Los científicos están descubriendo que comportamientos que pensábamos que eran exclusivos de los humanos en realidad los compartimos con otros muchos animales. Fascinado por descubrir cómo y por qué han surgido nuestras capacidades cognitivas, Federico Guillén Salazar estudia el comportamiento de distintas especies a través de la Unidad de Etología y Bienestar Animal, que dirige desde su creación en 1997.
¿Qué es la etología y cuáles son sus aplicaciones?
La etología es el estudio científico del comportamiento animal. Sus aplicaciones prácticas son muchas y muy diversas. De hecho, nuestra vida cotidiana está rodeada de ejemplos aunque no lo sepamos. No solo hay multitud de animales de compañía que conviven con nosotros y cuyo comportamiento puede generar problemas, sino que comemos productos de origen animal y nos protegemos frente a problemas que derivan de animales. Por tanto, los etólogos abarcamos desde el control de plagas, a la producción animal o la industria pesquera. Otra salida de la etología muy interesante es el diseño de autómatas y sistemas expertos. Yo me he interesado por otro ámbito del trabajo aplicado en el que es fundamental el conocimiento sobre el comportamiento animal: la conservación de las poblaciones silvestres de animales y de sus ecosistemas.
¿Qué tipo de comportamientos estudia?
Actualmente, en el estudio del comportamiento social. Cuando mantienes animales en cautividad hay muchas cuestiones a resolver como la higiene, la alimentación o la seguridad pero a mí me interesa su comportamiento. Si hablamos de animales sociales que han de vivir en grupo nos hemos de formular preguntas sobre el tamaño y la composición del grupo, la compatibilidad, la forma en la que resuelven sus conflictos sociales… Solamente respondiendo a estas preguntas podremos garantizar su bienestar. Me interesa sobre todo los aspectos más básicos, esto es, entender el comportamiento como fenómeno biológico en sí mismo: cómo funcionan esos sistemas sociales y por qué han evolucionado.
El proyecto más reciente en el que participo es una iniciativa financiada por el Ministerio de Economía y Competitividad sobre la hipótesis del valor social de la innovación y que tiene como objetivo tratar de entender algunas de las presiones de selección que creemos que pueden haber estado detrás de la evolución de los sistemas nerviosos complejos que dan lugar a animales innovadores. Este proyecto exige realizar estudios relacionados con la sociabilidad en los animales y concretamente con la gestión de los conflictos que surgen en el seno del grupo. Hace unas décadas se pensaba que era una cuestión sencilla pero se está descubriendo todo un mundo muy interesante y complejo como el caso de la reconciliación.
¿Qué animales ha escogido para esta investigación?
Mi parte del trabajo consiste en un estudio comparativo con macacos, babuinos, lobos, perros, gallinas, leones marinos y más adelante incorporaremos chimpancés y una especie de lémures. Parte del trabajo también se hará con humanos. Se trata de un estudio que combina el trabajo experimental y observacional. En este proyecto colaboro con un equipo de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid.
¿Qué comportamientos sociales humanos han demostrado los estudios científicos que compartimos con otros animales?
Precisamente la reconciliación es uno de ellos. Entre humanos es muy común sentir esa necesidad de acercamiento para pedir perdón tras un conflicto. Se pensaba que era una reacción típicamente humana y se dedujo que era exclusiva simplemente porque no se había estudiado en otros animales. Hace algunos años en Holanda se analizaron con detalle las interacciones sociales entre chimpancés y se demostró que también se daba entre estos animales. Este descubrimiento animó a otros primatólogos a iniciar estudios con otras especies de primates. Últimamente también se ha visto que el fenómeno existe entre algunas especies no primates y este es precisamente uno de los aspectos que también estoy investigando actualmente.
Gracias a este tipo de estudios, empezamos a entender las relaciones sociales de una forma completamente nueva. En realidad, se trata de un mundo de costes y beneficios donde, por ejemplo, la agresividad no es tan negativa como se pensaba sino sólo una herramienta que se utiliza para intentar mantener un estatus dentro de un grupo. La agresividad desencadenada, sin embargo, tiene consecuencias y los individuos deben aprender a gestionar los conflictos que surgen en el seno de los grupos. Por lo tanto, a lo largo del proceso evolutivo han aparecido mecanismos que sirven para mantener la cohesión de los grupos e incrementan la probabilidad de supervivencia de cada individuo.
¿De modo que estamos aprendiendo más acerca de nosotros mismos?
Efectivamente. Gracias a los estudios en animales no humanos empezamos a entender realmente cómo somos nosotros, cómo funcionan nuestros grupos y la función de los comportamientos. Pongamos por caso las fórmulas de cortesía. Nos parece lo más normal del mundo saludar a una persona que no conocemos pero procede de un proceso evolutivo en el que precisamente esos saludos dan información al otro sobre una aproximación no agresiva y tienen como objetivo reducir la probabilidad de conflicto. Como digo, descubrimos con estos proyectos el origen de nuestro comportamiento, y esto es fundamental para gestionarlo correctamente y ser conscientes de la importancia de su aprendizaje. Ahora desde la comunidad científica abordamos también la cooperación entre los grupos y la competición, incluso el networking. Es un campo de trabajo muy amplio que desvela sorpresas a diario.
