Nuevas estimaciones de la Organización Mundial de la Salud muestran que el total de muertes asociadas directa o indirectamente con la pandemia entre el 1 de enero de 2020 y el 31 de diciembre de 2021 fue de aproximadamente 14,9 millones, un número que supera con creces las cifras oficiales de todos los países.
La medición del exceso de mortalidad es un componente esencial para entender el impacto real de una pandemia como la causada por la covid-19. Se calcula como la diferencia entre el número de decesos que se han producido y el número que se esperaría en ausencia de esta situación, en función de los datos de años anteriores.
Ahora, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha hecho público un informe que muestra que el número total de muertes relacionadas con la pandemia entre el 1 de enero de 2020 y el 31 de diciembre de 2021 fue de aproximadamente 14,9 millones.
Incluye los fallecimientos asociados al SARS-CoV-2 directamente (debido a la enfermedad que provoca) o indirectamente (por su impacto en los sistemas de salud y la sociedad, como la falta de acceso a tratamientos). Eso sí, la cantidad estimada puede verse influenciada por las muertes evitadas en este tiempo debido a los menores riesgos de ciertos eventos por los confinamientos, como accidentes automovilísticos o lesiones ocupacionales.
“Estos datos no solo señalan el impacto de la covid-19, sino igualmente la necesidad de que todos los países inviertan en sistemas de salud más resilientes que puedan sostener los servicios esenciales durante las crisis”, explica Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS.
El resumen sostiene que la mayor parte del exceso de muertes (84 %) se concentra en el sudeste asiático, Europa y América, y que alrededor del 68 % se agrupa en solo 10 países del mundo. Los países de ingresos medios representan el 81 % de los 14,9 millones de fallecimientos añadidos (53 % en los países de ingresos medios-bajos más 28 % en los de ingresos medios-altos) y los países de ingresos altos y bajos el 15 y el 4 %, respectivamente.
“Lamentablemente, es probable que la cifra de unos 15 millones de muertes en todo el mundo durante los dos primeros años de pandemia sea mucho más precisa que los aproximadamente 6 millones de fallecimientos confirmados que se han registrado”, apunta John Edmunds, catedrático del Centro de Modelización Matemática de las Enfermedades Infecciosas de la London School of Hygiene & Tropical Medicine, en declaraciones al Science Media Centre de Reino Unido.
Lo mismo opina Kevin McConway, catedrático de Estadística Aplicada de la Open University: “No es ninguna sorpresa que esta estimación de la OMS supere tanto los datos oficiales por covid en todos los países. Una de las principales razones es que el recuento suele incluir solo a las personas cuya muerte fue causada directamente por el virus. Por ello, es tan importante observar el excedente”.
Las estimaciones para este período de 24 meses incluyen también un desglose del exceso de mortalidad por edad y sexo. Así, se confirma que el número mundial de fallecimientos fue mayor para los hombres que para las mujeres (57 % frente a 43 %) y más alto entre los adultos mayores, aunque hay que tener en cuenta que el recuento absoluto del exceso de muertes se ve afectado por el tamaño de la población.
El método usado por la OMS se basa en un modelo estadístico derivado de la información de los territorios, que se utiliza para generar estimaciones para los estados con pocos o ningún dato disponible. Es el resultado de una colaboración mundial respaldada por el trabajo del Grupo Asesor Técnico para la Evaluación de la Mortalidad por covid-19 y las consultas a los países.
“Obviamente, usar este tipo de herramientas es problemático cuando hay grandes grupos de países con pocos o ningún dato relevante, como ocurre en África”, añade Edmunds. “Por este motivo, otros trabajos han llegado a estimaciones diferentes. Sin embargo, el patrón general de estos estudios es similar: es factible que la verdadera carga sea mucho mayor que las cifras de muertes confirmadas y las naciones de ingresos medios han tendido a salir peor parados durante la epidemia”.
Según Stefan Schweinfest, del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas, “las deficiencias de datos dificultan la evaluación del verdadero alcance de una crisis, con graves consecuencias para la vida de las personas. La pandemia ha sido un claro recordatorio de la necesidad de una mejor coordinación dentro de los países y de un mayor apoyo internacional para construir mejores sistemas de vigilancia, como el registro de defunciones y otros eventos vitales”.
Por su parte, Amitava Banerjee, catedrático del Instituto de Informática de la Salud de la University College London, considera que el análisis de la OMS pone de manifiesto varios aspectos olvidados de la pandemia: “En primer lugar, su impacto es mucho mayor que las muertes directas por covid-19, y más en los países que no han dado prioridad a las políticas de supresión de la infección y han tenido altas tasas”.
“De la misma forma, la pandemia ha demostrado el papel crucial que desempeña la vigilancia continua en la respuesta y la preparación ante una pandemia, a la que hay que dar prioridad urgentemente –continúa–. Dado que el exceso de muertes no se ha contabilizado de forma rigurosa en todos los países, no se han apreciado plenamente los efectos indirectos en las muertes no relacionadas con la covid y los sistemas sanitarios no han estado preparados”.
No se puede ocultar el hecho de que este devastador número de muertes no era inevitable; o que ha habido demasiadas veces en los últimos dos años en que los líderes mundiales no han actuado al nivel necesario para salvar vidas
Pero ¿cuántas de estas muertes podrían haberse evitado? Para Jeremy Farrar, director de Wellcome, “no se puede ocultar el hecho de que este devastador número de muertes no era inevitable; o que ha habido demasiadas veces en los últimos dos años en que los líderes mundiales no han actuado al nivel necesario para salvar vidas”.
“Los gobiernos deben aprender de esta crisis y evitar que vuelva a suceder. Esto significa crear y mantener redes de vigilancia nacionales y mundiales para detectar los brotes antes de que se intensifiquen, apoyar a los profesionales de la salud pública para que puedan responder rápidamente cuando se inicie una epidemia, y distribuir equitativamente la capacidad de I+D y de fabricación de vacunas, tratamientos y diagnósticos. Y que esté operativo todos los días”, concluye.