Los medicamentos del futuro serán más inteligentes gracias a la luz. Los científicos podrán introducir un fármaco en el cuerpo, mantenerlo inactivo en su interior y activarlo con fotones en el momento y el sitio adecuados durante el tiempo oportuno. Dirk Trauner es un experto mundial en esta tecnología, la fotofarmacología, que parece de ciencia ficción.
La luz será la principal cómplice para liberar de forma controlada un fármaco en el lugar concreto para tratar un tumor, un patógeno o cualquier zona afectada por un dolor crónico. Este reto centró el segundo simposio en fotofarmacología sobre terapias innovadoras basadas en luz en la Universidad de Vic y coorganizado por el Instituto de Bioingeniería de Cataluña (IBEC) y el Instituto de Química Avanzada de Cataluña (IQAC-CSIC).
Uno de los invitados estrella fue el bioquímico Dirk Trauner (1967, Austria), investigador en la Universidad de Nueva York (EE UU), que ha conseguido restaurar la vista en animales ciegos con fármacos que responden a la luz. En su página web, Trauner muestra el árbol genealógico de su familia científica. “Siempre está bien saber de dónde vienes. Los conceptos y las ideas no caen del cielo. Es importante saber quién ha influido en tu pensamiento”.
¿Qué es la fotofarmacología?
Es la ciencia que se ocupa de controlar la actividad de los fármacos con luz. Cuando te tomas un fármaco, él mismo se distribuye por el organismo y no puedes determinar dónde y cuándo actúa. Queremos encender y apagar ese medicamento utilizando la luz para controlar de manera muy precisa moléculas y sistemas biológicos.
¿Por qué su investigación se centra en la neurociencia?
La neurociencia nos permite probar fármacos en sistemas en los que cualquier cambio ínfimo se amplifica mucho. Son los llamados sistemas complejos no lineales, en los que una señal de entrada muy pequeña puede dar un resultado enorme. A mí me interesa controlar con luz las redes neuronales que están implicadas con la visión y el dolor, aunque en teoría podríamos hacerlo con cualquier tipo de red neuronal.
Uno de sus logros recientes es la restauración de la vista en ratones ciegos con fotoconmutadores sintéticos.
En ciertos tipos de ceguera no funcionan las moléculas fotorreceptoras encargadas de percibir la luz. En enfermedades como la degeneración macular y la retinosis pigmentaria, hay una degeneración de los conos y los bastones, las células que contienen estos fotorreceptores. Nosotros intentamos convertir otras células nerviosas de la retina en neuronas sensibles a la luz. Nos fijamos en cómo funcionan las células fotorreceptoras sanas para intentar activar la sensiblidad a la luz en proteínas de otras células. Y hemos tenido éxito.
De la misma forma que algunos parapléjicos han conseguido volver a andar con implantes en la médula, ¿las personas ciegas podrán recuperar visión algún día?
Por ahora somos capaces de recuperar la respuesta visual en animales ciegos. Está claro que no podemos preguntarles qué ven ni pedirles una descripción, pero somos capaces de recuperar comportamientos guiados visualmente. Curar la ceguera en animales ya no me interesa, espero que en los próximos años se pueda probar en humanos, pero está fuera de mi alcance. Soy un investigador de ciencia básica, no un clínico. Es complicado saber si se logrará en dos o cinco años, no quiero crear falsas expectativas. De momento, hemos superado los estudios de toxicología y, si tenemos suerte, lo veremos en los próximos años.
Lamenta no haber sido arquitecto, pero se dedica a algo parecido. En lugar de edificios, construye moléculas sintéticas.
[Ríe] Es lo mismo, solo que a una escala diez mil millones de veces más pequeña. El abordaje y las estrategias son similares, y tenemos que trabajar dentro de los límites de la naturaleza. En este marco podemos inspirarnos y soñar en cosas con las que la naturaleza no nos ha provisto. Construir una molécula es un proceso similar al de construir la Sagrada Familia. Afortunadamente, no es tan largo, aunque algunas nos llevan mucho tiempo. Mi trabajo se parece al de un arquitecto: hacemos bloques de construcción, los juntamos y les proporcionamos una función.
Ha escrito que la construcción de la Gran Pirámide de Guiza requirió “planificación, organización y vanidad”. ¿En ciencia también hay vanidad?
Algo hay. El científico quiere crear algo que perdure y no desaparezca con uno mismo, así como ser reconocido por su trabajo. Hay investigadores más modestos y otros que necesitan aprobación a diario... y no voy a decir nombres [ríe]. A veces la vanidad puede ser fuente de motivación para afrontar retos, cuando piensas que eres el único capaz de lograrlos. En ciencia siempre ha habido competitividad y eso es bueno, a no ser que se convierta en algo agobiante. Si como científico no estás preparado para ser un poco competitivo, no vas a llegar a ninguna parte.
Hablemos de la vanidad de los que investigan en biología y química sintética. A los que están en primera fila a veces les acusan de jugar a ser Dios.
Siempre intento evitar ese tipo de connotaciones religiosas. Un científico conocido dijo una vez ‘Se supone que soy Dios, pero yo no me quedo dormido en el séptimo día’ [ríe]. Es una broma que hacemos entre nosotros. Los humanos somos sistemas inteligentes capaces de formular hipótesis y de imaginar cosas que luego materializamos, es uno de los rasgos que más nos define como especie. No puedes acusar a Gaudí de jugar a ser Dios por ser capaz de diseñar un edificio precioso mucho más funcional que la caverna donde vivíamos. Lo que hacemos es lo que la naturaleza ha hecho siempre: mezclar y combinar módulos ya existentes y ver qué pasa.
¿Qué opina de los problemas éticos de estas disciplinas?
Por supuesto que hay que ser cuidadoso, especialmente en biología sintética, en la que los organismos se pueden reproducir y descontrolarse. Pero no podemos frenar el progreso si no queremos vivir como trogloditas. Creo que los sistemas inteligentes hemos evolucionado para manipular el entorno, es un resultado inevitable de la evolución. Los robots y la inteligencia artificial son el siguiente paso lógico. Los sistemas inteligentes crean máquinas que trabajan para ellos y esperan que no sean ni más listos ni más independientes que ellos mismos.