¿Dónde realiza su trabajo?
Parte de nuestra investigación la realizamos en las instalaciones de la Universidad, pero la mayor parte es trabajo de campo. Tenemos suerte porque aprovechamos los lugares donde hay un grupo de animales que entendemos que pueden ser susceptibles de investigación. Ahora mismo trabajamos con distintos grupos. Uno de los experimentos lo estamos realizando con macacos y babuinos en la Station de Primatologie del CNRS (Marsella, Francia), también iniciamos ahora una colaboración con el Oceanogràfic de Valencia para estudiar su colonia de leones marinos. Otra línea de investigación es con las gallinas de la granja de la Universidad. Por otra parte, colaboramos con el Centro de Investigación y Tecnología Animal de Segorbe donde tienen un programa de cría de la gallina de Chulilla.
¿Cómo empezó a implicarse en el funcionamiento de los parques zoológicos?
Empecé colaborando con el entonces Ministerio de Medio Ambiente en la implantación de la Ley 31/2003 de conservación de la fauna silvestre en los parques zoológicos. En concreto, participé en el estudio exhaustivo de la situación de los parques y en la propuesta de políticas para favorecer una transformación no traumática del sector ya que debían dejar de ser centros de exhibición de animales y adoptar un papel activo en la conservación. Entre otras acciones, elaboramos un instrumento de evaluación que, transformado y adaptado, es utilizado actualmente en muchos de los procesos de inspección y autorización de los parques zoológicos que deben realizar las Comunidades Autónomas.
Utilizando criterios bastante restrictivos, localizamos 83 parques. A día de hoy podemos estar hablando de unos 150, aunque depende del criterio que se elija. La nueva ley exige a los centros que exhiban fauna silvestre al público a estar autorizados y a tener un programa educativo, otro de conservación y un servicio de atención veterinaria avanzada. Además de regular el funcionamiento de los parques zoológicos, la nueva ley pretendía también evitar abusos como los de personas que cobraban entrada para ver sus colecciones particulares o la utilización de la fauna silvestre para su exhibición en peceras o pajareras de restaurantes o parques urbanos, por ejemplo.
¿Se ha conseguido mejorar el bienestar animal en los zoológicos españoles?
Sí. La ley ha tenido un efecto muy positivo porque en la última década hemos presenciado una mejora significativa de la calidad de los parques existentes, tanto españoles como europeos, así como la inauguración de muchos de nueva planta que cumplen con los estándares más modernos. Hablamos de zoos de inmersión donde el visitante observa al animal en su entorno naturalizado y es informado y formado sobre cómo vive, los problemas y peligros a los que se enfrenta tanto la especie como su ecosistema. Los parques se han convertido en centros de conservación con programas de cría en cautividad pero también en centros de educación ambiental.
¿Ha abordado también la conducta de animales domésticos?
Una de las aplicaciones prácticas de la etología es resolver problemas de comportamiento en animales de compañía, la llamada etología clínica. En este sentido, uno de los problemas más importantes es el de los perros agresivos. Era un campo de aplicación poco trabajado en España en los años noventa y que me interesó mucho. Sin embargo, se trataba de un mundo en el que predominaban los aficionados y había poca seriedad, así que decidí apartarme de él.. Creo que no hemos avanzado mucho en este tema. A día de hoy me sigue pareciendo poco “científico”.
Eso es preocupante considerando que viven en el entorno familiar...
Es cierto que se aprobó en su momento una ley que regulaba la posesión de animales potencialmente peligrosos y aumentó la concienciación sobre las implicaciones de tener ciertas razas de perro. A pesar de ello, mi percepción es que el propietario medio sigue sin darse cuenta de la importancia de precauciones tan básicas como llevarlo atado y controlado y que obedezca las órdenes de su dueño. Son cuestiones que resolverían la mayor parte de las agresiones. Este problema está relacionado con lo que llamo el síndrome de Walt Disney: pensamos que todos los animales son inofensivos.
Como zoólogo y etólogo, si tengo que ser crítico con el uso que hacemos de los animales en algún contexto es precisamente con los animales de compañía. De hecho, opino que estamos retrocediendo porque la industria de animales de compañía es muy potente y genera mucho dinero. Además, la población en general piensa en los beneficios pero pocos se plantean los costes y crece la demanda de animales exóticos, incluso los ilegales, que son a su vez más complicados de cuidar. Un problema adicional es que los padres regalan animales a sus hijos pequeños y depositan en ellos su cuidado. Cuando no se satisfacen las necesidades biológicas de los animales hay un empobrecimiento de su bienestar que puede derivar en sufrimiento e incluso fallecimiento. El otro peligro es la generación de propietarios insatisfechos que acaban abandonando al animal, lo que a su vez causa problemas ambientales, como vemos en el caso de la proliferación de tortugas de florida en la Albufera de Valencia.