Desde muy antiguo, los volcanes han cautivado la imaginación. Sus impresionantes despliegues de fuerzas telúricas han inspirado mitos, poemas, relatos, pinturas y películas. Escenarios de desgarradas pasiones, símbolos de la liberación de energías reprimidas o adversarios malignos, alcanzaron en la ficción su mayor protagonismo con el cine de catástrofe, por lo general con escaso rigor científico.
El estreno de la película El Rey Arturo y la Leyenda de Excalibur, en pleno auge de las fantasías medievales, justifica un repaso de los ingredientes que modelaron un ciclo literario a base de mitos celtas y nórdicos, leyendas de la Britania romana y épica caballeresca. Como todo gran relato, ha servido de vehículo para las más diversas ideas, desde el romanticismo cristiano de Richard Wagner a la crítica a la aristocracia de Mark Twain, pasando por el adoctrinamiento nacionalista en la Inglaterra victoriana y el alegato antifascista de El Príncipe Valiente.
Las célebres Ánimas del escultor, pintor y arquitecto barroco Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), dos cabezas marmóreas que suponen unas de sus obras más importantes de juventud, no representan las personificaciones del alma cristiana gozando de los placeres del paraíso o atormentada por la condena al infierno, como se creía hasta ahora, sino que en realidad son una ninfa y un sátiro.