cáncer, en concreto en la regulación del ciclo celular, muerte celular, y función de los oncogenes.
Ese grupo de investigación se disolvió cuando mi jefe se trasladó a Estados Unidos para dirigir un instituto en Nueva York. Yo regresé a España y entré en contacto con el médico Felipe Prosper que trabajaba entonces en el Hospital Clínico de Valencia. Él me planteó un problema relacionado con la leucemia, en particular, la regulación del ciclo celular y yo disponía de las herramientas para resolver ese problema. Desde entonces, llevamos a cabo una estrecha y fructífera colaboración: él aporta la visión clínica del problema del paciente con leucemia, ahora desde la Clínica Universitaria de Navarra, y yo cubro el aspecto molecular desde mi grupo de investigación en la UCH-CEU.
¿En qué tipo de leucemia han trabajado?
En la leucemia mieloide crónica que en principio es un modelo relativamente simple porque presenta una única alteración molecular que es la proteína BCR-ABL. Para este tipo de leucemia existe una terapia específica que, aunque es de por vida, resulta efectiva y cura la práctica totalidad de los enfermos que es el fármaco Glivec®. Resulta que existe un porcentaje de pacientes, entre el 20 y el 40% de los casos diagnosticados, que desarrolla resistencia al fármaco. De modo que estudiamos por qué aparecen esas resistencias para así intentar pronosticarlas y encontrar una alternativa terapéutica.
Y con éxito, según tengo entendido, ya que el equipo ha encontrado una alternativa eficaz para estos casos difíciles.
Una de las cuestiones que detectamos en los inicios de nuestros estudios, era un aumento de la degradación de una determinada proteína que regula el ciclo celular por lo que iniciamos el estudio de ese mecanismo y del posible uso de fármacos inhibidores. Lo hemos probado en este modelo e incluso las células resistentes responden bien al fármaco alternativo que es el bortezomib, que ya se utiliza en otros tumores. De hecho, estudiamos si este fármaco pudiera ser útil en otro tipo de leucemias que en este momento tienen un pronóstico y tratamiento peor, como es la leucemia aguda linfoblástica. Según nuestro trabajo, todo indica que efectivamente sería indicado para combatir esta otra variante.
¿Hay planes para trasladar los resultados a un entorno hospitalario?
De momento todavía es pronto para empezar ensayos clínicos aunque ese sería el objetivo a medio plazo. Tenemos en ese sentido contactos con el equipo que dirige la Dra. Ana Lluch en el Hospital Clínico, un referente en cáncer especialmente en cáncer de mama, y hemos realizado ya algún trabajo con uno de sus colaboradores, Juan Carlos Hernández Boluda. En el futuro, si los resultados siguen siendo positivos, mi intención es establecer una colaboración estable para que los resultados lleguen al paciente.
¿Algún otro proyecto a la vista?
Además de esta línea de leucemia, proseguiremos también en la caracterización de proteínas implicadas en tumores. Las preguntas que nos hacemos son más bien a corto plazo y realistas. El ámbito de investigación en cáncer, es tremendamente amplio. El objetivo final de todos los grupos que trabajan en este tipo de enfermedades es conseguir tratamientos que salven la vida de los pacientes. Dentro de nuestras posibilidades, intentamos aportar un grano de arena en esa lucha.
A mí, en particular, lo que me sigue motivando realmente es la investigación básica: el profundizar en los mecanismos que llevan a la transformación tumoral de una célula sana, cómo pervive, se expande, y genere un tumor. Se trata, en definitiva, de descubrir las bases moleculares de estas patologías englobadas bajo el nombre de cáncer. Si conocemos los mecanismos que estas células tienen alterados, podremos intentar diseñar herramientas que puedan revertir el proceso. Obviamente, nuestro objetivo inmediato no es conocer todas las bases moleculares de todos los cambios, sino que nos proponemos modelos sencillos con objetivos abordables utilizando los medios disponibles.
