La mayoría de los diamantes se forman a una profundidad de entre 150 y 220 km y, según crecen, atrapan líquidos salinos de su entorno. Como la química de estas inclusiones fluidas no cambia según se desplazan los diamantes hacia la superficie terrestre, estos componentes proporcionan información muy valiosa sobre el manto, una región profunda e inaccesibles de la Tierra.
Así lo confirma un equipo de científicos liderado por Yaakov Weiss desde la Universidad de Columbia (EE UU) tras analizar las inclusiones fluidas en once diamantes recogidos en los Territorios del Noroeste (Canadá). El estudio se publica esta semana en la revista Nature.
Examinando los compuestos químicos de los fluidos y el momento de formación del diamante, los datos sugieren que los fluidos salinos proceden de una placa tectónica oceánica que se hundió por debajo de América del Norte (mediante un proceso de subducción) en la era Mesozoica, hace entre 66 y 252 millones de años.
En la imagen, un diamante con un núcleo de calidad gema y una cubierta rica en fluidos. Esta capa contiene millones de diminutas inclusiones fluidas que han atrapado salmuera prístina desde 200 km de profundidad.