Suscríbete al boletín semanal

Recibe cada semana los contenidos más relevantes de la actualidad científica.

Agencia Sinc
Joan Simon, profesor de la Universidad de Barcelona

"El uso de plantas psicoactivas es una constante en las diversas etapas históricas de las culturas"

"Las plantas visionarias son la puerta de entrada a la dimensión espiritual y tienen una significación de 'mediadoras' con los poderes divinos", apunta el profesor Joan Simon, que codirigió el curso Plantas sagradas de Els Juliols de la UB, junto con los expertos Carles Benedí y Cèsar Blanché, del Departamento de Productos Naturales, Biología Vegetal y Edafología. De la curiosa relación de la humanidad con el mundo de las plantas sagradas, y del gran bagaje simbólico, mítico y religioso con que se asocian, nos habla ahora el profesor Joan Simon en una entrevista en la que también revisa parte del misterio que rodea a estas plantas en el imaginario popular.

Joan Simon, profesor de la Facultad de Farmacia de la UB.
El profesor Joan Simon de la Facultad de Farmacia de la UB

Algunas plantas producen sustancias psicotrópicas, capaces de alterar las funciones mentales y emocionales de la persona. ¿Cuál es la base fisiológica de estos efectos en el psiquismo humano?

Desde hace tiempo, los científicos saben que las plantas alucinógenas activan receptores específicos en el cerebro, de forma parecida a ciertos neurotransmisores cerebrales, como la serotonina o, en menor grado, la noradrenalina y la dopamina. Los neurotransmisores cerebrales son compuestos químicos que una neurona lanza para activar un impulso nervioso en la célula receptora; la serotonina, concretamente, está involucrada en el control de la conducta y de la regulación de la percepción sensorial. Aunque el mecanismo de acción exacto aún no se conoce del todo, sí se puede afirmar que las diferentes sustancias que se encuentran en este tipo de plantas actúan mimetizando, al menos, los efectos de la serotonina en determinadas regiones del sistema nervioso central. A menudo, estos principios activos vegetales tienen, pues, una estructura química tan similar que es capaz de bloquear los receptores específicos de estos neurotransmisores y provocar toda la gama de alteraciones de los sentidos, lo que se conoce como alucinaciones.

Plantas sagradas, enteogénicas, psicotrópicas, alucinógenas, visionarias... ¿Hablamos del mismo tipo de plantas en todos los casos?

Es cierto que no hay unanimidad en cuál es el término más adecuado para denominar este tipo de plantas. Si bien a menudo se utilizan indistintamente, no se pueden considerar sinónimos. Desde los psicotrópicos hasta los enteogénicos, la terminología que se utiliza es tan rica como las cosmovisiones asociadas y, muy a menudo, aplicaremos una acepción u otra en función del contexto. Cabe destacar que algunos autores expertos en este tema —como Antonio Escohotado— rechazan el término psicodélico, que también se ha utilizado bastante, porque se asocia demasiado a las drogas visionarias y va ligado a una cierta cultura antisistema de los años sesenta y setenta. Desde el punto de vista más místico y religioso, a menudo se habla de plantas visionarias o enteogénicas. Este último término vincula estas plantas con la idea de que revelan y generan la divinidad en el interior de las personas que las consumen. En el mundo médico y farmacológico la denominación clásica es la de plantas psicotrópicas o, afinando más, psicodislépticas (desencadenantes de la psique) o psicotomiméticas.

El uso de plantas enteogénicas (transformadoras del estado de conciencia) ha formado parte de la experiencia humana durante milenios. ¿Cuál es el origen del uso de plantas alucinógenas en la cultura humana?

La hipótesis es que la posibilidad de acceder a la dimensión de la divinidad se vehicula a través de sustancias bioactivas, procedentes de plantas alucinógenas, que modifican el estado cotidiano de la persona y la sitúan en posición de establecer algún tipo de comunicación a otro nivel de realidad (con cambios de percepción sensorial, más allá de la conciencia, como en los sueños, que son también territorio de contacto con la divinidad). La exploración de estos canales de comunicación —a menudo restringidos a especialistas o intermediarios, como sacerdotes, chamanes, etc.— podría propiciar un conocimiento empírico y técnico (identificación de las especies botánicas, las partes a emplear, la metodología de extracción y de preparación, la dosis, los efectos deseados y los indeseados, etc.) que se fijaría de modo muy potente en el imaginario simbólico de las distintas culturas y religiones (lenguaje, rituales, estructuras de poder en la comunidad, posesión de secretos o conocimientos). Además, el uso terapéutico de plantas hipnóticas o alucinógenas para superar el dolor (como la adormidera o la efedra, que algunos autores sitúan 60.000 años atrás) sería otra fuente de aprendizaje complementaria.

Cuando los primeros colonizadores pisaron tierras americanas, la mayoría de pueblos indígenas atribuían poderes sobrenaturales a muchas plantas, que se consideraban regalos de los dioses. ¿Cómo se usaban estas plantas en las culturas precolombinas?

