Tributo a las arqueólogas vascas que han desenterrado la memoria compartida

En el museo Oiasso de Irún se exhibe una exposición que pone de relieve el papel de las mujeres de Gipuzkoa en las investigaciones arqueológicas del territorio vasco, desde inicios del siglo XX a la actualidad. La muestra narra su proceso de incorporación, integración y liderazgo en sectores estratégicos de la disciplina.

manos sosteniendo restos arqueológicos
Manos que sostienen objetos arqueológicos. En este caso, las de Mertxe Urteaga, asesora científica de la exposición que puede verse en el museo Oiasso de Irún. / María Millán y Adrián Cores / Museo Oiasso. 

“Al principio excavaban los hombres, quizá iban dos y los dos eran curas”, narra Eider Conde, portavoz de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, creada en 1947, que lleva el apellido de una arqueóloga donostiarra pionera, sobrina del naturalista y antropólogo Telésforo Aranzadi (1860-1945). En efecto, María Luisa Aranzadi (que aparece ya fotografiada en una campaña de 1917) junto a Pilar Sansinenea (1905-1997) son recordadas como las mujeres que abrieron paso a otras profesionales que, poco a poco, comenzaron a integrar equipos multidisciplinares que exploraban yacimientos arqueológicos.

La exposición Mujeres arqueólogas de Gipuzkoa, que puede visitarse actualmente en el museo Oiasso de Irún, rinde tributo a las profesionales que trabajaron y trabajan en ese territorio del País Vasco por la memoria común y para enriquecer la historia. Entre las contemporáneas, hay 17 retratadas, que representan a un centenar de arqueólogas cuya obra contribuyó a darle contornos al pasado compartido. 

El recorrido de la muestra —comisariada por Aizpea Goenaga— se inicia en 1903, con los registros gráficos de la visita del rey Alfonso XIII a las cuevas de Aizpitarte (Errenteria), en los que aparecen varias mujeres del grupo científico.

Las manos de Amaia Arranz. / María Millán y Adrián Cores.

Imágenes que transitan algo más de un siglo, valiosos objetos y documentos que le dieron relieve a sus hallazgos cuentan este recorrido por la historia, que consigue visibilizar una labor de manos que cuidan. En este caso, las de mujeres que descubren y protegen cada trozo del patrimonio que ha quedado sepultado en esa provincia vasca que limita con Francia.

En las décadas transcurridas tras las primeras misiones, los equipos se volvieron mixtos, pero “el que promocionaba era el hombre”, explica Conde. Paulatinamente, durante el siglo XX, la presencia de mujeres en los yacimientos cobra algo más de importancia hasta llegar a los años 80, cuando son ellas las que comienzan a liderar campos que estaban disponibles, como bien lo expone a SINC Mertxe Urteaga, asesora científica de la exposición Emakume Arkeologoak Gipuzkoan (según su nombre en euskera).

“Cuando volví de la universidad, en Valladolid, y de una estancia en Londres, aquí se trabajaba la prehistoria —que era lo que tenía más prestigio— y, por lo tanto, eran los hombres quienes se habían dedicado a ese periodo”, argumenta, Entonces, como es fácil imaginar, “la arqueología de las otras épocas históricas estaba libre y esas fueron las que cogimos nosotras”, añade.

Uno de los hechos fundacionales de la arqueología en Guipúzcoa fue la profesionalización de la disciplina, que esta se practicara de lunes a viernes y no solo en vacaciones

Ella ha seguido de cerca el proceso de los últimos 40 años de incorporación de las mujeres a la disciplina y su profesionalización, estimulada también por la Ley de Patrimonio histórico español de 1985. Una buena parte de ese tiempo, la experta ha ejercido su labor como asesora técnica, desde la Diputación Foral de Gipuzkoa, por lo que ha podido confeccionar bases de datos en las que figuran los nombres de quienes solicitaban permisos de excavación y, por lo tanto, los de mujeres que dirigieron campañas.

Precisamente, acerca de este ejercicio de gestión desde un territorio foral, Urteaga opina que “está atomizada la arqueología en España”, por lo que “abrirse camino en ese mosaico requiere mucha energía”. En este contexto, la sociedad Aranzadi ha canalizado muchas vocaciones científicas en la región.

