Infectarse con el virus que causa la COVID-19 a través de las aguas de baño es muy poco probable, aunque su supervivencia en los ríos es mayor que en las piscinas y el mar. Las principales vías de contagio siguen siendo las secreciones por tos o estornudos y el contacto entre personas, por lo que es muy importante mantener el distanciamiento social.
Los efectos irritantes del cloro no solo pueden producirse dentro del agua sino también en el ambiente de las piscinas cubiertas. Así lo indica una investigación, publicada en Gaceta Sanitaria, que determina que la concentración media de cloro en el aire de las piscinas cubiertas es de 4,3 miligramos por metro cúbico, muy por encima del 1,5 establecido como límite para percibir irritaciones.
En los últimos años han aumentado las piscinas naturalizadas, aquellas que no utilizan cloro ni otros productos químicos para su desinfección. Ahora científicos de la Universidad de Barcelona han detectado contaminación fecal en algunas de ellas debido a las deposiciones de pájaros y otros animales, por lo que recomiendan investigar el alcance del problema y determinar los parámetros microbiológicos que aseguren la salud de los bañistas.
Un reciente estudio analiza los episodios de ahogamiento atendidos en 21 hospitales de España durante los veranos de 2009 y 2010. El 60% de las víctimas eran menores de seis años y más del 70% no sabían nadar ni utilizaban flotador cuando sufrieron el ahogamiento. Además, en ocho de cada diez casos las personas que estaban a su cuidado admitieron una relajación en la vigilancia.
Una investigación de la UAB demuestra que utilizar CO2 en lugar de ácido clorhídrico en las piscinas reduce los compuestos nocivos presentes en el aire, manteniendo la eficacia como reductor del pH del agua. Además, el CO2 tiene ventajas ambientales, dado que su uso en el agua reduce el balance de emisiones de gas de efecto invernadero y el agua de renovación, una vez desechada al medio, es menos nociva para los organismos. La investigación ha sido publicada en la revista Chemosphere.
Los investigadores estudiaron los efectos respiratorios y los cambios a corto plazo que se produjeron en los biomarcadores de genotoxicidad