En la Primera Guerra Mundial, el escocés Alexander Fleming (6 de agosto de 1881-11 de marzo de 1955) fue médico en los frentes de Francia y quedó impresionado por la mortalidad que causaban las heridas de metralla infectadas. Al acabar la contienda, volvió a su trabajo en el Hospital St. Mary de Londres y buscó un antiséptico que las evitase.
Mientras investigaba, los mocos de un estornudo cayeron sobre las bacterias de una placa Petri. Días más tarde, Fleming vio que en las zonas manchadas por los fluidos las bacterias habían muerto. Así descubrió la enzima antimicrobiana lisozima.
En 1928, cuando iba a destruir cultivos, vio que en una placa con Staphylococcus aureus un hongo crecido de manera espontánea había matado a las bacterias a su alrededor. Era el moho Penicillium notatum, que produce una sustancia natural antibacteriana: la penicilina. Fleming publicó su descubrimiento en el British Journal of Experimental Pathology en 1929 y no lo patentó. Nadie le prestó atención.
En la Segunda Guerra Mundial el antibiótico despertó el interés de los químicos. El alemán Ernst Boris Chain y el australiano Howard Walter Florey desarrollaron un método para sintetizar penicilina y pusieron en marcha plantas de producción en EE UU. En 1945, compartieron con Fleming el premio Nobel de Medicina.
Fleming fue miembro del Chelsea Arts Club, un club de artistas en el que fue admitido después de realizar pinturas con bacterias invisibles que se coloreaban intensamente una vez crecidas.