Tras la queja de una madre española, en febrero de 2020 la ONU aconsejó a nuestro país que su sistema de atención a la maternidad mejore en el respeto a los derechos humanos. El tema polariza la opinión pública: mientras que los profesionales sanitarios afirman centrarse en hacer bien su trabajo, casi el 40 % de las mujeres percibió haber sufrido este tipo de violencia.
Maltrato físico, humillación y abuso verbal, procedimientos médicos coercitivos o no consentidos, no obtener un consentimiento informado, negativa a administrar medicamentos para el dolor, descuido de la atención o violaciones graves de la intimidad son algunas de las acciones descritas como violencia obstétrica en 2014 por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Aunque no hay consenso global sobre esta realidad, el Observatorio de Violencia Obstétrica de España la define como “el desconocimiento de las necesidades emocionales de la madre y del bebé en cualquier momento del embarazo, del parto y del puerperio inmediato, así como de la autoridad y autonomía que la mujer tiene sobre su sexualidad, su cuerpo y sus bebés y las posturas, ritmos y tiempos que requiere el parto para desarrollarse con normalidad”.
Nuestro país parece tener alguna dificultad con la salud pública y el respeto a los derechos humanos en la violencia obstétrica. Al menos según el Comité de Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW), que instó el pasado febrero a España a indemnizar a una mujer por las diversas situaciones sufridas durante el parto.
Es más, un reciente trabajo publicado en el International Journal of Environmental Research and Public Health revela cómo la obtención de información para las mujeres y la solicitud de su consentimiento informado apenas se practica en nuestro sistema sanitario.
Los resultados, que analizan más de 17.500 cuestionarios realizados entre enero de 2018 y junio de 2019, muestran que el 38,3 % de las madres percibió haber sufrido violencia obstétrica; el 44,4 % percibió que se habían sometido a procedimientos innecesarios o dolorosos, de los cuales el 83,4 % no fueron aceptados en un consentimiento informado.
“La situación actual en España sobre la violencia obstétrica es preocupante. En nuestra investigación detectamos que poco más del 38 % de las mujeres encuestadas percibieron haber recibido violencia obstétrica, pero sospechamos que este porcentaje puede ser mayor”, explica a SINC Desirée Mena Tudela, investigadora del departamento de Enfermería de la Universidad Jaume I.
“Al tratarse de una herramienta informática, las mujeres con un nivel socioeconómico, académico y cultural bajo no han podido acceder a responder el cuestionario”, continúa Mena. “Y, según la literatura científica, justo estas mujeres sufren más violencia obstétrica. Por tanto, podríamos estar viendo solo la punta del iceberg”.
María Teulón González, jefa de Servicio de Ginecología y Obstetricia en el Hospital Universitario de Fuenlabrada, admite que los profesionales están preocupados con la violencia obstétrica y con que se les responsabilice de ella.
“La definición y el concepto no está claro, ya que a veces se aplica al plano emocional y otras veces al físico. Nosotros intentamos abordarlos todos, pero en ocasiones es muy difícil atender un parto sin violar ciertos aspectos de la genitalidad, la privacidad, la intimidad o las emociones”, afirma.
“Nuestra intención es hacer nuestro trabajo lo mejor posible y que el resultado final sea que una madre tenga un recién nacido en las mejores condiciones”, añade Teulón. “El problema es que se tiene una idea muy idealizada de un parto y la imagen que se da no siempre es real. Es verdad que es un momento precioso, pero a veces por aspectos médicos no es para nada ideal: la mujer entra en una situación de vulnerabilidad, los procedimientos a veces son arriesgados y de emergencia y lo primero es salvar las vidas”, subraya.
La violencia obstétrica parece estar muy extendida en todo el mundo, con cifras que oscilan, en función de los estudios, entre el 18,3 y el 75,1 % en países como Etiopía. En 2019, la revista The Lancet publicó un artículo sobre el maltrato durante el parto en cuatro países de bajos ingresos: Ghana, Guinea, Myanmar y Nigeria. En el trabajo, más de un tercio de las mujeres de estos territorios sufrieron malos tratos durante el parto. Las más jóvenes y menos instruidas corrían mayor riesgo.
Así, el maltrato físico y verbal durante el parto alcanzó su punto máximo entre los 30 minutos anteriores y los 15 minutos posteriores al parto. Además, hay que tener en cuenta que la falta de respeto y estas situaciones de abuso durante el parto se relacionan con depresión posparto, según una investigación realizada en Brasil en septiembre de 2019.
