En el siglo XVIII, cuando algunas comunidades europeas creían en los vampiros, la medicina fue la mejor vía para desmentir el fenómeno y apaciguar el temor popular. El investigador Álvaro García Marín describe cómo la evidencia científica se impuso a la superstición en su libro Historias del vampiro griego.
Ahuyentar la mala suerte, el mal de ojo y, en suma, a los envidiosos. Ese era uno de los cometidos de los mosaicos en la Antigua Roma, según una investigación coordinada por la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M). El estudio analiza los rituales y prácticas mágicas en estas representaciones artísticas.
Ni más accidentes de tráfico, ni peores noticias, ni más ingresos en urgencias. Numerosos análisis prueban que la extendida superstición hacia un día como hoy carece de cualquier sustento científico. Los medios de comunicación y el miedo a la incertidumbre de la vida aumentan la influencia de esta creencia, importada de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.