Cuando un teléfono deja de funcionar, la mayoría compramos uno nuevo. Pocos piensan que ese aparato podría ser reparado, reutilizado o incluso reciclado. Millones de dispositivos acaban acumulados en hogares o vertederos, convirtiéndose en una amenaza emergente para el medio ambiente y la salud.
Más innovación, más tecnología, más internet y más capacidad de gasto. El resultado es que cada vez más personas poseen varios dispositivos electrónicos con una obsolescencia cada vez más rápida. La tendencia seguirá al alza, como lo harán los residuos electrónicos que se generan ya en la actualidad.
Ordenadores, pantallas, smartphones, tabletas y televisores representan la mitad de los desechos electrónicos globales. Destacan los móviles, con 7.700 millones de líneas de las que 4.200 millones son suscripciones activas en todo el mundo. En nuestro país se desecharon unos 20 millones en 2015, una cifra que asciende año tras año.
“El caso de los móviles es curioso, porque se recuperan muy pocos. Una gran mayoría se quedan abandonados en cajones de las casas, y no son recuperados en los sitios habilitados para ello, como puntos limpios o distribuidores”, precisa a Sinc Alodia Pérez, responsable del área de recursos naturales y residuos de la ONG Amigos de la Tierra.
Un reciente estudio publicado en la revista Waste Management ha analizado a través de entrevistas qué hacemos los españoles cuando desechamos dispositivos electrónicos y de tecnología de la información, cada vez más frecuentes en los hogares y cuya vida útil está cada vez más reducida.
¿Qué podemos hacer con nuestro móvil si deja de funcionar? Los investigadores del departamento de Ingeniería Mecánica y Construcción de la Universidad Jaume I (UJI) han querido saber si las personas acuden a la tienda, reparan sus aparatos y si son capaces de comprar otros de segundamano reacondicionados.
Los resultados, observados en multitud de pequeños dispositivos como cámaras de vídeo, móviles, tabletas, ebook, portátiles, discos duros, MP3 o MP4, navegador GPS, etc., confirman los datos: hay una tendencia hacia el abandono en el hogar.
“En todas las categorías analizadas, el 73,91% de los encuestados almacenan pequeños dispositivos en desuso en el hogar”, relatan los expertos, liderados por María Bovea de la UJI.
En España cada habitante genera unos 20 kilos de basura electrónica al año. / Pixabay
En cuanto a la reparación y compra de segundamano de estos pequeños dispositivos, el trabajo destaca que el 65,5% de los participantes nunca ha llevado a reparar un gadget y el 87,6% nunca ha adquirido uno ya utilizado.
Dadas estas cifras, los investigadores creen que es hora de concienciar sobre la reutilización de dispositivos electrónicos. “Se deben implementar campañas de sensibilización para fomentar estas prácticas, que son necesarias para alcanzar los objetivos mínimos establecidos en la Directiva Europea 2012/19/EU sobre reutilización”, subrayan. La gestión de estos residuos forma parte también de los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
El futuro de estos residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE), regulados por el Real Decreto 110/2015, de 20 de febrero en España, viene marcado por las famosas 3R: reparar –darle un nuevo uso antes de tirarlo–, reutilizar –si no se puede reparar, algunas de sus partes pueden ser útiles–, y reciclar –transformar el dispositivo para que pueda volver a ser usado–.
Si el aparato no cumple ya con sus funciones, en la mayoría de los casos algunas de sus partes sí pueden ser aún válidas y servir a otros dispositivos. Pero también se puede intentar reparar acudiendo a una tienda especializada y así resucitar el gadget.
Las recomendaciones que se dan a los consumidores es que “alarguen la vida de sus productos al máximo, a través de la reparación, actualización, intercambio de piezas, etc. Una vez tengan que deshacerse del producto, hay que llevarlo a destinos adecuados, como puntos limpios o distribuidores que recojan ese tipo de residuos”, explica Pérez.
Pero la responsabilidad no es exclusiva de los usuarios. Las empresas fabrican productos con una vida útil cada vez más breve –entre 18 meses y dos años–. No obstante, deben cumplir ciertos requisitos, que en la mayoría de los casos se marcan en la garantía.
“Durante los dos primeros años el requerimiento es asegurar la reparación o el cambio del producto. Sería necesario solicitar garantías más extensas en el tiempo, y la prohibición de diseñar con el objetivo de un rápido deterioro del producto o una difícil reparabilidad”, sugiere la ecologista.
