Ha dedicado su vida a la lucha contra la malaria, cuyos entresijos no ha dudado en explicar, lápiz en mano, en el día mundial de la enfermedad. Pedro Alonso ha estado esta semana en Madrid para asistir a las jornadas La contribución española en malaria y los esfuerzos para su eliminación en la Fundación Ramón Areces.
¿España ha contribuido tanto en la lucha contra la malaria?
Sí. No hay tantas enfermedades en las que se pueda decir que haya tenido un papel tan relevante en todos sus ámbitos, desde la investigación, desarrollo, generación de nuevas estrategias, aplicación y financiación. De hecho, esta contribución tan notable se confirma por la existencia de 18 grupos de investigación españoles en malaria. Es más, a las afueras de Madrid, en Tres Cantos, está el centro de desarrollo mundial de fármacos contra la malaria, de la empresa GSK, donde el 90% son científicos españoles.
¿Cuáles son los retos actuales de la investigación en malaria?
Hasta ahora, la investigación estaba dominada por lo que llamamos agenda del control de la malaria, que se ocupa de reducir el número de casos hasta un número ‘aceptable’ en términos de salud pública, lo cual es un concepto muy ambiguo. Desde este ámbito tratamos de controlar la enfermedad desde tres frentes: tratando los casos clínicos con la primera línea de fármacos (derivados de la artemisinina o ACT), disminuyendo el contacto entre el vector (el mosquito) y el humano con mosquiteras impregnadas en insecticida (ITN), o reduciendo el número de vectores con fumigaciones (DDT o piretroides).
¿Cuáles son las prioridades?
Dadas las resistencias que están empezando a surgir en el sudeste asiático, necesitamos nuevas familias de fármacos para en el futuro sustituir estos ACT. Igual ocurre en el caso de los insecticidas piretroides. Y para las mosquiteras impregnadas de insecticidas, sería fundamental mejorar la resistencia de los materiales de la propia mosquitera.
El objetivo es erradicar la enfermedad.
La erradicación de la malaria significa la interrupción de la transmisión de forma definitiva. Para esto se necesita una agenda de investigación y desarrollo distinta de la del control, porque el tipo de herramientas que necesitas es distinto. Mi grupo lideró, por petición de la OMS, la agenda de investigación para la erradicación de la malaria (malERA), que define el calendario mundial de investigación, publicada en un suplemento de la revista PLoS.
¿Vivirá la eliminación de la enfermedad?
Me temo que yo no lo veré (risas). Honestamente, no lo sabemos a ciencia cierta. Decir que quedan 30 o 40 años quiere decir que no será en la próxima década. Lo que está claro es que si queremos conseguirlo en ese periodo de tiempo hay que empezar a hacer cosas ya, porque el desarrollo del tipo de herramientas que hacen falta para esto lleva su tiempo. Yo creo que es un objetivo razonable pero lejano.
Veo que es cauteloso en la estimación.
Tanta cautela tiene una razón de ser. La OMS ya intentó erradicar la malaria en los años ‘60 y fue un enorme fracaso al no tener las herramientas ni estar listos para ello. Este fracaso fue un duro golpe que hizo que la gente perdiera la esperanza y se abandonara oficialmente en el año 1969. Por ello, en los años ‘70, ‘80 y principios de los ‘90 desapareció la malaria de la agenda internacional y su incidencia aumentó en todo el mundo. Es por eso que no se quiere levantar falsas expectativas y luego fracasar, como la vez anterior.
Hablando de expectativas, ¿la nueva vacuna será esa ansiada varita mágica?
Para el imaginario público, una vacuna es igual a estar protegido. Y esto es cierto con todas las vacunas que hemos tenido hasta ahora -con la excepción de la tuberculosis y el cólera-. Pero eso eran las vacunas fáciles, ahora entramos en la época de las vacunas difíciles. En ellas, estar vacunado significa que a lo mejor estás moderadamente protegido. Y ese salto es clave. En 2015 tendremos una primera generación de vacunas con una eficacia moderada, por lo que su aplicación tiene que ser junto con las otras herramientas que ya tenemos y hay que continuar con el esfuerzo en investigación y desarrollo para mejorar su eficacia.
¿Es cierto que la malaria está llegando a Europa como afirman algunos estudios?
Es un mito, entre otras cosas porque los flujos migratorios han disminuido. Curiosamente, el aumento de los casos de malaria en Europa en la última década ha ido ligado a los fenómenos migratorios, pero no de los inmigrantes que venían aquí, sino de los turistas europeos que viajaban a países endémicos y volvían con malaria. De hecho, el 85-90% de los casos que tenemos en Europa son turistas.
¿Y también es un mito que si se tratara de una enfermedad de los países ricos se hubiera investigado más?
Eso es completamente cierto. La malaria es el paradigma de lo que se conoce como fallos de mercado. Solo se investiga en aquellas enfermedades que, en el caso de tener un producto, haya un mercado al que vendérselo. En la malaria hay mercado porque hay gente que lo necesita pero no hay quien lo pague, por tanto falta el estímulo para que las industrias farmacéuticas se involucren en la investigación porque no hay premio final para ellos. El otro gran ejemplo es el sida, donde sí se ha investigado, pero solo en tratamiento (que ha logrado un avance brutal porque hay mercado que lo paga), pero no en prevención porque no hay interés.
En cualquier caso, y a pesar de la situación actual, usted parece optimista.
Sí, cada vez más. He decidido serlo, estoy harto de pesimismo. Hay muchos argumentos de por qué invertir en investigación en malaria es rentable para nuestro sistema de ciencia y tecnología. Por cada euro que España ha puesto en investigación, posiblemente ha recuperado dos o tres de fondos externos competitivos, lo que muestra que nuestro sistema de investigación, por lo menos en malaria, es bastante competitivo. También se han invertido unos 17 millones de dólares por parte de España y se han obtenido, solo de la Fundación Gates, 27 millones, más otros 15 o 20 de fondos competitivos. Además, se trata de un elemento competitivo, con vinculación con la industria, todo eso sin invocar el concepto moral de nuestra obligación de luchar contra una de las enfermedades más complejas y desde un punto de vista estrictamente científico y biológico. Es todo un reto.