Pasó cinco años en el prestigioso Imperial Cancer Research Fund, imagino que fue una experiencia muy positiva para su carrera.
Hacer una estancia de investigación en otra institución no es importante, es esencial por muchos motivos, tanto personales como profesionales. Durante mi estancia en Londres me relacioné con muchísimos investigadores, con los que después he mantenido colaboraciones relevantes. Pero además de establecer contactos, descubres alternativas de métodos, técnicas y abordajes que después son muy útiles en otros destinos. Asimismo, adquieres madurez personal, te abre la mente, y te hace ser una persona más tolerante. En cuanto al idioma, el dominio del inglés empieza mucho antes de una estancia ya que es imprescindible su manejo para entender la literatura. En nuestro equipo, fomento las reuniones en inglés para ir acostumbrando a los doctorandos. Durante el verano acogemos a personal del MIT de Boston, lo cual también ha promovido que el equipo compruebe su importancia.
Visto como se realiza la investigación en el Reino Unido, ¿qué diferencias resaltaría?
Cuando terminé mis estudios, había una incertidumbre absoluta en España. Solo había una seguridad: no había futuro en el sector público tras terminar la tesis doctoral. Sin embargo, en Londres los científicos sabían que podían dedicarse toda la vida a investigar, en una institución o en otra, en alguna categoría laboral (posdoctoral, investigador junior, senior, scientific officer…). Todo el mundo encajaba. Todavía no hemos alcanzado esa situación en España, pero vamos por buen camino. Las cosas han mejorado mucho en esta última década. Ahora hay más o menos definida una carrera investigadora y hay programas como el Juan de la Cierva o el Ramón y Cajal que ofrecen a los jóvenes la oportunidad de seguir investigando con cierta estabilidad.
Asimismo, la forma de trabajar me impactó. Estuve en un centro de referencia. De hecho, el director de la institución, Paul Nurse, recibió el premio Nobel unos años más tarde. De modo que consultábamos cualquier duda a uno de los mayores expertos mundiales en el campo. Lo cual ayuda muchísimo. Igualmente, se organizaban conferencias y seminarios diariamente así que era un aprendizaje constante. Mientras tanto, no existían prácticamente restricciones presupuestarias. Además, contábamos con técnicos que preparaban los experimentos, una tarea que siempre conlleva horas de trabajo, y así los investigadores nos centramos exclusivamente a investigar. Muchos centros españoles han incorporado desde entonces esta manera de trabajar.
Sí que he de resaltar que los investigadores españoles conservan una enorme flexibilidad mental o de improvisación que permite adaptarte, ver las cosas desde distintos puntos de vista y buscar opciones alternativas a problemas aparentemente sin solución. Gracias a ello, los postdoctorales españoles son muy valorados en el extranjero.
¿Cómo está situada España en la investigación en temas de cáncer?
Uno de los centros españoles más potentes es el CNIO (Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas), aunque convertirlo en un centro de referencia a nivel mundial, exigiría una fuerte inversión económica. La gran diferencia con respecto a otros países líderes en investigación es la inversión privada. El Imperial Cancer Research Fund, por ejemplo, no recibía fondos públicos de forma directa, sino que su presupuesto provenía de donaciones altruistas y de la inversión de empresas.
De modo que el cambio más importante que ha de suceder en España para que la ciencia dé un salto cualitativo es que haya una inversión privada decidida y sin restricciones, es decir, que no vaya dirigida por la empresa. La mentalidad ha de ser: financiar la investigación porque es relevante y después ya veremos si podemos comercializar los resultados. Es un cambio de mentalidad. Sin embargo, también es cierto que para ello, es imprescindible un tejido empresarial potente.
¿Tiene esto algo que ver en que también podríamos estar fallando en la comunicación del potencial de nuestros centros de investigación?