Como indica Mena, su origen es multifactorial. “En primer lugar, posee un carácter estructural. Es decir, se encuentra incrustada en nuestra organización política, económica y sanitaria. Partiendo desde aquí, se prevé un arduo trabajo para combatirla”.
“Es importante formar a los futuros profesionales en esta visión crítica con la violencia obstétrica y desterrar la normalización que actualmente existe entorno a ciertas intervenciones obstétricas obsoletas, como la maniobra kristeller, episiotomía de rutina, separación de la madre y el bebé, etc.”, valora la investigadora.
En el último año, la pandemia también ha influido a la atención al embarazo y el parto. / Adobe Stock
En el último año la pandemia también ha influido a la atención al embarazo y el parto. “Ha afectado sobre todo en los primeros meses. Había mucha incertidumbre, por lo que se intentó ser muy precavido. Por eso se separaron a las madres de sus parejas durante el parto y a los bebés de sus progenitores. Pero fue por pura ignorancia de lo que podría ocurrir”, indica la ginecóloga.
“A medida que fuimos acumulando experiencia y viendo que en realidad no pasaba nada, esto se fue modificando. Es verdad que, como la asistencia a los hospitales está muy restringida, las parejas siguen sin poder vivir el control del embarazo. Eso está desatando mucha controversia, cuando en realidad es una medida que se ha tomado con pacientes de todo tipo para minimizar los contagios en los centros”, dice Teulón.
Sin embargo, lo que sí se ha intentado es que en la vivencia del parto, al ser un momento tan único en la vida de una familia, se interfiera lo menos posible. Así, ahora las parejas pueden entrar al parto y estar todo el rato con las parturientas. Lo que no está permitido es que los familiares vayan a conocer a los recién nacidos.
La especialista no está de acuerdo en llamar a esta situación excepcional violencia obstétrica —tal y como algunos expertos han declarado—, ya que ahora mismo en los hospitales hay muchos pacientes pasando por procedimientos muy graves que no pueden contar con ninguna compañía: “Las pacientes que operamos de un proceso oncológico están solas en su habitación y eso es muy duro también”.
“Lo de las parejas y los partos es importante, pero no se nos puede olvidar que la covid-19 influye en todo lo demás. Que la pandemia ha cambiado la atención de muchísimos pacientes”, mantiene la ginecóloga del Hospital de Fuenlabrada.
En la actualidad, hay una gran variedad de iniciativas para intentar que el parto se atienda en un contexto más o menos hospitalario pero con la máxima intimidad. “Los especialistas hemos hecho un esfuerzo brutal en los últimos años por adaptarnos y humanizar la atención. Nosotros no tenemos ninguna intención de violentar a nuestros pacientes, todo lo contrario”, confiesa Teulón.
Y, ¿qué se puede hacer para mejorar esta situación en nuestro país? “Un paso es que los ginecólogos asumiéramos esto como un problema, porque si no lo hacemos, no se solucionará. Es una cuestión en la que no estamos confortables; se nos pone en entredicho nuestra profesionalidad y eso nos duele”, dice la especialista. “Después, seguir mejorando la humanización en nuestra atención y tener cuidado de los pequeños detalles”.
Por supuesto, las mujeres siempre tienen derecho a decidir en su parto, “pero también es necesario que se entienda que un parto es un procedimiento que tiene riesgos y que, a veces, la emergencia o los imprevistos hacen que la atención no sea tan excelente como nos gustaría”, concluye.
Para los expertos, en estos últimos años se ha avanzado en materia de violencia obstétrica en España y en el mundo. De hecho, uno de los principales avances ha sido ponerle nombre.
“Esto es fundamental, este problema está demasiado enraizado en el sistema como para negarlo”, añade Desirée Mena. “Hasta hace poquísimos años, a lo que hoy denominamos violencia obstétrica la denominábamos falta de respeto o maltrato en el parto. De hecho, todavía no existe consenso global para la definición de este término”.
La especialista subraya tres momentos clave para el avance en esta materia. El primero de ellos, cuando en 2019 la relatora especial Dubravka Šimonović presentó en la Asamblea General de la ONU el informe sobre un enfoque basado en los derechos humanos del maltrato y la violencia contra la mujer en los servicios de salud reproductiva, con especial hincapié en la atención del parto y la violencia obstétrica.
“El segundo, el informe del CEDAW sobre España y, el tercero, sin dudarlo, la vía que ha permitido iniciar estudios de investigación sobre violencia obstétrica en España”, constata Mena.