Los cronistas de la época describen bien la acción embriagadora y el uso mágico-religioso que se hacía de algunas de estas plantas consideradas sagradas en las culturas precolombinas, como los hongos del género Psylocybe, que eran denominados teonanácatl (‘carne de dios’). Las culturas precolombinas asociaban estas plantas con el mundo divino, al contrario que los misioneros y los conquistadores, que las asociaban con el diablo, y querían erradicar su uso para implantar el cristianismo. Pero no todas las plantas consideradas sagradas eran alucinógenas. El maíz (Zea mays), base de la alimentación de los pueblos, tenía varias divinidades entre mayas y aztecas y, por tanto, era una planta sagrada de uso alimentario. El cacao (Theobroma cacao), que para mayas y aztecas era símbolo de vigor físico y longevidad, también se consideraba en la mitología de estas culturas como un regalo de los dioses.

A lo largo de la historia de la humanidad, ¿cuáles son las culturas que han hecho un consumo más activo de plantas psicoactivas?

Podríamos considerar que el uso de plantas psicoactivas ha sido una constante en las diversas etapas históricas de pueblos y culturas, de modo que esta práctica es más una norma que una excepción. Sin embargo, hay ciertas zonas geográficas, como Australia, Nueva Zelanda y la Polinesia, donde no hay registro de uso de plantas psicoactivas. Se considera que se han utilizado o se utilizan cerca de 150 especies por sus propiedades enteogénicas: 130 son propias del mundo occidental y una veintena, del oriental. Las culturas mesoamericanas representan el máximo exponente en el consumo tradicional de plantas psicoactivas, como el peyote (Lophophora williamsii), el ololiuqui (Turbina corymbosa) o los hongos del género Psilocybe, entre otros. Un análisis aparte merece lo referido al consumo de estas plantas que, en ocasiones, han sido «exportadas» a otras culturas con fines lúdico-recreativos.

Si hablamos en términos antropológicos, ¿a qué factores sociales y culturales responde el uso de estos agentes naturales?

Un factor importante ha sido la atribución del origen de la enfermedad a causas sobrenaturales. Esta idea, muy transversal en sociedades pretécnicas, hace que las fuerzas misteriosas que llevan a la enfermedad sólo las pueda descifrar y canalizar el sacerdote, chamán o brujo que, actuando como sanador y en un contexto mágico, se comunica con el mundo sobrenatural a partir de elementos sagrados, como plantas que alteran el estado de la conciencia. Podemos encontrar ejemplos en la incubatio, que se hacía en los templos de Asclepio en la Grecia pretécnica, y en el uso del cactus de san Pedro (Trichocereus pachanoi) en los Andes centrales, o de la Amanita muscaria en los rituales védicos. Otro elemento importante es el cambio en los factores religiosos. Por ejemplo, a medida que Europa se fue cristianizando, se prohibió el uso de plantas calificadas como maléficas o diabólicas por sus propiedades psicoactivas, y que tradicionalmente se habían utilizado en terapéutica, como la adormidera o planta del opio (Papaver somniferum), la belladona (Atropa belladona) o el beleño negro (Hyoscyamus niger), que tardaron más de 500 años en reintroducirse en Europa con fines terapéuticos.

Existe un profundo vínculo entre plantas visionarias, misticismo, tradición y cultura. ¿Cómo han contribuido estas plantas a forjar la cosmovisión en muchos colectivos humanos? Las plantas visionarias son la puerta de entrada a la dimensión espiritual y tienen una significación de «mediadoras» con los poderes divinos. En cierto modo, se les atribuye parte de naturaleza divina (en algunas culturas son adoradas propiamente como dioses). Los ciclos biológicos, las formas, los nombres o las propiedades de las plantas adquieren un carácter simbólico en cada cultura y pueden pasar a regir los calendarios, las festividades, las costumbres, el lenguaje, las iconografías, los refranes, etc. Esto no sucede sólo con plantas alucinógenas exóticas. En la cultura mediterránea, por ejemplo, la tríada de plantas sagradas (trigo = pan = cuerpo; viña = vino = sangre; olivo = aceite = unción sagrada) representa la elevación a símbolo religioso de la base alimentaria de nuestra cultura desde hace al menos treinta siglos. La misma tradición religiosa cristiana ha llegado a la identificación entre alimentos sagrados y la propia divinidad.

Hablemos del uso terapéutico de estas plantas, que son un referente en el etnofarmacología: ¿cómo pueden contribuir a mejorar nuestra salud?

