Cuando se ha cumplido un cuarto de siglo desde que el 26 de abril de 1986 el accidente en Chernóbil sembrase el miedo a nivel mundial, las llamas del pánico radioactivo se han reavivado con la planta japonesa. Pero, ¿está justificado el miedo a lo nuclear resurgido tras Fukushima? En la pasada sesión del Cajón de la Ciencia, celebrada el 26 de abril, bajo el título 25 años de crisis nuclear: de Chernóbil a Fukushima, se debatió sobre este tema que preocupa a la sociedad. La sesión, coorganizada por la Associació Catalana de Comunicació Científica y por el Observatori de la Comunicació Científica de la Universitat Pompeu Fabra (OCC-UPF), fue moderada por Vladimir de Semir, director del OCC-UPF.
"No calculamos todo lo que tendríamos que calcular", incidió Jordi Bruno, director de la cátedra Enresa (Empresa Nacional de Residuos Radioactivos)-Amphos de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), cuando trató de analizar los porqués que produjeron los accidentes nucleares de Chernóbil y de Fukushima. Bruno, ponente de la sesión, puso en antecedentes a los presentes que en buen número se mostraron muy participativos en la jornada celebrada en el auditorio del Campus de la Comunicació de la UPF. Él quizás sabe mejor que muchos que especulan con el morbo de dichos acontecimientos qué sensaciones se despiertan cuando eres un experto en materia nuclear y vives casi en tus propias carnes un accidente como el de Chernóbil.
En aquella primavera del '86, Bruno estaba realizando su tesis doctoral en Química Inorgánica en el Royal Institute of Technology de Estocolmo y trabajaba en el sector nuclear en Suecia cuando los medidores de radiación de Forsmarck, una central nuclear del país, detectaron niveles hasta el momento nunca vistos en uno de sus trabajadores. "Nos llamaron para decirnos que había un problema en Forsmarck porque un trabajador en el control de entrada había dado positivo", recordó Bruno.
"La primera opción fue pensar que teníamos un problema en uno de los dos reactores de Forsmarck, pero en seguida empezaron a saltar las alarmas en el resto de centros de toda Suecia", añadió. "Entonces nuestro jefe telefoneó para preguntar: '¿Hay rutenio?' y nos aclaró 'a los rusos se les ha ido un reactor a hacer puñetas". Este elemento químico fue clave para determinar el lugar del cual procedía la fuga radioactiva.
Así explicó Jordi Bruno cómo vivió en primera persona un accidente que las entonces recelosas autoridades soviéticas ocultaron durante días al resto del mundo, incluyendo a su propia población. Aquí radica para el profesor de la UPC la principal diferencia entre la crisis de hace 25 años y lo sucedido en Fukushima.
"Fukushima es el resultado de dos acontecimientos catastróficos naturales [el terremoto y posterior tsunami] de una magnitud impresionante», apuntó Jordi Bruno como gran trazo diferenciador entre la crisis japonesa y la ucraniana. Para el experto, el quid de la cuestión en el caso nipón estuvo en los pequeños errores: "La ubicación de los sistemas auxiliares de los generadores que tienen que funcionar cuando no llega la corriente, imprescindible para refrigerar el reactor, fue decisiva ya que también se vieron afectados por el tsunami y no funcionaron", indicó.
Analizados los accidentes, el punto de mira se detiene en los efectos que una fuga radioactiva puede tener sobre la población. Aquí podemos observar un baile de cifras por el que discurren muchos especuladores. Vladimir de Semir apuntó que el número de fallecidos por la radiación de Chernóbil oscila desde los 4.000, en cifras oficiales, hasta el millón de personas según las fuentes consultadas. Sin embargo, lo que sí es seguro es que todavía no sabemos a ciencia cierta cuantificar cuáles son los efectos de este tipo de accidentes nucleares en la población. Para el moderador de la jornada, "en pequeñas grandes dosis los efectos son muy desconocidos. A cada ser humano le puede afectar de una forma diferente. Pasa, en cierta medida, lo mismo que con el consumo de tabaco".
Entre la información compleja, no siempre bien explicada, la desinformación, las dudas, los pronucleares y los antinucleares, habrá que reconducir este pánico de alguna forma para poder seguir por un camino o por otro en un sector estratégico para muchos países del mundo desarrollado. Como incidió de Semir, "tenemos que reflexionar sobre nuestra manera de vivir, ya que afecta directamente a nuestra necesidad de energía".
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