Hace trece años que Baldo Oliva dirige el grupo de bioinformática estructural del Programa de Investigación en Informática Biomédica, situado en el Parque de Investigación Biomédica de Barcelona. Este químico de 50 años, nacido en Gracia y residente en Terrassa, combina esta tarea con dar clases a los estudiantes de biología y del máster de bioinformática de la Universidad Pompeu Fabra.
¿De dónde surgió su interés por la ciencia?
Como muchos niños, de pequeño me interesaba la naturaleza, coleccionar insectos, etc. Quería entender los mecanismos de funcionamiento de los seres vivos y estudié bioquímica. Durante la carrera me gustó mucho la física y las matemáticas, así que en los últimos años empecé también la carrera de matemáticas.
¿En qué hizo su tesis doctoral?
Mi objetivo era crear una mutación dirigida de una enzima –un tipo de proteína encargada de catalizar las reacciones de las células– para hacerla más eficiente, pero pronto me di cuenta de que no sirvo para la parte experimental. Por mi falta de paciencia –ejercí demasiada presión en un aparato–, ¡tuvimos una explosión en el laboratorio que afectó la visión de un compañero! A partir de entonces me dediqué a la teoría, concretamente al reconocimiento del comportamiento de estructuras proteicas. Los dos últimos años del doctorado los hice en Suecia, donde aprendí dinámica molecular. Los conocimientos de física y programación que adquirí estudiando matemáticas me ayudaron, aunque nunca acabé la carrera.
¿Así que mejor teoría que práctica?
Sí, me frustra el poco control que tenemos sobre la experimentación. En una ocasión, después de una semana de experimentos, al intentar hacer una tinción con plata de una proteína a las nueve de la noche de un domingo, no funcionó. Esto me pasó varias veces seguidas. Frustrado, revisé todo el procedimiento punto por punto. Al final resultó que el bicarbonato se hidrata al cabo de unos días y la concentración que estaba utilizando no era la que creía. Con los ordenadores, en cambio, lo controlas todo tú: si algo sale mal, es porque no lo has programado bien.
¿Qué vino después del doctorado?
En 1992 me ofrecieron un contrato en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) para gestionar una base de datos genética. Estuve allí siete años, durante los cuales codirigí algunas tesis e hice varias estancias de tres o cuatro meses en el laboratorio de Michael Sternberg, en Londres. En 2000 formé mi propio grupo en la Universidad Pompeu Fabra (UPF), donde sigo hoy en día.
¿Cuál ha sido el cambio más grande que ha vivido en la investigación?
La secuenciación del ADN era una novedad durante mi doctorado, y lo revolucionó todo. Hoy en día ya no hablamos de entender una molécula, sino el conjunto de moléculas de un sistema. Hemos pasado de los genes a la genómica, de las proteínas en la proteómica... Hemos dado un salto gigante en cuanto a escala.
¿Lo mejor y lo peor de la investigación?
Lo mejor es que siempre te estás preguntando cosas, siempre hay algo nuevo... No te puedes aburrir. Pero la burocracia es muy pesada. Más del 50% de mi tiempo lo empleo en buscar financiación o en administrar los fondos.
¿Lleva trabajo a casa?
La investigación es muy flexible en cuanto a horarios, y eso me ha facilitado la conciliación con la vida familiar. ¡Pero es muy fácil engancharse a los ordenadores! Cuando mis hijos duermen, si me pongo a programar, puedo estar hasta las tres de la madrugada.
¿Qué se necesita para dedicarse a la investigación?
Suficiente curiosidad para hacerte preguntas y suficiente terquedad para llegar a contestarlas. ¡Por eso los niños son científicos por excelencia!