Muchas plantas sagradas tienen y han tenido un uso terapéutico. Como ejemplo, podemos citar la coca —planta sagrada en culturas andinas—, de la que se extrae la cocaína y que se emplea como anestesia local. También tenemos el cornezuelo de centeno, que por hemisíntesis, a través de la dihidroergotamina, se usa para el tratamiento de la migraña; la morfina, la codeína y la papaverina, que se utilizan como analgésicos; los derivados del opio o la adormidera —planta sagrada en varias culturas—, que se usan como antitusígenos y antiespasmódicos, etc. Otras plantas alucinógenas tienen una terapéutica intermitente y poco legislada, precisamente porque van ligadas a un uso lúdico restringido. Es el caso de la marihuana (Cannabis sativa), conocida por reducir los efectos secundarios de los tratamientos de quimioterapia, radioterapia o medicación antirretroviral (vómitos, náuseas, pérdida de apetito). Las plantas estrictamente psicomiméticas se utilizaban antes de forma terapéutica, en el campo de la psiquiatría, pero ahora están en desuso. Con todo, el efecto alucinógeno de estas plantas tiene un gran interés desde el punto de vista médico. Todavía quedan muchas lagunas en el conocimiento sobre el cerebro humano, y los efectos de estas plantas —que afectan a las principales funciones características de la organización de la mente humana— pueden ayudar a entender mejor cómo funciona el cerebro y cuáles son sus razones y mecanismos de morbilidad. El estudio de los principios activos de muchas de estas plantas —como el LSD, que a menudo se toma como modelo de sustancia fuertemente alucinógena— ofrece a la farmacología moderna una vía para entender mejor el funcionamiento de las sustancias empleadas para tratar enfermedades neuropsiquiátricas. Sin embargo, aunque se utilizan ampliamente, no hay una comprensión clara de sus mecanismos de acción. Por último, cabe decir que el manejo experimental de estas sustancias psicotrópicas está sometido a una estricta regulación. Actualmente, los alucinógenos están clasificados en la lista I del Convenio sobre sustancias psicotrópicas, un apartado donde se encuentran aquellos fármacos que, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, son muy severos para la salud pública y que, además, no tienen una utilidad terapéutica suficientemente reconocida.

En términos de conservación de la riqueza florística, ¿están en peligro las plantas sagradas que encontramos en los diferentes continentes?

En general, lo que está en peligro son los conocimientos tradicionales, debido a la aculturación. En algunos casos, también hay riesgo para determinados genotipos o poblaciones con una explotación excesiva o con criterios poco sostenibles. Con todo, muchas veces la cuestión se plantea exactamente a la inversa: debido a su significado religioso, la preservación de plantas sagradas o de los lugares donde viven (templos, monasterios, bosques sagrados) ha supuesto la protección de estas especies y de sus hábitats frente a la destrucción del territorio circundante, y ello indirectamente se ha convertido en garantía de preservación de la biodiversidad. El ejemplo más notable es la conservación del Ginkgo biloba en recintos sagrados de China y otros países limítrofes, mientras que en estado silvestre se ha extinguido en todo el mundo, excepto en dos pequeños bosques seminaturales. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), a la vista del potencial de esta realidad, ha propiciado la Iniciativa Delos, que agrupa lugares sagrados o con plantas sagradas de todo el mundo con un papel importante en la conservación de la flora (como Rila, en Bulgaria; Meteora, el monte Parnaso o el monte Athos, en Grecia; Montserrat, Núria, y Poblet, en Cataluña; Lluc, en Mallorca…).

¿Cuáles serían los frentes de la investigación más activos, a escala internacional, en el ámbito de las plantas sagradas?

Actualmente, hay muchos frentes de investigación abiertos, bien diversificados, en relación con plantas consideradas sagradas. Por ejemplo, el muérdago (Viscum album), una planta sagrada de la cultura celta: no hay más que hacer una búsqueda en cualquier base de datos de investigación científica (como la popular Medline), para observar con qué profusión se investiga esta planta para encontrar sustancias con propiedades anticancerígenas. Cabe insistir, sin embargo, en un aspecto que me parece crucial para poder avanzar en la explotación de nuevos recursos: el conocimiento de la biodiversidad vegetal y del rico patrimonio cultural que le rodea. Se conocen bien las plantas ligadas a la mística en la vieja Europa. Pero en otras culturas y lugares lejanos del mundo, en muchos casos ni siquiera existe un catálogo de la diversidad florística de un determinado territorio. Extensas áreas de Sudamérica, de África o del sudeste asiático esconden plantas que utilizan los chamanes de tribus pequeñas que aún están poco estudiadas. No se trata de intentar «patentar» esas plantas para sacar un beneficio económico inmediato, como ha ocurrido recientemente con la ayahuasca (Banisteriopsis caapi), una planta psicoactiva que los pueblos indígenas amazónicos utilizan en ceremonias y de la que se ha patentado, textualmente, la variedad da vine. El entramado de estudios antropológicos, etnológicos, botánicos, químicos y clínicos será, en un futuro, lo que nos permitirá conocer mucho mejor los secretos que guardan las plantas sagradas.

Fuente: UNIVERSIDAD DE BARCELONA
Derechos: Creative Commons
Artículos relacionados