Un grupo de investigación rastrea el pasado en busca de lazos de unión entre el Cosmos y las civilizaciones antiguas. Este apasionante trabajo desvela el distanciamiento del cielo que la sociedad actual tiene con respecto a sus antepasados.
Pocas personas pueden presumir de tener una profesión que aúne varias a la vez. La mayoría de las personas han deseado de niños ser profesores, astronautas, cantantes y toreros, todo a la vez. Ellos lo han conseguido. Su profesión les permite alternar el telescopio con la pala y el pincel. Se trata de la Arqueoastronomía, una ciencia a medio camino entre la Arqueología y la Astronomía gracias a la cual hoy la sociedad puede descubrir la importancia que las civilizaciones antiguas dieron al Cosmos.
Estos científicos no buscan momias, sino que intentan desempolvar el pasado con la mirada puesta en el firmamento. Sólo así llegan a comprobar cómo en épocas anteriores se conocía mucho mejor el cielo que en la actualidad. Se trata de un trabajo poco conocido que muestra la cara más humana de la Astronomía y ayuda a comprender el pensamiento y la historia de la sociedad.
Pero, ¿por qué ha sido la Astronomía tan importante en todas la culturas antiguas? Porque esta ciencia milenaria ha significado, hasta el descubrimiento del reloj atómico y de los GPS, la única forma para orientarse adecuadamente en el espacio y el tiempo.
De esta manera, el hombre comenzó a guiarse observando los movimientos del Sol o las estrellas y así estableció, por ejemplo, patrones para llevar a cabo la agricultura y la ganadería. “Estoy prácticamente seguro que desde que los primeros Homo-sapiens miraron al cielo, ya trataron de estructurar calendarios y organizar el tiempo mediante la observación de los astros”, afirma Juan Antonio Belmonte, científico del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC).
A través de esta orientación en el espacio y tiempo, el cielo acabó convirtiéndose también en una especie de guía para entender el más allá. Es decir, la Astronomía ha sido uno de los principales generadores de religión.
Esto se refleja perfectamente, si se tiene en cuenta que, hasta la llegada de los monoteísmos, la mayoría de las civilizaciones antiguas han tenido como dioses a las divinidades celestes. Ya lo decía Cicerón: “Un gran número de dioses derivan de teorías científicas sobre la naturaleza del hombre en el mundo”.
Método de trabajo
Los arqueoastrónomos están demostrando que el estudio del Cosmos en el ámbito cultural es antiquísimo. Quizás la primera representación astronómica sea lo que algunos han identificado como Las Pléyades en la Cueva de Lascaux, Francia. Según la opinión de Juan Antonio Belmonte esto es algo difícilmente demostrable.
Y es que el trabajo de estos científicos se vuelve realmente complicado en ciertas ocasiones, cuando ante un mismo resto arqueológico existen diferentes teorías que lo explican. “La única forma de mostrar claramente que algo puede tener un origen astronómico es mediante su peso estadístico”, afirma Belmonte.
Esto quiere decir que sólo si un arqueoastrónomo rastrea una serie de monumentos de una determinada cultura y consigue determinar entre ellos un patrón común, por ejemplo sus orientaciones, se puede decir que hay un vínculo cósmico.
Desde este punto de vista, quizás las evidencias más antiguas demostrables de observaciones astronómicas se puedan relacionar con la construcción de monumentos megalíticos. Un ejemplo bastante interesante está en las antas o dólmenes de siete piedras (en el sudeste peninsular) que muestran una clara orientación hacia la salida del Sol.
Una enorme labor de documentación y factores como que el cielo y el eje de inclinación de la Tierra va cambiando con el tiempo son sólo unas pinceladas de lo que un arqueoastrónomo debe considerar a la hora de realizar su trabajo. Todo es poco para poder desmentir con base leyendas como la de las líneas de Nazca, en Perú. “No existen evidencias de ningún tipo que apoyen su vinculación con la Astronomía. Sigue siendo una de esas historias que se repiten a lo largo de los años y se cuenta a los turistas cuando van allí porque da réditos”, argumenta el arqueoastrónomo.
Lo que está claro es que la sociedad actual conoce mucho peor el cielo que sus antepasados. Para ellos el firmamento era su reloj de pulsera, su GPS, incluso se podría decir que su oráculo. “La tecnología ha provocado un distanciamiento entre el ser humano y el Cosmos”, explica Belmonte.
Es irónico que cuantos más medios se tiene para observar y conocer el Espacio, más se haya acentuado la distancia entre los astronomós especialistas, que conocen a la perfección el Universo, y los que no lo son, que prácticamente lo desconocen por completo. Como decía Mircea Eliade “la simple contemplación de la bóveda celeste basta para desencadenar una experiencia religiosa”. Tal vez debamos tomar ejemplo.