Las vacantes

“Todo lo que toca la historia —la época romana, la medieval y las fases más próximas— estaban vacantes”, relata la arqueóloga. “En el Museo de Londres, yo había aprendido cómo han trabajado esos periodos los británicos; lo que siguió fue, pues, “ponerse manos a la obra”.

En Inglaterra, a mediados de la década del 80, “la arqueología profesional era ya una realidad, cuando aquí solo se practicaba en vacaciones; incluso los profesores de universidad aprovechaban su tiempo libre para ir al campo”, comenta Urteaga. 

Aquellas ideas de poder dedicarse y vivir de la arqueología implicaban, en sus palabras, “un cambio revolucionario”. De ahí que buscar “la profesionalización” fuese otro “hito”. Podría decirse que la motivación de aquellas mujeres para ser consideradas profesionales a tiempo completo representó un hecho fundacional.

De izq. a der.: Blanca Izquierdo, Maribel Bea y Lola Echaide. / Aranzadi / Museo Oiasso de Irún.

Por supuesto, las arqueólogas tendrían que encontrar el campo vacante y establecer nuevas líneas de partida: “Yo sabía que 25 cascos históricos de Gipuzkoa tenían un origen medieval, y conocía que estos habían nacido como núcleos urbanos amurallados”, explica la asesora de la diputación. “Entonces, si lograba conocer por dónde se había trazado la muralla, podría demarcar el perímetro de esos espacios medievales. Así, organicé un proyecto para proteger los archivos arqueológicos que había en el subsuelo de esas ciudades”.

Además, “con el modelo británico, las excavaciones permitían recoger la información con una metodología que garantizaba que estas se hicieran siempre de la misma manera, de una forma homologada”, agrega.

De este modo fue como Urteaga recuerda haber lanzado “esas dos líneas de arqueología urbana en su territorio: la de los asentamientos medievales y el método de trabajo”.

El primer gran hallazgo llegaría en 1992, con la aparición del puerto romano de Irún, “un acontecimiento impresionante”, en sus palabras. Y los siguientes 30 años fueron de consolidación de la labor que se extendió de los burgos medievales a los pueblos de Gipuzkoa que no son herederos de esos núcleos urbanos y a los asentamientos fortificados de la Edad de Hierro; una tarea que luego se expandió a subdominios como la arqueología subacuática, la minera, la de montaña y la industrial, entre otros.

“Esta exposición pretende mostrar el pedacito importante que ha tenido nuestro trabajo en el progreso de la arqueología de Gipuzkoa”, sintetiza.

La práctica y la mirada

El valor que tiene lo doméstico para entender la vida social y política de las sociedades del pasado es algo en lo que vienen insistiendo las profesionales de este siglo, porque ellas son capaces de mirar todo lo que esconden los “grandes episodios”, como menciona Urteaga.

Asimismo, apenas estamos comenzando a desprendernos de las “presunciones androcéntricas”, como se menciona en estudios de arqueología del género a estas interpretaciones que, por ejemplo, dan por descontado que las pinturas rupestres fueron hechas por hombres o que solo ellos manejaban armas en tiempos remotos. Ahora se ha demostrado que las mujeres cazaban en el Paleolítico y que también pintaban en las cuevas.

Las mujeres intentamos descifrar interrogantes con una mirada más abarcadora que la que apunta solo a las epopeyas

Mertxe Urteaga, asesora científica de la exposición en el museo Oiasso

Para llegar a nuevas revelaciones se han necesitado ojos y manos de mujeres en los yacimientos.

Ante la consulta a la asesora científica de la exposición sobre lo que podría distinguir la práctica de la arqueología por parte de hombres y de mujeres, ella deja claro que “la arqueología es historia” y que “la historia no selecciona por géneros, porque se conserva lo que se conserva, y se conserva más la piedra que el hueso”, por ejemplo.

De todos modos, Urteaga acuerda en que hay una “diferencia de género a la hora de tratar los temas”. El pasado, a su entender, es “algo muy abstracto”, y a las mujeres nos preocupan los temas “desde el presente”. Cuando una mujer mira al pasado, “intenta descifrar interrogantes que tiene cerca”, con una mirada “más abarcadora que la que apunta a las epopeyas, porque también se fija en lo cotidiano”. Entonces, “nos hacemos preguntas acerca de cuestiones diarias y cercanas”, como “la vestimenta o el cuero de los calzados, la cerámica… o la arqueobotánica (que incluye el análisis de semillas y pólenes)”. Son campos que “estudian fundamental y mayoritariamente las mujeres”, refuerza.