Sin embargo, de los casi 45 millones de toneladas métricas de basura electrónica que se generan cada año según el Observatorio mundial de los residuos electrónicos, 1,7 millones de toneladas (el 4%) se vierten junto a los desechos normales en los países de mayores ingresos, por lo que acaban incinerados o enterrados en los vertederos, con graves consecuencias para el medio ambiente y la salud humana.
Los expertos destacan que de estos residuos solo se recuperan o reciclan 8,9 millones de toneladas métricas, correspondientes al 20% total. Del resto, es decir, de unos 35,8 millones de toneladas de chatarra en todo el mundo, no se tienen datos. En España en 2015 se recogieron 198.000 toneladas de estos residuos.
El problema surge justamente con los aparatos con destinos desconocidos, porque seguramente acabarán en el medio ambiente. Muchos contienen sustancias tóxicas y peligrosas en su composición.
Para los científicos, la basura electrónica es uno de los problemas medioambientales emergentes en países enriquecidos y en desarrollo. Algunos expertos incluso atinan en designarla como “bomba de relojería”. “Cuando estos productos se echan en vertederos o se incineran presentan riesgos para la salud por los peligrosos materiales que contienen”, señalan los autores de un estudio publicado en el Journal of Environmental Health Problem & Engineering.
La eliminación inadecuada de los productos electrónicos puede dañar el medio ambiente y la salud. “A medida que se depositan más desechos electrónicos en los vertederos, es probable que aumente la exposición a toxinas ambientales, lo que aumenta los riesgos de sufrir cáncer y trastornos neurológicos y del desarrollo”, alertan los investigadores liderados por la Saveetha University en India, uno de los países con más residuos.
Según el Ministerio para la Transición Ecológica, estos aparatos pueden contener sustancias peligrosas como cadmio, mercurio, plomo, arsénico, fósforo, aceites peligrosos y gases que agotan la capa de ozono o que contribuyen al calentamiento global.
“Existen otros problemas, como la exportación de estos residuos, que convierte determinadas ciudades en vertederos electrónicos, o la saturación de las instalaciones de gestión de residuos”, concreta Alodia Pérez. La mayoría de la basura producida en Europa se sigue exportando ilegalmente a África o Asia, donde es reciclada en condiciones peligrosas.
Mientras las empresas de reciclaje luchan para lidiar con la creciente cantidad de desechos, “nuestros smartphones están enterrados en vertederos o se exportan ilegalmente a países en desarrollo”, comentó Jean-Pierre Schweitzer, experto en política del producto y economía circular de la European Envionmental Burea (EEB), la mayor red de organizaciones ambientales con 140 miembros en 30 países, durante la última campaña #RightToRepair.
El 66% de la población mundial –67 países– está cubierta ya por una legislación para la basura electrónica. En Europa, la directiva 2012/19/EU regula la recogida, el reciclaje y la recuperación de estos gadgets. También incluye el abastecimiento de puntos nacionales de recogida y la dotación de sistemas de procesamiento que permiten la eliminación y el tratamiento adecuados de estos aparatos.
Gracias a estas medidas, Europa es el continente donde en 2016 se recogía la mayor cantidad de desechos, el 35%. Esta cifra debería aumentar a 65% para 2019. Sin embargo, iniciados ya el año, llegar a estos objetivos no parece ser tarea fácil.
En el mundo, cada año se forman 44,7 millones de toneladas de basura electrónica –también llamada e-waste en inglés–, el equivalente a 4.500 torres Eiffel. Estas cifras representan 6,1 kg por habitante al año. Según el Observatorio mundial de los residuos electrónicos de 2017, se prevé que este volumen alcance los 52,2 millones de toneladas métricas, es decir unos 6,8 kg por persona, para el año 2021.
Europa es el segundo continente, después de Asia, en cantidad de residuos electrónicos por persona: 16,6 kilos.
En España, según el informe E Waste Monitor 2017, la cifra ascendió a 20,1 kilos por habitante en 2016. En total, en nuestro país el peso de la chatarra electrónica se eleva a 930.000 toneladas.
A la cabeza de la lista están EE UU (6,295 millones de toneladas) y China (7,211 millones de toneladas).