No. En mi opinión, en la difusión y divulgación científica hemos avanzado enormemente y a ello han contribuido programas en televisión, radio, prensa especializada. Todos los días hay noticias sobre temas científicos en los telediarios. Por nuestra parte, desde los centros nos hemos esforzado en ese sentido porque es fundamental que la sociedad conozca nuestro trabajo ya que trabajamos para mejorar su bienestar. Reitero que lo que falta es ese tejido empresarial que pueda apostar de forma decidida por la investigación. Está claro que la situación económica no ayuda, pero ha quedado patente que es necesario reemplazar el modelo productivo por uno basado en el conocimiento. Para ello, como es lógico, primero hay que financiar ese conocimiento.
Nuestra percepción del cáncer también ha cambiado.
Efectivamente. Ahora se empieza a ver más como una enfermedad crónica. Lo cierto es que los avances científicos han permitido que se disparase la esperanza y calidad de vida de las personas enfermas. En gran medida, estos logros han sido posibles a base de prueba-error pero también fruto de los resultados de la investigación básica. Creo que hay que perderle el miedo a la palabra cáncer.
Es cierto que cada vez se anuncian un mayor número de casos. No obstante, creo que es debido a que sabemos más acerca de las patologías del cáncer y los diagnósticos son más eficaces y precoces. Hace cincuenta años, la gente se moría sin saber el porqué. Hoy en día se sabe que en muchas ocasiones es debido a un tumor. Además, los métodos de diagnóstico precoz de los que disponemos nos permiten detectar el cáncer primario antes de transformarse en un tumor secundario metastático y así se inician rápidamente los tratamientos.
También es cierto que la esperanza de vida en el último siglo se ha duplicado, de cuarenta años en 1900 a ochenta en el año 2000. Esto significa que vivimos muchos más años y mejor pero también que aparecen patologías antes poco frecuentes como las neurodegenerativas y el cáncer.
¿Nuestro ritmo de vida influye en la incidencia del cáncer?
Desgraciadamente, cuidarse mucho tampoco te garantiza estar a salvo. Además de poder heredar una cierta predisposición a padecer un tipo de tumor, existe una base genética del cáncer que significa que aparecen problemas a nivel de los genes, mutaciones espontáneas, que dan lugar a un tumor sin que uno esté expuesto a ninguna causa externa específica. Las causas del cáncer son tan extensas y variadas y todavía hay tantas desconocidas que es muy difícil decir qué podemos hacer para evitarlo.
Dicho esto, hay que evitar las causas directas que se conocen y que están comprobadas científicamente. En primer lugar, hay una correlación muy directa entre el cáncer y tabaquismo, el exceso de radiación solar y la contaminación en sentido amplio. En segundo lugar, la vida estresada y las preocupaciones, no descansar bien, y un exceso de trabajo, también están asociados a la aparición de tumores, aunque es muy probable que se deba a la disminución de la función del sistema inmune. Nuestro ritmo de vida nos inmunodeprime en cierta medida, lo cual podría favorecer que alguna célula tumoral consiga sobrevivir. Según uno de los referentes mundiales en cáncer, Joan Massagué, muchos de nosotros hemos padecido algún tumor y no nos hemos enterado porque nuestro sistema inmune ha sido capaz de combatirlo. Así que quizá se debería potenciar el sistema inmune para que esto suceda de forma espontánea. Pero incido en que en cada persona será diferente.
En tercer lugar, tenemos la dieta. Una dieta pobre en antioxidantes da lugar a una mayor incidencia de tumores. En cambio, una dieta mediterránea saludable, rica en fibra y ácido oleico del aceite de oliva parece que tiene un efecto protector. La conclusión, en definitiva, es cuidarse y llevar una vida sana y, si por desgracia aparece el cáncer, afrontarlo con una actitud positiva porque, aunque no sepamos muy bien el motivo, el paciente que lucha tiene más probabilidades de sobrevivir.