Su primer recuerdo es toda una singularidad. No hay espacio, no existe materia, ni energía sólo está presente el silencio y la incertidumbre. Aparentemente se trata simplemente de un vacío, pero desde él emerge un gran potencial que le obliga a abandonar la inexistencia. Ése es el momento en el que un gran estallido, el Big Bang, da lugar al Universo.
Investigadores de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) han utilizado una novedosa técnica de observación del espectro electromagnético que permite obtener, por primera vez, información sobre la abundancia de carbono y nitrógeno de manera independiente en las galaxias de tipo elíptico, lo que arroja un foco de luz sobre su nacimiento.
Asociaciones de estrellas descubiertas en el Anillo de Leo
El 30 de diciembre de 1924 Edwin Hubble anuncia la existencia de otras galaxias distintas a la Vía Láctea
A lo largo de su historia, nuestra galaxia ha ido secuestrando estrellas de cientos de galaxias más pequeñas. En el proceso, las estrellas que se desprenden forman largos caminos que siguen la órbita de la galaxia satélite alrededor de la Vía Láctea. Estos rastros de estrellas reciben el nombre de corrientes de marea y su estudio proporciona un nueva forma de medir la materia oscura que envuelve a nuestra galaxia. Comprender la naturaleza de este tipo de materia es el principal reto del investigador checo Pavel Kroupa, del Instituto Astronómico Angelander (Alemania), dispuesto en su empeño a reformular, si cabe, las actuales leyes de la física.
A pesar de que el Universo está compuesto de galaxias y que habitamos una de ellas, apenas estamos comenzando a leer su historia. Sin embargo, no es fácil reconstruir este escenario, sobre todo, cuando la teoría parece revelar la existencia de un nuevo componente que nadie ve: la materia oscura. Tratar de añadir claridad sobre los frágiles modelos establecidos en la secuencia de sucesos de la evolución galáctica es precisamente el objetivo del astrofísico Julio Navarro, de la Universidad de Victoria (Canadá).
Armando Gil de Paz ha desarrollado su carrera investigadora a medio camino entre Estados Unidos y España. Tras trabajar en el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA y la Institución Carnegie de Washington, y convertirse en uno de los mayores especialistas en su campo, la astronomía extragaláctica, ha podido regresar de nuevo a la Universidad Complutense de Madrid de la mano del programa Ramón y Cajal
El universo es más transparente de lo que se pensaba