Por su parte, Lourdes Herrasti, vicepresidenta de la sociedad Aranzadi y arqueóloga especializada en memoria histórica, cree que el sesgo de género en la práctica de la disciplina ha llevado a que las mujeres se situasen en segundo lugar, a cargo de la “tarea documental, de archivo y tratamiento de datos, porque eso se puede compatibilizar con una vida social normal, en lugar de pasar cinco meses en el campo”.

La arqueóloga Ana Benito sostiene objetos encontrados en las excavaciones. / María Millán y Adrián Cores.

Para explorar en la ciencia hecha por mujeres, Herrasti recomienda la plataforma web Past women, en la que las profesionales incorporan información sobre el papel femenino en el pasado, el cual ha sido totalmente “desvirtuado en la lectura arqueológica”.

En cuanto a las miradas diferenciadas, reflexiona: “Quizás haya un rasgo femenino particular que es la intuición”. Algo que, precisamente en el campo de la arqueología de la memoria reciente, se demuestra crucial: “Por ejemplo, en el tema de las fosas comunes, el factor emocional es muy importante, porque necesitas hablar con personas que han perdido a alguien o que tienen un desaparecido en la familia”, indica Herrasti.

Los familiares junto a las fosas

Desde los ventanales del museo, las colinas francesas no se distinguen de las españolas. Pero antes del campo abierto, las calles de Irún le ponen marco a las vitrinas que contienen objetos y materiales que procuran narrar, en diversas capas, las edades y vivencias de un lugar. Hay abalorios y herramientas de trabajo en hierro, restos de piedra, cartas, publicaciones y réplicas de huesos, a través de los que hablan los seres humanos. 

Herrasti, que ha indagado con detenimiento en la Guerra Civil española, sostiene que los dos tipos de mecheros que ha elegido exhibir son elocuentes a la hora de imaginar aquellas horas de los combatientes en frentes despoblados. “Hay uno de mecha de los antiguos —un chisquero, como se llama aquí— y otro de gasolina, pero existe un método más rudimentario que utilizaban y que encontramos en un bolsillo: una lasca de sílex y una argolla metálica, que se frotaban para obtener la chispa”, describe. Este “método tan rústico” de encender fuego, alrededor de 1937, indica que “ellos estaban aislados o moviéndose continuamente”.

 Antes solo se les daba valor a los restos humanos. Hoy los objetos han cobrado importancia, porque humanizan e informan

Lourdes Herrasti, arqueóloga de la memoria

En realidad, son cosas que "se portan, a diario, con naturalidad, y que pertenecían a hombres que estaban movilizados en la guerra o a víctimas de la represión”, según manifiesta. A través de estos objetos, a menudo localizados gracias a detectores de metales, se llega a dar con las personas, a las que su equipo exhuma e intenta identificar.

En su criterio, “saber mirar y observar” constituyen el abecé de un arqueólogo. Hay que saber detectar cuándo un “paisaje está modificado”, por cambios de terreno o de vegetación, aunque lo que resulta ineludible es escuchar los testimonios orales, cuando los hay y cuando la gente se atreve a contar lo que sabe. En este campo, “siempre es así: alguien busca a alguien”, resume. Incluso hay ocasiones en que las arqueólogas hacen las prospecciones en presencia de los propios hijos de los desaparecidos.

En su recuento de experiencias hay varios momentos inolvidables: “¿Te imaginas encontrar en una mano un anillo de oro con una inscripción?”, se entusiasma. Así, Herrasti evoca el instante en que se recuperó una alianza en una fosa y todo el equipo paró para presenciar cómo un solo arqueólogo se encargaba de tomarla y leer: ‘Benita, 1931’”. Son “momentos de una gran intensidad emocional” que nos llevan a la información: en aquel caso se trataba del anillo de boda de un diputado de las Cortes, desvela.

La vicepresidenta de Aranzadi señala que “antes solo se les daba valor a los restos humanos”. Sin embargo, hoy los objetos han cobrado mucha importancia, según expresa, porque las cosas “humanizan e informan”.

La exposición, con entrada gratuita, estará abierta al público hasta el 31 de marzo de 2024.

Fuente:
SINC
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